– Está siendo demasiado blando -señaló Sophie.
Myron esperó.
– No les atribuya el mérito de tener conciencia -manifestó la mujer-. Eran pura escoria.
– Puede que tenga razón. No debería analizar. Y supongo que no le importa. Puede que Clu y Billy Lee hayan creado su propio infierno, pero no se acercaban en nada a la agonía que vivía su familia. Usted habló del terrible tormento de no saber la verdad, cómo vivía usted cada día. Con Lucy muerta y enterrada de esa manera, el tormento sólo continuaba.
Sophie mantenía todavía la cabeza alta. No había ningún gesto de abatimiento en ella.
– ¿Sabe cómo nos enteramos del destino de nuestra hija?
– Por boca de Sawyer Wells -dijo Myron-. Las reglas Wells para el bienestar, la regla ocho: confiesa algo de ti a un amigo, algo terrible, algo que nunca querrías que nadie supiera. Te sentirás mejor. Aún verás que eres digno de amor. Sawyer era consejero sobre drogadicción en Rockwell. Billy Lee era uno de los pacientes. Creo que lo pilló durante un episodio de abstinencia. Cuando lo más probable es que delirase. Hizo lo que le pedía el terapeuta. La regla ocho. Confesó la peor cosa que podía imaginar, el único momento de su vida que moldeaba todos los demás. Sawyer de pronto vio la manera de salir de Rockwell y pasar a la luz de las candilejas. A través de la millonada familia Mayor, propietaria de Mayor Software. Así que acudió a usted y su marido. Les dijo lo que había oído.
– ¡No tiene ninguna prueba de todo eso! -repitió Jared.
De nuevo Sophie lo hizo callar con la mano.
– Continúe, Myron. ¿Qué pasó después?
– Con esta nueva información, encontró el cuerpo de su hija. No sé si lo hicieron sus investigadores privados o si sólo utilizó su dinero y sus influencias para mantener calladas a las autoridades. No tuvo que ser muy difícil para alguien de su posición.
– Ya lo ve -dijo Sophie-. Pero si todo esto es verdad, ¿por qué querría mantenerlo en silencio? ¿Por qué no procesar a Clu y Billy Lee, e incluso a usted?
– Porque no podía.
– ¿Por qué no?
– El cadáver llevaba enterrado doce años. Ya no había ninguna prueba. El coche había desaparecido hacía tiempo; tampoco había ninguna prueba por ese lado. El informe de la policía señalaba que la prueba de alcoholemia demostraba que Clu no estaba borracho. Por lo tanto, qué tenía: ¿el delirio de un drogadicto que pasaba por el mono de abstinencia? La confesión de Billy Lee a Sawyer sobre el soborno a los polis no era más que un cotilleo, porque ni siquiera estaba allí cuando ocurrió. Lo comprendió todo, ¿no es así?
Sophie no dijo nada.
– Eso significaba que le correspondía a usted hacer justicia. Usted y Jared se encargarían de vengar a su hija. -Se detuvo, miró a Jared, luego a Sophie-. Me habló de un vacío. Me dijo que prefería llenar el vacío con esperanza.
Sophie asintió.
– Lo hice.
– Cuando la esperanza desapareció, cuando el descubrimiento del cuerpo de su hija se lo llevó todo, su marido aún necesitaba llenar aquel vacío.
– Sí.
– Así que lo llenaron con venganza.
Ella lo miró.
– ¿Nos culpa, Myron?
Él no dijo nada.
– El sheriff corrupto se moría de cáncer -dijo Sophie-. Nada se podía hacer por él. El otro agente, bueno, como le diría su amigo Win, el dinero es influencia. El FBI le tendió una trampa a petición nuestra. Mordió el anzuelo. Y sí, destrocé su vida. Y me alegré.
– Pero era a Clu a quien quería hacerle más daño -precisó Myron.
– Daño, ni hablar. Quería aplastarlo.
– Pero ya estaba casi destrozado -señaló Myron-. Para poder aplastarlo de verdad, tenía que darle esperanzas. De la misma manera que usted y Gary habían tenido todos aquellos años. Darle esperanzas, y después quitársela. La esperanza duele más que cualquier otra cosa. Usted lo sabe. Así que usted y su marido compraron los Yankees. Pagaron demasiado, pero ¿y qué? Tenían dinero. No le importaba. Gary murió poco después de la compra.
– Del dolor de corazón -interrumpió Sophie. Levantó la cabeza, y por primera vez Myron vio una lágrima-. De años de dolor de corazón.
– Pero usted continuó sin él.
– Sí.
– Se concentró en una única y sola cosa: hacerse con Clu. Era una compra ridícula, todo el mundo lo sabía, y resultaba extraño viniendo de un propietario que se mantenía apartado de todas las otras decisiones del béisbol. Pero todo se reducía a traer a Clu al equipo. Es la única razón por la que compró a los Yankees. Para darle a Clu una última oportunidad. Incluso mejor, Clu cooperó. Comenzó a poner orden en su vida. No se drogaba ni bebía. Lanzaba bien. Era tan feliz como sólo Clu Haid podía serlo. Le tenía en la palma de su mano. Y entonces cerró el puño.
Jared puso un brazo sobre los hombros de su madre y la acercó a su cuerpo.
– No sé el orden -continuó Myron-. Le envió a Clu un disquete como el que me enviaron a mí. Bonnie me lo dijo. También me dijo que usted lo chantajeaba. De forma anónima. Eso explica los doscientos mil dólares desaparecidos. Hizo que viviera aterrorizado. Y Bonnie, sin saberlo, colaboró con usted presentando la demanda de divorcio. Ahora Clu estaba en la posición perfecta para el golpe de gracia: el análisis de dopaje. Lo preparó todo para que fallase. Sawyer le ayudó. ¿Quién mejor, pues ya sabía lo que estaba pasando? Funcionó a la perfección. No sólo destruyó a Clu, sino que desvió toda la atención de usted. ¿Quién iba a sospechar, dado que el análisis aparentemente la perjudicaba? Pero eso no le importaba en absoluto. Los Yankees no significaban nada para usted excepto como medio para destruir a Clu Haid.
– Cierto -asintió Sophie.
– No -dijo Jared.
Ella sacudió la cabeza y palmeó el brazo de su hijo.
– No pasa nada.
– Clu no tenía idea de que la chica que enterró en el bosque era su hija. Pero después de que usted lo bombardeó con llamadas y el disquete, y sobre todo después de fallar en el análisis de dopaje, juntó todas las piezas. ¿Qué podía hacer al respecto? Desde luego no podía decir que el análisis lo habían amañado porque él había matado a Lucy Mayor. Estaba atrapado. Intentó averiguar cómo se había enterado de la verdad. Creyó que quizás había sido Barbara Cromwell.
– ¿Quién?
– Barbara Cromwell. La hija del sheriff Cromwell.
– ¿Cómo lo supo ella?
– Porque por mucho que usted quisiese mantener en silencio la investigación, Wilston es una ciudad pequeña. Al sheriff le llegó el rumor del descubrimiento. Se moría. No tenía dinero. Su familia era pobre. Así que le dijo a su hija la verdad de lo que había pasado aquella noche. Ella nunca tendría problemas; era su crimen, no el de ella. Podían utilizar la información para chantajear a Clu Haid. Cosa que hicieron. En varias ocasiones. Clu creía que había sido Barbara quien se había ido de la lengua. Cuando la llamó para saber si se lo había dicho a alguien, Barbara se hizo la lista. Pidió más dinero. Así que Clu fue a Wilston unos pocos días más tarde. Se negó a pagarle. Dijo que se había acabado.
Sophie asintió.
– Así es como reunió todas las piezas.
– Sí, era la pieza final -dijo Myron-. Cuando comprendí que Clu había visitado a la hija de Lemmon, todo encajó. Pero sigo sorprendido, Sophie.
– ¿Sorprendido de qué?
– De que lo matase. Que librase a Clu de su padecimiento.
Jared apartó el brazo de su madre.
– ¿De qué está hablando?
– Déjalo hablar -le pidió Sophie-. Continúe Myron.
– ¿Qué más queda por decir?
– Para empezar -replicó ella-. ¿Qué hay de su parte en todo esto?
Un bloque de plomo se formó en su pecho. Myron no dijo nada.