– No me irá a decir que usted no tiene nada que ver en este asunto, ¿verdad, Myron?
La voz de Myron era suave.
– No.
A lo lejos, más allá del centro del campo, un empleado de mantenimiento comenzó a limpiar las placas de los grandes de los Yankees. Rociaba y frotaba, trabajando, como Myron sabía por otras visitas al estadio, sobre la lápida de Lou Gehrig. El Caballo de Hierro. Tanta valentía delante de una muerte tan terrible.
– También hizo esto, ¿no? -dijo Sophie.
Myron mantuvo la mirada en el empleado.
– ¿Hacer qué?
Pero él lo sabía.
– He buscado en su pasado -dijo ella-. Usted y su socio a menudo se toman la justicia por su mano, ¿me equivoco? Hacen de juez y jurado.
Myron no dijo nada.
– Es todo lo que hice. Por el bien de la memoria de mi hija.
La confusa línea entre lo legal y lo ilegal.
– Así que decidió colgarme a mí el asesinato de Clu.
– Sí.
– La manera perfecta de vengarse por sobornar a los agentes.
– Eso creí, al menos en ese momento.
– Pero lo lió, Sophie. Acabó culpando a la persona errónea.
– Fue un accidente.
Myron sacudió la cabeza.
– Tendría que haberlo visto venir. Incluso Billy Lee Palms me lo dijo, pero no presté atención. Hester Crimstein me lo dijo la primera vez que me encontré con ella.
– ¿Qué es lo que dijeron?
– Ambos señalaron que la sangre se encontró en mi coche, el arma en mi oficina. Dijeron que quizá yo había matado a Clu. Una deducción lógica excepto por una cosa. Yo estaba fuera del país, usted no lo sabía, Sophie. No sabía que Esperanza y Big Cyndi se estaban montando un escudo de protección contra todos al decir que yo estaba en la ciudad. Es por eso que se enfadó tanto conmigo cuando descubrió que estaba ausente. Había tirado por tierra su plan. Tampoco sabía que Clu había tenido un altercado con Esperanza. Así que todas las pruebas que supuestamente me apuntaban…
– Apuntaron a su socia, la señorita Díaz -concluyó Sophie.
– Así es -dijo Myron-. Pero hay otra cosa que quiero dejar clara.
– Más de una cosa -le corrigió Sophie.
– ¿Qué?
– Hay más de una cosa que querrá aclarar -manifestó Sophie-. Pero por favor continúe. ¿Qué quiere saber?
– Usted fue la que hizo que siguieran. El tipo que vi delante de las oficinas de Win, en el edificio Lock-Horne. Era suyo.
– Sí. Sabía que Clu había intentado ponerse en contacto con usted. Confiaba en que lo mismo podía ocurrir con Billy Lee Palms.
– Cosa que hizo. Billy Lee creyó que quizá yo había matado a Clu para mantener oculta mi parte en el delito. Creyó que yo también quería asesinarlo.
– Tenía sentido -asintió ella-. Tenía mucho que perder.
– ¿Luego también me siguió? ¿En el bar?
– Sí.
– ¿En persona?
Ella sonrió.
– Me crié como cazadora y rastreadora, Myron. La ciudad y el bosque, no hay mucha diferencia.
– Me salvó la vida -dijo él.
Ella no respondió.
– ¿Por qué?
– Ya sabe por qué. No fui allí para matar a Billy Lee Palms. Pero hay grados de culpabilidad. Para decirlo de una manera sencilla, él era más culpable que usted. Cuando llegó el momento de decidir entre usted y él, escogí matarle a él. Merece ser castigado, Myron. Pero no merece morir a manos de escoria como Billy Lee Palms.
– ¿De nuevo juez y jurado?
– Afortunadamente para usted, sí.
Se dejó caer con fuerza en el lugar del lanzador, todo su cuerpo de pronto agotado.
– No puedo dejar que se salga con la suya -manifestó Myron-. Puede que la comprenda. Pero usted mató a Clu a sangre fría.
– No.
– ¿Qué?
– Yo no maté a Clu Haid.
– No espero que confiese.
– Lo espere o no, yo no lo maté.
Myron frunció el entrecejo.
– Tuvo que hacerlo. Todo encaja.
Sus ojos eran una laguna en calma. A Myron comenzó a darle vueltas la cabeza. Se volvió para mirar a Jared.
– Él tampoco lo mató -dijo Sophie.
– Uno de los dos lo hizo -insistió Myron.
– No.
Myron miró a Jared. Jared permaneció callado. Myron abrió la boca, la cerró, intentó pensar en algo.
– Piense, Myron. -Sophie se cruzó de brazos y le sonrió-. Le dije cuál era mi filosofía cuando estuvo aquí por última vez. Soy una cazadora. No odio lo que mato. Todo lo contrario. Respeto lo que mato. Honro a lo que he matado. Considero al animal valiente y noble. Matar, de hecho, puede ser misericordioso. Es por eso que mato con un solo disparo. No a Billy Lee Palms, por supuesto. Quería que tuviese por lo menos unos pocos momentos de agonía y terror. Por supuesto, nunca mostraría ninguna piedad con Clu Haid.
Myron intentó aclararse.
– Pero…
Entonces oyó otro clic. Su conversación con Sally Li comenzó a reproducirse en su cabeza.
La escena del crimen.
Dios, la escena del crimen. Estaba convertida en un caos. Sangre en las paredes. Sangre en el suelo. Porque las manchas de sangre mostrarían la verdad. Por lo tanto, manchar un poco más. Destruir la evidencia. Disparar más balas al cadáver. A la pantorrilla, y a la espalda, incluso a la cabeza. Llévate el arma contigo. Embarullar las cosas. Cubrir lo que pasó en realidad.
– Oh, Dios…
Sophie asintió.
De pronto, Myron notó la boca seca como una tormenta de arena.
– ¿Clu se suicidó?
Sophie intentó sonreír, pero sencillamente no lo logró.
Myron comenzó a levantarse: su rodilla mala crujió con toda claridad.
– El final de su matrimonio, el análisis de dopaje amañado, pero sobre todo el pasado que volvía; era demasiado. Se disparó en la cabeza. Los otros disparos sólo fueron para confundir a la policía. La escena del crimen fue deformada para que nadie pudiese analizar las manchas de sangre y ver que era un suicidio. Fue todo una distracción.
– Un cobarde hasta el final -puntualizó Sophie.
– ¿Pero cómo supo que se había suicidado? ¿Tenía micros en el lugar, o lo vigilaba?
– Nada tan técnico, Myron. Quería que nosotros lo encontrásemos; para ser más exactos, yo.
Myron se limitó a mirarla.
– Se suponía que íbamos a tener nuestro gran enfrentamiento aquella noche. Sí, Clu había tocado fondo, Myron. Pero no había acabado con él. Ni de lejos. Un animal merece una muerte rápida. Clu Haid, no. Pero cuando Jared y yo llegamos, él ya había escogido la salida de los cobardes.
– ¿Y el dinero?
– Estaba ahí. Como usted dijo, el desconocido anónimo que le envió el disquete, que hizo todas aquellas llamadas telefónicas, lo estaba chantajeando. Pero él sabía que éramos nosotros. Aquella noche cogí el dinero y lo doné al Child Welfare Institute.
– Usted lo obligó a suicidarse.
Ella sacudió la cabeza, su postura todavía rígida.
– Nadie hace que alguien se suicide. Clu Haid escogió su destino. No fue el que yo deseaba, pero…
– ¿Deseaba? Está muerto, Sophie.
– Sí, pero no era lo que yo pretendía. De la misma manera, Myron, que usted no pretendía ocultar el asesinato de mi hija.
Silencio.
– Usted se aprovechó de su muerte -dijo Myron-. Puso la sangre y el arma en mi coche y en la oficina. O contrató a alguien para que lo hiciera.
– Sí.
Él negó con la cabeza.
– La verdad tiene que saberse.
– No.
– No voy a dejar que Esperanza se pudra en la cárcel…
– Eso ya está arreglado -dijo Sophie Mayor.
– ¿Qué?
– Mi abogado está reunido con el fiscal mientras hablamos. De forma anónima, por supuesto. Ellos no saben a quién representa.
– No lo entiendo.
– Guardé pruebas de aquella noche -dijo ella-. Tomé fotos del cuerpo. En la mano de Clu hay residuos de pólvora. Incluso tengo una nota de suicidio, si es necesario. Serán retirados los cargos contra Esperanza. Será puesta en libertad por la mañana. Se ha acabado.