Saludos
Mal
– Bien, bien -dijo Matthew-. Contéstale mientras está aún delante del ordenador.
Þóra se apresuró a pulsar «responder».
– ¿Y qué le digo? -preguntó mientras introducía el encabezamiento: Estimado Mal.
– Cualquier cosa -respondió Matthew como loco. Þóra decidió escribir:
Desgraciadamente, lo de la muerte de Harald es cierto. Fue asesinado. Yo soy la picapleitos que intentó escribirte, pero hasta ahora no he podido disponer del ordenador de Harald. Trabajo para la familia Guntlieb: están muy interesados en encontrar al asesino. Ahora hay detenido un joven que según todos los indicios es inocente de este horrible crimen, y tengo la impresión de que tú puedes proporcionarnos información que nos sería de gran ayuda. ¿Sbes qué es lo que Harald creía haber encontrado y quién es ese «idiota del demonio» del que hablaba en el último mensaje que te mandó? Lo mejor sería que me enviases un número de teléfono en el que pueda ponerme en conta contigo.
Saludos de Þóra.
Matthew leyó nervioso mientras ella escribía, y en cuanto terminó agitó las manos impaciente y ordenó: «Enviar, enviar».
Þóra envió el mensaje y esperaron en silencio durante varios minutos. Por fin apareció el aviso de que había llegado un mensaje, Se miraron expectantes antes de que Þóra lo abriese. Los dos sufrieron idéntica decepción.
Picapleitos: vete al infierno. Llévate también a la familia Guntlieb. Sois una puta mierda. Prefiero morir antes que ayudaros.
Saludos con odio Mal
Þóra resopló. Pues vaya. Miró a Matthew.
– ¿Puede ser que esté tomándonos el pelo?
Matthew se encontró con su mirada sin saber si era ella la que se burlaba. Supuso que así era.
– Segurísimo… sin duda enviará otro mensaje con uno de esos signos sonrientes que aparecen en la pantalla, diciendo que ama profundamente a la familia Guntlieb -suspiró-. Vaya fastidio, es obvio que Harald no les hablaba demasiado bien de sus padres a sus amigos. Creo que lo mejor será olvidarnos de este individuo.
Þóra suspiró.
– ¿No es una pérdida de tiempo seguir aquí? Por ejemplo, podríamos pasarnos por el Kaffibrennslan y charlar con el camarero que confirmó la coartada de Halldór, si está de servicio ahora. Estoy totalmente de acuerdo contigo en que su testimonio es un tanto endeble. Si no está trabajando, pues nos tomamos un café.
Matthew aceptó encantado La proposición y se puso en pie, Þora se apresuró a desconectar el pendrive, se lo metió en el bolso y apagó el ordenador.
En el Kaffibrennslan no había mucha gente, de modo que Þóra y Matthew pudieron elegir sitio. Se sentaron en una mesa al lado de la barra, en el piso de abajo. Mientras ella estaba atareada colocando su chaquetón de pluma en el respaldo de la silla, Matthew intentó atraer la atención del camarero, que resultó ser una mujer joven. Ella le miró y sonrió, dando así a entender que acudiría enseguida. Matthew se volvió entonces hacia Þóra.
– ¿Por qué no te pusiste el abrigo que llevabas esta mañana? -preguntó, extrañado al ver el enorme chaquetón que se extendía a ambos lados de la silla: las mangas estaban tan llenas de pluma que se alzaban casi tiesas a los lados.
– Tenía frío -respondió Þóra molesta-. El abrigo lo guardo en la oficina… me pongo el chaquetón por las mañanas y me lo llevo a casa por las tardes. ¿No te parece suficientemente elegante?
Matthew puso un gesto que expresaba todo lo necesario acerca de su opinión sobre el plumífero en cuestión.
– Sí, elegantísimo… para trabajar midiendo el espesor de la capa de hielo de la Antártida.
Þóra puso mala cara.
– Hola, chiquita -dijo él sonriendo a la camarera que había aparecido al lado de su mesa.
– ¿Qué os apetece? -preguntó la muchacha, con una sonrisa. Llevaba un delantal negro, corto, atado a su esbelta cintura, y en la mano portaba un cuadernito… lista para anotar la comanda.
– Oh, sí, gracias -respondió Þóra-. Yo tomaré un café doble. -Se volvió hacia Matthew-: ¿Te apetece un té en taza de porcelana?
– Ja, ja. Muy graciosa -dijo Matthew, que se dirigió a la camarera para pedirle lo mismo que Þóra.
– De acuerdo -dijo ésta sonriente sin anotar nada-. ¿Algo más?
– No y sí -contestó Þóra-. Nos preguntábamos si Björn Jónsson estaría trabajando ahora. Necesitábamos hablar con él un momentito.
– ¿Bjössi? -preguntó la chica, extrañada-. Sí, tiene que venir. -Miró el reloj que colgaba en la pared-. Su turno empieza dentro de poco. ¿Queréis que vaya a buscarle? -Þóra le pidió que lo lo ciera y la joven se marchó en busca de Bjössi y de los cafés.
Matthew miró a Þóra y le sonrió dulcemente.
– Tu chaquetón es tremendamente elegante. De verdad lo digo. Sólo que es un poco… voluminoso.
– No parece que dieras tanta importancia al tamaño cuando estabas de palique con Bella. Ella también es grande… tan grande que tiene su propia fuerza de la gravedad. Las grapas de la oficina acaban todas pegadas a ella. Quizá deberías comprarte tú también un chaquetón de éstos. Son de lo más prácticos.
– No puedo -respondió Matthew sonriéndole-. Entonces tendrías que sentarte en el asiento de atrás, y eso sería una pena. No existe posibilidad alguna de meter dos plumíferos como el tuyo en el asiento delantero.
La continuación de aquella charla sobre plumíferos tendría que esperar mejores tiempos, porque la chica acababa de llegar con el café. La acompañaba un hombre joven. Era guapo, de una forma un tanto femenina… el pelo corto perfectamente cortado y pulcro, y no se le veía ni la más mínima sombra en las mejillas.
– Hola, ¿queríais hablar conmigo? -preguntó con una voz de agradable timbre.
– Sí, ¿tú eres Björn? -dijo ella mientras cogía una de las tazas de café. El joven dijo que sí, y Þóra le explicó quiénes eran. Había decidido no complicarle las cosas al muchacho haciéndole hablar en inglés, de modo que se dirigió a él sólo en islandés. Matthew no prestó ninguna atención, se limitó a ir bebiendo su café-. Querríamos hacerte unas preguntas sobre la noche en que se cometió el crimen, y sobre Halldór Kristinsson.
Bjóssi asintió, con gesto muy serio.
– Sí, no hay problema… pero ¿puedo hablar con vosotros sin que haya líos? No contraviene ninguna norma, ¿verdad? -Þóra le aseguró que no había ninguna pega, y el joven continuó-. Como dije en su momento estaba trabajando aquí, en realidad éramos varios. -Miró a su alrededor, el local estaba medio vacío-. Los fines de semana no es como ahora. Entonces está de bote en bote.
– ¿Pero le recuerdas claramente? -preguntó ella, procurando que su pregunta no le sonara a que dudaba de su testimonio.
– ¿A Dóri? Pero poi favor -dijo Bjóssi con cordialidad-. Si le conozco… bueno, mas o menos. Él y su amigo, ese extranjero que asesinaron, venían mucho por aquí, y era imposible no fijarse en ellos. El extranjero aquel era bastante especial. Nunca me llamaba otra cosa que Bär, que significa «oso» en alemán, igual que Björn en islandés. Dóri también venía solo a veces y entonces se sentaba en la barra y charlábamos.
– ¿Estuvo charlando contigo esa noche? -preguntó Þóra.
– No, no pudo ser. Había tanto que hacer que yo andaba como loco de aquí para allá, sirviendo. Pero sí que le dije hola y cruzamos unas palabras. Aunque en realidad estaba bastante cabreado, de modo que no perdí mucho tiempo charlando.
– ¿Cómo puedes saber exactamente cuándo vino? -inquirió ella-. A juzgar por lo que dices, apenas tuviste tiempo para darle cuenta de la hora que era… ni oportunidad de hacerlo.