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– Todo el que consideremos necesario -respondió Matthew con gesto ambiguo-. Aún no estoy convencido de que hayan detenido al verdadero culpable… a pesar de todo lo que nos ha indicado. Naturalmente, podría estar equivocado.

El policía sonrió con desgana.

– Les estaríamos agradecidos si nos permitieran seguir sus averiguaciones mientras la investigación siga abierta. No queremos que se produzca un conflicto entre nosotros, de modo que lo mejor sería que pudiéramos hablar de colaboración.

Þóra aprovechó la ocasión.

– Tenemos parte de los informes, pero nos faltan muchas cosas. Les envié una carta, que supongo les llegaría hoy por la mañana, en la que solicitamos poder revisar todos los informes en beneficio de los familiares… ¿Ve algún inconveniente?

El policía se encogió de hombros.

– En sí, ninguno; pero no es responsabilidad mía. No es habitual este modo de proceder, pero no obstante imagino que se les concederá la autorización. Podía llevar cierto tiempo reunirlo todo. Naturalmente, lo intentaremos… -No continuó porque llamaron a la puerta-. Pase -dijo en voz alta, y la puerta se abrió. En el umbral había una mujer policía joven, con una caja de cartón en brazos. Por el borde asomaba un ordenador negro de sobremesa.

– Aquí está el ordenador que pediste -dijo la joven, y entró. Dejó la caja sobre la mesa y sacó de ella un papel metido en una funda de plástico transparente-. El monitor está abajo, en recepción; lo traen directamente del almacén, porque no lo necesitábamos para nada. En realidad es una tontería llevárselo -le dijo al policía, muy envarada-. Casi convendría avisar a los que hacen estos registros domiciliarios de que aunque los documentos informáticos y otras cosas de ésas formen parte de la documentación, no es así en sentido literal. Todo está dentro del ordenador, que se puede utilizar con cualquier monitor. -Dio un golpecito sobre el aparato.

El policía no pareció demasiado contento con la joven y con que utilizara aquellos modos delante de Þóra y Matthew. La miró con ojos de reproche.

– Gracias por las aclaraciones. -Le quitó la funda de plástico y extrajo de ella el documento-. Si no le importa firmar el recibo -le dijo a Matthew-. El resto de los documentos que se cogieron en el registro se encuentran también ahí.

– ¿De qué documentos se trata? -preguntó Þóra-. ¿Por qué no se devolvieron con los demás?

– Se trataba de efectos que preferimos estudiar más detenidamente, una selección. En realidad no nos proporcionaron nada especial. No sé si ustedes encontrarán allí algo sustancioso, pero lo dudo. -Se puso en pie, anunciando así que la conversación había llegado a su fin.

Þóra y Matthew se levantaron de sus asientos y éste cogió la caja en brazos después de firmar la entrega.

– No olvide el monitor -dijo el policía, sonriéndole a Þóra. Ésta devolvió la sonrisa y le aseguró que se lo llevarían.

Fueron hacia el coche, Þóra con el monitor y Matthew con la caja. Ella cogió el montón de documentos antes de acomodarse en el asiento del copiloto. Pasó la mirada por algunas páginas al azar mientras Matthew ponía el coche en marcha.

– ¿Qué demonios es esto? -dijo asombrada, y miró a Matthew.

Capítulo 16

Þora sostenía en la mano una funda para documentos de cuero ocre que había sacado del montón de papeles. Ésta estaba cerrada con unas cintas que desató para estudiar el contenido. El cuero conservaba una textura suave al tacto, como de guante, aunque probablemente tenía ya muchos años. Por lo menos tenía sesenta años, si significaba algo la marca que tenía impresa: NHG 1947. Pero fue el contenido, más que la funda, la causa de su asombro.

– ¿Pero qué es esto? -preguntó, mirando extrañada a Matthiew. Señaló unas cartas viejas que aparecieron al abrir la funda; unas cartas antiguas, para ser más exactos, pues a juzgar por su aspecto y su escritura, eran mucho más antiguas que su envoltura.

Matthew miró desconcertado la funda.

– ¿Estaba eso en el montón de cosas de la caja?

– Sí -respondió Þóra mientras iba levantando la parte superior de las cartas con la yema del dedo, para comprobar cuántas eran. Dio un respingo tremendo cuando Matthew vociferó algo incomprensible y le arrebató la funda.

– ¿Estás loca? -exclamó muy alterado, cerró la carpeta y puso un elástico además de las cintas. Lo hizo con bastantes dificultades, porque el volante le entorpecía los movimientos y por el escaso espacio disponible en el asiento delantero.

Þóra no sabía a qué venía aquello y se limitó a seguir en silencio las manipulaciones. Cuando él tuvo bien cerrada la funda, la depositó cuidadosamente en el asiento trasero. Luego se despojó del abrigo y lo colocó encima de la funda de modo que la carpeta quedará bien cubierta sin asomar por debajo.

– ¿No convendría mover el coche? -preguntó Þóra para romper el silencio. Él se levantó a medias del asiento y se asomó fuera para mirar la calle.

Agarró el volante con las dos manos y resopló.

– Perdona el arrebato. No me esperaba para nada ver aquí estos documentos, en una simple caja de cartón de la policía. -Llegó a la calle y siguieron.

– ¿Y qué son esas cosas, si me está permitido preguntar? -inquirió Þóra.

– Son unas cartas antiquísimas, pertenecientes a la colección del abuelo de Harald, algunas de sus piezas más valiosas. En realidad, no son ni siquiera tasables, y es absolutamente incomprensible que Harald se las trajera a Islandia. Estoy convencido de que la compañía aseguradora sigue convencida de que están en la caja fuerte del banco, como estaba estipulado. -Matthew colocó el espejo retrovisor para no perder de vista aquel valioso cargamento-. Las escribió un aristócrata de Innsbruck en el año 1485. Las misivas tratan de la campaña de Heinrich Kramer contra las brujas de la ciudad, antes de que las cazas de brujas estuvieran tan generalizadas como llegarían a estarlo más tarde.

– ¿Y quién era ese Heinrich Kramer? -Þóra tuvo la sensación de conocer aquel nombre, pero no podía recordar exactamente quién era.

– Uno de los autores del Martillo de las brujas, que era una especie de manual para la caza de brujas -respondió Matthew-. Era magistrado jefe del tribunal de la inquisición en los territorios que, hoy en día, pertenecen a Alemania en su mayor parte; sin duda una persona poco recomendable, que, entre otras cosas, tenía especial aversión a las mujeres. Además de ocuparse de las imaginarias hechiceras, dedicó sus esfuerzos a la lucha contra judíos y herejes, y en realidad contra casi todos los grupos de gente que no estaban en condiciones de defenderse.

Þóra recordó el compendio que encontró en la red.

– Sí, es cierto. -Y entonces añadió, intrigada-: ¿Estas cartas tratan de él?

– Sí-respondió M.uiliew-. Fue a Innsbruck. Ese individuo. Pero no venció. En realidad, se marchó… puso en marcha una investigación caracterizada por la violencia y por un uso desenfrenado de la tortura, y las sospechosas, unas cincuenta y siete mujeres, no obtuvieron los beneficios de la defensa legal, que nunca se concedía durante la instrucción, la llevasen los clérigos o las autoridades laicas. Kramer llegó hasta tal punto de rigurosidad cuando tenía que vérselas con las actividades sexuales de aquellas supuestas brujas, que el obispo se escandalizó y acabó expulsándole de la ciudad. Las mujeres que había tenido encarceladas fueron liberadas inmediatamente después, pero para entonces se hallaban ya en un estado incalificable, a causa de las constantes torturas. Las cartas hablan de su maltrato a la esposa del escritor de las cartas. Como es fácil imaginar, no es una lectura muy divertida.