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Þóra le sonrió y le dio las gracias. Por lo menos había sido un intento de mostrar cierta cortesía… aunque el deseo de mostrarse fino tuvo más éxito que sus palabras.

– Bueno -le dijo a su hija-, ¿vamos a preparar la cena? -La pequeña asintió muy juiciosa con la cabeza y se fue a llevar una bolsa a la cocina.

Después de cenar juntos (lasaña recalentada que Þóra había elegido en la tienda y pan hindú naan que había cogido por equivocación en vez del pan con ajo), su hija se fue a su cuarto a jugar mientras su hijo recogía la mesa. Entendía claramente que su estallido había afectado a su madre y su hermana, pero no era capaz de pedir disculpas. Þóra hizo como que no pasaba nada, confiando en que estaba siguiendo la conducta adecuada… que el muchacho acabaría por confiarle, sin necesidad de forzarlo, qué era lo que tan irritado le tenía. Creía haberle dejado bien claro que podía acudir a ella en cuanto quisiera y para lo que la necesitara. Le dio un beso cuidadoso en la mejilla y le agradeció la ayuda, y a cambio recibió una sonrisa grotesca. Luego se marchó a su cuarto.

Þóra decidió aprovechar la tranquilidad que se había creado de pronto para mirar las cosas que había copiado del ordenador de Harald. Sacó su portátil y se instaló en el sofá del salón. Contempló varias fotos de las preparaciones culinarias y de la operación de la lengua. Las fotos de la intervención eran del 17 de septiembre. Las fue abriendo una tras otra y ampliando aquellas en las que aparecía algo que pudiera ser de interés. Durante un rato todas las imágenes eran igual de desagradables. El tema principal de todas era la boca abierta y la operación en sí, pero de vez en cuando se llegaba a vislumbrar la barbilla de Harald. Al parecer, la intervención se había realizado en una casa particular (hasta ahí estaba claro), pues lo poco que se veía del entorno no permitía pensar en una clínica ni un despacho de dentista. Se podía ver una mesita baja de tresillo, cubierta hasta el último centímetro de vasos vacíos o medio llenos, de latas de cerveza y otras cosas de ésas… así como por un gran cenicero lleno hasta el borde. También estaba claro que no era la casa de Harald. Aquel apartamento parecía mucho más desarreglado y decorado con un gusto radicalmente inferior al que caracterizaba las inmaculadas y minimalistas habitaciones de Harald. En una foto se veía el cuerpo del que realizaba la intervención, o que ayudaba a ella. Él, o ella, llevaba puesta una camiseta de color marrón claro con una inscripción que Þóra no podía leer porque unos pliegues se lo impedían. Pero consiguió distinguir el número «100» y las letras «…lico…». No habían empezado aún a cortar cuando se tomaron esas dos fotos, pero la tercera la habían hecho después de clavar el bisturí: la sangre corría por las comisuras de la boca de Harald y el brazo que se veía estaba cubierto de manchas de sangre. Debía de haber salpicado por todas partes cuando cortaron la lengua: si los tajos eran como las heridas en la cabeza, habría sangrado muchísimo. Þóra desplazó el puntero al brazo y aumentó una zona en la que creyó ver un tatuaje. Resultó ser cierto: en el brazo se distinguía la palabra crap. Nada de adornos ni dibujos: sólo crap. En las fotos de la lengua no había nada más que ver.

Las fotos de cocina habían despertado la atención de Þóra porque estaban datadas justo antes del asesinato de Harald: en la época en que, según Hugi, había estado prácticamente aislado, sin relacionarse con los amigos. Las indicaciones de los archivos lo confirmaban: las fotos se habían tomado un miércoles, tres días antes del asesinato de Harald. Þóra estudió detenidamente dos de las imágenes, en especial las manos, que estaban atareadas preparando una ensalada y cortando pan. Hasta un ciego se habría podido dar cuenta de que se trataba de dos personas distintas. Unas manos estaban cubiertas de cicatrices: tatuajes en cicatriz, que formaban entre otras cosas una estrella de cinco puntas y un tipo sonriente con una herradura y cuernos. Aquél tenía que ser Harald. Las otras eran mucho más finas, manos de mujer con dedos finos y bien cuidados, uñas cortas. Þóra amplió una de las fotos, en la que se podía distinguir en el anular un anillo sencillo con lo que parecía un diamante o alguna otra piedra preciosa blanca. El anillo era de aspecto demasiado corriente para ser de autor, pero quizá se le podría enseñar la foto a Hugi y comprobar si le resultaba conocido.

Algo surgió de pronto en la memoria de Þóra: algo que la había perturbado en su primera visita al apartamento de Harald. El ejemplar de la revista alemana Bunte en el cuarto de baño. No había duda de que Harald no leía esas revistas para mujeres. También era evidente que los islandeses tampoco las leían. Tenía que haber llegado con alguien venido de Alemania… alguien de género femenino. En la portada de la revista, un famosísimo actor y su mujer sonreían por el previsible éxito de la procreación. Si la memoria no la engañaba, aquel niño había llegado al mundo en el otoño pasado. ¿Podía ser que Harald hubiese recibido una visita de Alemania… de alguien que vivía en su casa precisamente en el tiempo en que, precisamente por esa razón, no podía verse con sus amigos? Þóra telefoneó a Matthew, que respondió a la tercera llamada.

– ¿Dónde estás?… ¿Te pillo en mal momento? -preguntó en cuanto oyó el clic.

– No, no -respondió él, evidentemente con la boca llena. Tragó-. Estoy fuera, comiendo, he pedido carne. ¿Qué pasa? ¿Quieres venir a acompañarme en el postre?

– ¿Eh? No, gracias -Þóra descubrió que se moría de ganas de hacerlo. Era estupendo eso de salir a comer, acicalarse y brindar con unas copas que otra persona tendría que fregar-. Mañana es día de colegio y tengo que ocuparme de que los niños se vayan a la cama a una hora prudencial. No, sólo llamaba para saber si tendrías el número de teléfono de la mujer que limpiaba en casa de Harald: tengo la sospecha de que hubo alguien en su casa justo antes del crimen… alguien que incluso dormía allí. Creo que todo apunta a que era alguien de Alemania: una mujer.

– Pues sí, lo tengo en algún sitio, en la agenda del móvil. ¿Quieres que la llame yo? Ya tuve una conversación con ella, y habla inglés estupendamente. Quizá sea eso lo más fácil… a ti no te conoce pero seguramente se acordará de mí, porque le pagué el sueldo que se le debía.

Þóra se mostró de acuerdo, y Matthew prometió llamarla enseguida. Ella aprovechó el rato para decirle a su hija que se fuera a acostar, y estaba ayudándola a cepillarse los dientes cuando Matthew volvió a llamar. Þóra se puso el teléfono en el hombro y lo sujetó con la mejilla, para poder hablar y ayudar a su hija con la higiene dental, todo al mismo tiempo.

– Oye, dice que la cama del dormitorio de invitados había sido usada. Además, en el baño había unos trastos… maquinillas de afeitar desechables… maquinillas de ésas para mujer, lo que indica que tienes razón.

– ¿Informó a la policía?

– No, pensaba que no tendría importancia, porque a Harald no lo habían asesinado en su casa. Además dijo que muchas veces había huéspedes, más de uno y más de dos. Y había habido varias fiestas, que al parecer coincidieron en el tiempo con la visita del huésped.

– ¿Puede ser que Harald tuviese una novia alemana?

– ¿Que atravesaba el mar para venir a visitarle y luego se acostaba en el cuarto de invitados? Me parece absurdo. Y nunca he oído hablar de ninguna novia alemana.

– Claro que podrían haberse peleado -Þóra se lo pensó mejor-. O quizá no era una novia, sino una amiga, o un familiar. ¿Su hermana, quizá?

Matthew calló por un momento.

– Creo que de ser así, deberíamos dejarlo correr.