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– Dices que Dóri era su mano derecha; ¿a qué te refieres? -preguntó Þóra.

– Andaban siempre juntos haciendo algo, los dos. Creo que Dóri le ayudaba con traducciones y eso. Y luego era obvio que él sería el sucesor de Harald cuando él se fuera del país. Dóri estaba entusiasmado; estaba coladito por Harald.

– ¿Dóri es gay? -preguntó Matthew. Hugi sacudió la cabeza.

– No, qué va, en absoluto. Sólo que los ojos se le hacían chiribitas o eso. Dóri viene de una familia pobre, como yo, vamos. Harald le soltaba dinero a puñados, regalos caros y eso, y Dóri lo admiraba un montón. Se notaba que a Harald le encantaba aquello. Aunque en realidad no siempre trataba tan bien a Dóri; se empeñaba en humillarlo delante de nosotros. Pero siempre se las arreglaba luego para solucionar el asunto y que Dóri no lo mandase a la mierda. Era una relación bastante increíble.

– ¿Cómo te sentaba que Dóri hiciese todo eso, que estuviese tan encandilado con Harald, porque has dicho que era amigo tuyo de la infancia? ¿No estabas celoso? -preguntó Þóra. Hugi sonrió.

– No, qué va. Seguíamos siendo amigos. Harald estaba en Islandia sólo temporalmente y yo sabía que todo eso pasaría. En realidad, si acaso, me resultaba divertido ver a Dóri haciendo de admirador perdido. Hasta entonces siempre había sido yo quien le admiraba a él; aquello era todo un cambio, como verle detrás de mí todo el rato, y eso. Y no es que Dóri no arremetiese contra mí de vez en cuando, igual que Harald contra él, por mi pinta o mis costumbres. -El gesto de Hugi se nubló de pronto, preocupado-. Yo no lo maté para recuperar a mi amigo. No fue así.

– No, quizá no -dijo Matthew-. Pero dime una cosa. Si no le mataste tú, ¿quién lo hizo? Debes de tener alguna sospecha. Sabes que no puede ser ni suicidio ni accidente.

Los ojos de Hugi volvieron a fijarse en el suelo.

– No lo sé. Si lo supiera, claro que lo diría. No quiero seguir aquí.

– ¿Crees que tu amigo Dóri puede haberle matado? -preguntó Þóra-. ¿Le estás protegiendo?

El joven negó con la cabeza.

– Dóri nunca mataría a nadie. Y a Harald menos que a nadie. Ya os he dicho que lo admiraba.

– Sí, pero también dijiste que Harald le había fastidiado muchas veces, que le había humillado delante de vosotros. A lo mejor se enfadó y no supo dominarse. Esas cosas pasan -dijo Þóra.

Hugi levantó los ojos, con más determinación que antes.

– No. Dóri no es así. Está estudiando para médico. Quiere ayudar a las personas, no matarlas.

– Mi querido Hugi, creo que estoy obligado a decirte que, a lo largo de los siglos, ha habido médicos que han matado a gente. Todas las profesiones tienen su manzana podrida -dijo Matthew medio en broma-. Pero si no fue Dóri… entonces, ¿quién fue?

– Quizá Marta Mist -murmuró el chico sin convicción. Ciertamente, esa chica no era demasiado popular-. A lo mejor es que Harald la llamó Nebel demasiadas veces.

– Ya, Marta Mist -dijo Matthew-. Es una sospecha magnífica, si no fuera porque tiene una coartada perfecta. Como todos los demás de ese grupo vuestro de magia. Excepción hecha de Dóri. Su coartada es la más débil. Es totalmente imaginable que pudiera salir un momento de ese Kaffibrennslan… que matara a Harald y volviera a seguir bebiendo sin que nadie se diera cuenta.

– ¿Y sentarse en el mismo sitio? ¿En el Kaffibrennslan un sábado por la noche? No creo -respondió Hugi; ahora el tono burlón era suyo.

– ¿Y no se te ocurre nadie más? -preguntó Þóra.

Hugi llenó de aire las mejillas y lo fue soltando despacio.

– Quizá alguien de la universidad. No lo sé. O alguien de Alemania. -Tuvo cuidado de no mirar a Matthew mientras lo decía, como si pensase que Matthew amaba locamente a su país-. Sé que Harald tenía algo entre manos esa noche. Me lo dijo, quería comprarme droga para celebrar el día, o algo así.

– ¿O algo así? -preguntó Matthew con brusquedad-. Tendrás que ser más claro. ¿Qué dijo exactamente?

El joven puso gesto pensativo.

– ¿Exactamente? No recuerdo nada exactamente, pero iba de algo que había conseguido encontrar por fin. Gritó algo en alemán y levantó el puño. Y luego me dio un abrazo y me apretó a lo bestia y dijo que necesitaba unas buenas pirulas, porque se sentía cojonudamente y quería montárselo bien.

– ¿Fue entonces cuando os marchasteis de la fiesta? -preguntó Þóra-. ¿Después de abrazarte y pedirte las pirulas?

– Sí, al poco de eso. Yo estaba ya bastante colocado; había bebido demasiado y había intentado, sin ningún éxito, descolocarme con una raya. Demasiado. Así que cogimos un taxi hasta mi casa y sólo recuerdo que no encontré las pirulas; en realidad, ya ni sabía lo que me hacía, no habría podido ni encontrar la leche en la nevera. Recuerdo también que Harald se enfadó bastante y dijo que menuda mierda de paseo para nada. Me acuerdo también de que me eché en el sofá porque todo empezó a darme vueltas.

Þóra interrumpió a Hugi.

– ¿Has dicho que tú no le diste la pastilla de éxtasis?

– No la encontré -respondió el chico-, estaba que no me enteraba de nada, os lo acabo de decir.

Ella miró a Matthew pero no dijo nada. En el informe de la autopsia se decía que en la sangre de Harald se habían encontrado restos de éxtasis, de modo que en algún momento había conseguido encontrarla.

– ¿Puede ser que la hubiera comprado antes, esa misma noche? ¿O que la encontrara en tu casa mientras tú dormías la mona?

– En la fiesta no había tomado nada de éxtasis; eso es seguro. No estaba así, yo conozco perfectamente los efectos. También está excluido que la encontrara en mi casa, porque la poli encontró las pirulas en mi trastero del sótano cuando hicieron el registro. Las había escondido allí y tenía la llave en el bolsillo. Difícil que Harald hubiera ido al sótano a buscarla; dudo hasta que supiera que había sótano. A lo mejor se fue a su casa y la cogió de allí. Sé que tenía algunas, pero decía que no eran muy buenas. ¿Porque preguntáis tanto sobre eso?

– ¿Estás seguro de que Harald no te rebuscó en el bolsillo y cogió la llave? A lo mejor no lo recuerdas, y si lo recordaras ¿nos lo dirías? -preguntó Matthew-. Intenta recordar. Estabas tumbado en el sofá y todo te daba vueltas, ¿y entonces?

Hugi apretó los ojos y, a todas luces, hizo todos los esfuerzos posibles por rescatar aquel instante de la memoria. De pronto abrió los ojos y les miró extrañado.

– Sí, ya me acuerdo. En realidad yo no dije nada, pero Harald sí que me dijo algo a mí. Se inclinó sobre mí y me dijo algo en voz baja; recuerdo que tuve muchas ganas de responderle y pedirle que me esperara, pero no pude.

– ¿Qué? ¿Qué dijo? -preguntó Matthew impaciente.

El chico les miró con gesto de duda.

– A lo mejor me equivoco, pero recuerdo que dijo: «Duerme tranquilo, chiquillo. Ya tendrás tiempo de alegrarte. Vine a Islandia en busca del infierno, y adivina: lo he encontrado».

Capítulo 14

– No seas idiota. -Marta Mist se puso la boquilla en los labios y dejó escapar una gran bocanada de humo. Sacudió la ceniza del cigarrillo a medio fumar y luego lo apagó, harta ya-. Estás poniendo las cosas aún peor de lo que están, y ni te imagines que le estás haciendo a nadie un favor con esto. -Miró, con el enfado en sus almendrados ojos verdes, al joven que estaba sentado, o, más exactamente, repanchingado, en una silla al otro lado de la mesa, quien le devolvió una mirada del mismo estilo pero sin decir nada. Marta Mist se irguió y se pasó los dedos delgados por el largo cabello rojizo-. Cariño, no me mires así. Estás en esto con nosotros, y no sueñes con ponerte a hacer de repente el papel de ciudadano modelo lleno de remordimientos. -En busca de apoyo miró a su amiga, que estaba sentada a su lado. La muchacha rubia se contentó con asentir con la cabeza, los ojos muy abiertos. Tenía el pelo rapado a lo chico, pero nadie la habría podido confundir con un hombre. Era menuda y muy delgada, con excepción de sus abultados pechos. Vista desde detrás habría podido ser un niño, sentada al lado de Marta Mist, que era de elevada estatura, y que aún no había dicho la última palabra-. Es una memez de machos tan enorme que me dan ganas de vomitar. Achantarse cuando llega el momento de la verdad. -Volvió a reclinarse hacia atrás en su silla, satisfecha consigo misma. Su amiga no se atrevía a mirarlos a ninguno de los dos, concentrada en su refresco.