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—Querría preguntarte acerca del trabajo que estuviste haciendo con Harald sobre el obispo Brynjólfur y la carta desaparecida —expuso Þóra—. Dóri dijo que Harald se había enfadado bastante contigo. ¿Es así?

Bríet miró a la abogada sin comprender.

—¿Aquel rollo? ¿Qué tiene que ver con este asunto?

—No lo sé, por eso te lo pregunto —respondió Þóra.

—Harald fue patético —dijo Bríet de improviso—. Yo tenía a Gunnar bien agarrado por el cuello. Se puso como un flan en cuanto fui a verle y le dije que sabía que había robado una carta del Archivo Nacional. Y lo hizo, eso seguro, diga él lo que diga.

—¿En qué sentido estuvo Harald patético? —preguntó Matthew.

—Primero la cosa le pareció divertida y me animó a ir a por Gunnar. Además, nos colamos en su despacho para buscar la carta, después de que el tipo me echara con cajas destempladas. Todo fue de lo más raro. Cuando estábamos allí dentro, Harald cambió de opinión, así, de repente. Encontró un artículo viejo sobre los monjes irlandeses y se echó para atrás, y se empeñó en que con aquello ya tenía bastante.

—¿Y eso? —preguntó Þóra.

Bríet se encogió de hombros.

—Era un artículo de Gunnar que estaba metido en un armario. Harald lo encontró y me pidió que le dijera lo que ponía en el pie de las fotos. Estaba emocionadísimo con dos de ellas. Una era de una cruz y la otra de una mierda de agujero. Luego también quiso enterarse de todo sobre la otra ilustración. Yo estaba a punto de desmayarme por los nervios, aterrada de que pudiera venir Gunnar. No estaba para ponerme a traducirle aquellos textos a Harald. Al final se guardó el artículo en el bolsillo y dejamos de buscar. Nos largamos.

—¿Qué te dijo exactamente? ¿Lo recuerdas? —inquirió Þóra.

—Exactamente, no. Nos metimos en la sala de alumnos y me mandó que le dijera qué agujero era el de la foto. Se trataba de una cocina en el interior de una cueva. La cruz también. Estaba esculpida en la pared. Una especie de altar.

—¿Y la otra ilustración? —preguntó Matthew—. ¿Qué había en ella?

—Era una foto aérea de la cueva con unos signos que indicaban qué era cada cosa. Si lo recuerdo bien, uno de ellos estaba junto a la cruz, el otro en un agujero que atravesaba el techo… creo que era un tubo de chimenea… y luego estaba el tercer signo en el agujero que se supone era el fogón. —Bríet miró a Matthew—. Recuerdo que se puso de lo más excitado con el tercer signo y me preguntó si me parecía posible que los monjes cocinaran al lado del altar. Yo le dije que no tenía ni idea. Entonces preguntó si yo no creía que por lo menos habrían puesto el fogón debajo de la chimenea. En el dibujo no era así, en absoluto. El fogón estaba al lado del altar y el tubo de la chimenea se encontraba cerca de la entrada. Parecía algo tan insignificante y tan impropio de Harald excitarse de aquel modo por un memez como aquélla.

—¿Qué pasó luego? —preguntó Matthew.

—Se fue a hablar con Gunnar. Y después me prohibió volver a preocuparme por aquella carta. —Les miró con gesto de enfado—. Y eso que fue él quien originalmente me empujó a ir contra Gunnar… contra ese maldito Gastbucht, como le llamaba él.

¿Gastbucht? —repitió Þóra. ¿Qué ponía en el papel de apuntes de Harald? ¿Gastbucht? No era el Libro de visitas de la cruz, como había creído ella… no era una cruz sino una t, no era Gastbuch, sino Gastbucht, la traducción alemana del nombre Gestvík.

Þóra y Matthew volvieron a entrar a toda prisa en el Árnagarður. Mientras corrían, llamó a la policía y le habló a Markús de las sospechas suyas y de Matthew sobre Gunnar, pero él no pareció muy impresionado. Después de mucho forcejeo aceptó comprobar los movimientos de la cuenta del decano. El despacho de Gunnar se encontraba vacío cuando llegaron. En lugar de esperar fuera, decidieron tomarse ellos mismos el permiso de entrar y sentarse, y entonces se dieron cuenta de que Gunnar estaría con Maria, la presidenta del Instituto Árni Magnússon, entregándole la carta.

Matthew miró el reloj.

—Tiene que venir algún día este hombre.

En esto se abrió la puerta y entró Gunnar. Se quedó pasmado al verles allí.

—¿Pero quién les ha dado permiso para entrar?

—Nadie. Estaba abierto —respondió Þóra tranquilamente.

Gunnar corrió a su escritorio.

—Creía que ya nos habíamos despedido. —Se sentó en su silla y les miró con cara de pocos amigos—. No estoy en el mejor de los momentos posibles. A Maria no le gustó demasiado ver el pésimo estado en el que se encontraba la carta.

—No le entretendremos mucho —dijo Matthew—. Pero antes no conseguimos aclararlo todo.

—¿Y eso? —respondió Gunnar con acritud—. Les dije todo lo que quisieron saber.

—Pero es que querríamos preguntarle por unos cuantos detalles que están aún sin aclarar —puntualizó Þóra.

Gunnar inclinó la cabeza hacia atrás y fijó la vista, irritado, en el techo. Exhaló un profundo suspiro antes de volver a mirarles.

—Pues muy bien. ¿Qué tienen tanta urgencia por saber?

Þóra miró primero a Matthew y luego a Gunnar.

—La cruz antigua que se menciona en esa carta a Árni Magnússon… ¿no podría ser la cruz que está en la cueva de los monjes, en Hella? —preguntó—. Se supone que es usted el principal experto en ese periodo… ¿es eso correcto? Por lo menos, la cruz estaba en este país ya antes de que empezara la colonización propiamente dicha.

Gunnar se quedó lívido.

—¿Cómo voy a saberlo? —bramó. Þóra se encogió de hombros.

—Pues yo creo que lo sabe todo sobre estas cosas. ¿No es esa foto de usted y el propietario de las tierras donde se encuentran las cuevas? —Señaló con el dedo la foto enmarcada de la pared—. ¿Las cuevas de los monjes irlandeses?

—Sí, en efecto. Pero no logro descubrir la relación —dijo Gunnar—. Me parece que hacen ustedes unas preguntas muy extrañas y no acabo de explicarme su interés por la historia. Si quieren matricularse en la facultad, en secretaría tienen impresos de solicitud.

Þóra hizo como que no le había oído.

—Pues creo precisamente que sí que logró descubrir la relación. Usted estuvo en la reunión Erasmus, que se prolongó hasta medianoche, cuando asesinaron a Harald. —Al ver que Gunnar no decía nada, añadió—: ¿Podría ser que viera a Harald esa noche?

—¿Pero qué horrible monstruosidad es ésa? Ya le he dado toda clase de explicaciones a la policía sobre la horrible muerte de Harald. Tuve la inmensa desgracia de encontrar el cadáver, pero el asunto no me afecta a mí en ningún otro sentido. Es mejor que salgan de aquí ahora mismo. —Señaló la puerta, tembloroso.

—Estoy segura de que la policía tendrá que revisar todos sus interrogatorios, ahora que se sabe qué es lo que causó las heridas del cadáver —dijo Þóra, sonriendo maliciosamente a Gunnar.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Gunnar, pasmado.

—Han descubierto lo que se utilizó para extraer los ojos y para grabar el signo sobre el cadáver. El tremendo susto que se llevó al ver el cadáver ya no le garantiza que la policía le trate con guantes de seda. Las cosas van a ser muy distintas a la luz de las declaraciones de ese hombre.

Gunnar jadeó.

—Ustedes andan mal de tiempo. Yo también. No quiero retenerles ni un segundo más. Debemos concluir esta conversación.

—Usted le estranguló con la corbata —continuó Þóra—. El alfiler de corbata lo confirmará. —Se puso en pie—. Aún tiene que salir a la luz el móvil, pero en estos momentos en realidad no importa. Usted le mató. Ni Hugi, ni Halldór, ni mucho menos Bríet. Usted. —Le miró a los ojos y se sintió invadida de asco y compasión. Un estremecimiento recorrió a Gunnar, y Matthew se puso en pie lentamente, utilizando al mismo tiempo una mano para empujar a Þóra suavemente hacia atrás… en dirección a la puerta. Como si temiera que Gunnar fuera a saltar sobre la mesa enarbolando la corbata para estrangularla a ella también.