– No creo que pueda volver hoy, pero te llamaré si cambian las cosas.
– Sí, sí, claro -respondió Bella fastidiosa, dando a entender con el tono de sus palabras que Þóra acostumbraba con demasiada frecuencia no dejarse ver… lo que, efectivamente, sucedía de vez en cuando.
– Ya oíste lo que dije. -Þóra fue incapaz de disimular, aunque sabía perfectamente que hacerlo sería lo más sensato-. Vamos, Matthew.
– Sí, señora -dijo Matthew enviando una sonrisa a Bella. Para gran desconsuelo de Þóra, la sonrisa se vio correspondida.
Cuando ya estaban en el coche, Þóra se puso el cinturón de ncguridad y se volvió hacia Matthew.
– ¿Sabe conducir sobre terreno resbaladizo?
– Ya lo veremos -respondió Matthew mientras sacaba el coche del aparcamiento. Cuando vio el gesto en el rostro de Þóra, añadió-: No se preocupe, soy buen conductor.
– Si el coche patina, no se le ocurra frenar -dijo ella, totalmente convencida de que Matthew no tenía ni la más mínima idea del tema.
– ¿Quiere conducir usted?
– No, gracias -respondió Þóra-. No me aclaro bien con esa regla del freno: si el coche empieza a patinar, yo hundo el pie en el freno sin querer… aunque sé que no debo hacerlo. Tengo muchas limitaciones a la hora de conducir.
Fueron alejándose del centro y estaban ya en el páramo cuando la mujer no pudo seguir conteniendo su curiosidad sobre la conversación de Matthew y Bella.
– ¿De qué estaban hablando ustedes dos?
– ¿Nosotros dos? -preguntó Matthew extrañado.
– Sí, usted y Bella, mi secretaria. Por lo general, esa chica es un auténtico callo.
– Ah, sí. Hablábamos de caballos. Me apetece montar mientras estoy aquí; se cuentan tantas maravillas de los caballos islandeses. Me estaba aconsejando.
– ¿Y qué sabe ella de caballos? -preguntó Þóra, extrañada.
– Es amazona, ¿no lo sabía?
– No, no lo sabía. -Sintió lástima por los caballos que tuvieran que aguantar el peso de Bella-. ¿Qué caballos usa? ¿Hipopótamos?
Matthew miró a Þóra de reojo.
– ¿Está celosa? -preguntó burlón.
– ¿Y usted borracho? -soltó ella, a su vez.
Atravesaron el malpaís en silencio, en dirección a Þrengslir. Þóra contemplaba el paisaje por la ventanilla; aunque quizá pocas personas estarían de acuerdo con ella, aquél le parecía uno de los lugares más bellos del país, especialmente en verano, cuando estaba en su esplendor el musgo verde… suaves líneas de paramera cubierta dfl musgo que formaban un contraste total con las punzantes aristas de la lava. Ahora la región estaba toda cubierta de nieve y carecía de tridimensionalidad, y así no era tan impactante como en verano. Sin embargo, sobre toda la comarca se extendía una calma que inundaba a Þóra. Rompió el silencio.
– ¿No le parece bonito?
Matthew echó una rápida mirada y evaluó el entorno. Prácticamente no había tráfico.
– Mucho. -Sonrió como para hacer las paces.
– No somos buen equipo, usted y yo -dijo ella, en referencia a los constantes piques que caracterizaban su relación-. Quizá deberíamos intentar una nueva táctica.
Matthew le sonrió de nuevo.
– ¿Eso cree? Totalmente de acuerdo. Empecemos por tutearnos, si te parece. Eres una compañía mucho más entretenida que las que acostumbro a tener en mi trabajo. Los innumerables hombres y las pocas mujeres con las que suelo tratar son tan estirados que si haces una broma se descomponen.
Ahora le llegó a Þóra el turno de sonreír.
– Eres mejor que Bella, eso te lo aseguro. -Calló por un instante-. Dime una cosa. En la carpeta había un recorte de un periódico alemán que trataba de la muerte de un joven mientras practicaba el sexo con asfixia. ¿Por qué lo incluíste?
– Ahhh -Matthew alargó la palabra-. Esa mierda. El que se menciona en el artículo era buen amigo de Harald. Se conocieron en la Universidad de Munich y sin duda eran almas gemelas y andaban juntos en las imbecilidades con las que se entretenían. No sé cuál de los dos comenzó con esas extrañas prácticas, pero Harald juraba que era su amigo quien había empezado. Harald estaba presente cuando murió aquel joven, y se vio envuelto en largos interrogatorios y en habladurías de lo más molestas. Aunque sea una vergüenza decirlo, creo que logró librarse de las consecuencias a base de dinero… quizá te diste cuenta del gran desembolso que hay en esa época que señalé de modo especial. -Þóra asintió-. Lo incluí porque Harald murió estrangulado. Aquello podía ser de importancia para el caso. Quién sabe… a lo mejor murió de la misma forma que su amigo, aunque es más bien dudoso.
Dejaron el coche en el aparcamiento delante de la verja de la prisión de Litla-Hraun y se dirigieron al ala destinada a las visitas. El guardia les indicó que pasaran a una pequeña sala de espera en el segundo piso.
– Pensamos que podrían verse aquí; estarán muy bien, mucho mejor que en la sala de interrogatorios -les dijo-. Hugi es tranquilo y no tendría por qué causarles ningún problema.
– Muchas gracias, está muy bien -respondió Þóra mientras entraba. Se instaló en el sofá de cuero marrón y Matthew se sentó a su lado. Ella se extrañó de que se sentase allí, habiendo como había sillas de sobra.
Matthew la miró.
– Si Hugi se sienta ahí, delante de nosotros, lo mejor es que nos sentemos así. Quiero verle la cara. -Enarcó las cejas dos veces seguidas-. Y además se está estupendamente sentado aquí, tan cerquita de ti.
Þóra no llegó a responder, porque la puerta volvió a abrirse y apareció Hugi Þórisson acompañado de un funcionario. Este sujetaba por los hombros al joven, que iba totalmente encorvado, y lo hizo traspasar el umbral. Estaba esposado, pero Þóra indicó que sin duda alguna aquella precaución era totalmente innecesaria. El funcionario le dijo algo al joven y éste levantó la vista por primera vez. Se apartó de los ojos el pelo largo y Þóra vio que era muy guapo, con un aspecto completamente distinto al que había imaginado. Le parecía increíble que tuviese veinticinco años: diecisiete parecía más cercano a la realidad. Tenía cejas oscuras y grandes ojos, pero lo más llamativo de su rostro eran los pómulos prominentes, probablemente a causa de su extrema delgadez. Si había sido él quien asesinó a Harald, habría tenido que emplear todas sus fuerzas, pensó Þóra. A primera vista al menos, no parecía capaz de arrastrar un cadáver de ochenta y cinco kilos una distancia larga.
– ¿Te vas a portar bien, eh, amigo? -le preguntó amistosamente el vigilante. Hugi asintió con la cabeza y el vigilante lo atrajo hacia sí y le quitó las esposas. Volvió a poner las manos sobre los hombros del preso y lo condujo hacia la silla que había enfrente de Þóra y Matthew. El muchacho se sentó allí, aunque, más exactamente, se dejó caer en la silla. Evitó mirar a los ojos a sus visitantes, bajó la cabeza y fijó su atención en un punto del suelo al lado de la silla en la que estaba sentado, o más bien derrumbado.
– Estamos ahí, en la habitación de al lado, por si nos necesitan. No debería intentar nada raro. -El vigilante dirigió sus palabras a Þóra.
– Estupendo -respondió ella-. Sólo lo retendremos el tiempo necesario. -Miró su reloj-. Tenemos que acabar antes del mediodía.
El funcionario los dejó solos y después de cerrar la puerta no se oyó nada, excepto la respiración de los tres y el susurro que se produjo cuando Hugi se puso a golpearse rítmicamente las rodillas de los pantalones militares que llevaba puestos. El chico seguía sin mirarles.
Obviamente, los presos podían vestirse con su propia ropa, no como en las cárceles americanas, que Þóra conocía de la televisión y el cine, donde aparecían ataviados con unos monos que debían de estar hechos de cáscara de naranja. El chico seguía sin mirarles.
– Hugi -dijo Þóra con la voz más risueña que pudo. Siguió hablándole en islandés, porque le parecía una tontería empezar la conversación en inglés. Ya habría tiempo de ver si era posible. No podían tirar a la basura aquella oportunidad por problemas de idioma; si el muchacho no entendía bien el inglés, tendría que llevar el asunto ella sola-. Supongo que sabes quiénes somos. Yo me llamo Þóra Guðmundsdóttir y soy abogada, y él es Matthew Reich, de Alemania. Estamos aquí por el asesinato de Harald Guntlieb, que investigamos independientemente de la policía. -Ninguna reacción. La mujer continuó-. Queríamos hablar contigo porque no estamos seguros de que tú tengas algo que ver con el crimen. -Respiró hondo para dar mayor énfasis a lo que iba a decir-. Estamos buscando al asesino de Harald, y creemos posible que tú no lo seas. Nuestro objetivo es descubrir quién le mató, y si esa persona no eres tú, entonces te conviene ayudarnos. -Hugi levantó los ojos y miró a Þóra, pero no abrió la boca, ni dio ninguna indicación de que fuera a hablar, de modo que ella continuó-. Seguro que comprendes que si conseguimos demostrar que quien mató a Harald fue otro, y no tú, quedarás libre de todos los cargos.