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– ¿Qué quiere que hagamos? -El nerviosismo de Bríet había hecho mella en Marta Mist.

– Quiere que hablemos con unos abogados que trabajan para los padres de Harald. Desean tener una reunión con nosotros, y Gunnar está empeñado en que colaboremos. Lo cierto es que dijo que no era tan tonto como para creer que íbamos a decir la verdad en todos los extremos, aunque a él le daba lo mismo… bastaba con que habláramos. -Dio una fuerte calada y dejó escapar una espiral de humo. Le pareció oír que había alguien con Marta, que preguntaba qué pasaba.

– Vale, vale -dijo Marta Mist-. ¿Qué hacemos con los demás? ¿Ya les has llamado?

– No, tienes que ayudarme tú. Quiero acabar con esto… nos reunimos todos a las diez y nos quitamos este asunto de encima. Hoy tengo que ir a clase.

– Yo hablo con Dóri. Tú llama a Andri y Brjánn. Nos vemos en la librería. -Marta Mist colgó sin decir nada más.

Bríet se quedó mirando el teléfono, enfadada. Claro que era Dóri el que estaba con Marta. Así que ella no tenía que telefonear a nadie… le dejaba a Bríet toda la faena, como de costumbre. Si se hubiera ofrecido a llamar a Andri o a Brjánn, pues estupendo. Bríet tiró destempladamente el cigarrillo, lo apagó en las escaleras y se puso en pie. Se fue en dirección a la librería mientras se dedicaba a localizar el número de Brjánn en su teléfono.

Desde la ventana de su despacho de Árnagarður, Gunnar vio a Bríet alejarse. «Estupendo», pensó; «les tengo bien agarrados por el cuello». Cuando se lanzó a hablar con la chica un rato antes, tuvo que usar todas sus fuerzas para no perder el ánimo. No tenía nada contra aquella gente: ni siquiera la convicción de que estuvieran metidos en drogas y Dios sabe en qué cosas más. Cuando se ofreció a ir con ellos a la reunión con la abogada, en realidad lo hizo sin intención de cumplir: hasta entonces aquellos chicos no habían hecho nunca el menor caso de lo que les decía, por eso no esperaba que aceptasen ahora con tanta facilidad. Así que echó mano de las amenazas… Tenía que ser algo que les importara, y al parecer su artimaña había resultado.

Aquel grupo siempre le había sacado de sus casillas. Harald parecía el peor, pero los demás no le iban demasiado a la zaga. Claro que lo importante era que su aspecto externo no les había deformado la inteligencia. Cuando se le metió entre ceja y ceja librarse de aquella estupidez que llamaban «sociedad histórica», expulsándolos de los locales de la facultad, revolvió Roma con Santiago y descubrió, con gran asombro, que algunos de ellos eran alumnos de sobresaliente.

Dejó caer la cortina y cogió el teléfono. Delante de él, sobre la mesa, estaba la tarjeta de la abogada… tenía que mantener buenas relaciones con ella y con el alemán si quería encontrar el documento que había robado Harald. ROBADO. Era inaguantable tener que hacer semejante papelón… creía conocer bien a aquel joven tan desagradable, y siempre hablaba de él con respeto. Y resulta que era un ladrón como una casa, para vergüenza de sí mismo y de todos los demás. Gunnar dejó el teléfono. Tenía que calmarse un poco: no podía llamar a aquella mujer en el estado de nervios en el que se encontraba. Respirar hondo y pensar en otra cosa. La beca Erasmus, por ejemplo. La solicitud ya había entrado y había bastantes opciones de que la aprobaran. Gunnar logró tranquilizarse. Levantó el teléfono y marcó el número que figuraba en la tarjeta.

– Þóra, buenos días, aquí Gunnar -dijo con toda la amabilidad de la que era capaz-. Respecto a los amigos de Harald… querían una reunión con ellos, ¿no?

Capítulo 21

Þora no había vuelto a ver personalmente un grupo tan peculiar desde que su hijo celebró su decimosexto cumpleaños. Y eso que los jóvenes que tenían delante Matthew y ella eran casi diez años mayores. Estaban todos sentados en unas posturas que demostraban que habían caído sobre el sofá del cielo (con excepción de la chica alta pelirroja), y se contemplaban los pies con gran interés. Después de recibir la llamada de Gunnar, aquella misma mañana, Þóra se puso en contacto con Bríet, y acudió a la reunión con el grupo, en compañía de Matthew. Bríet no se mostró precisamente feliz con la reunión, pero pese a todo aceptó a regañadientes convocar a sus amigos y celebrar una reunión a las once en algún sitio donde se pudiera fumar. En vista de que no había demasiado donde elegir, Þóra propuso realizar la reunión en casa de Harald. Aceptó tan a desgana como la reunión misma, pero a juzgar por el tenor de la breve conversación, Þóra vio con claridad que igual podría haberlos invitado a París: la reacción habría sido la misma. Matthew estaba encantado con la elección del lugar, pues pensaba que podría ponerles nerviosos y aumentar las probabilidades de que dijeran la verdad.

Mientras esperaban la llegada de los jóvenes, Þóra aprovechó la ocasión para enseñarle a Matthew la hoja manuscrita que salió del Martillo de las brujas. Dedicaron un tiempo a estudiarlo pero no llegaron a ninguna conclusión firme, aparte de que aquello de Innsbruck – 1485 estaba relacionado evidentemente con la llegada de Kramer a la ciudad y la supuesta carta antigua que tanto había interesado a Harald. En cuanto J. A, Þóra creía con bastante seguridad que se trataba del último obispo católico de Islandia, Jón Arason, y el año 1550 era la fecha de su ejecución. Pero no conseguía explicarse por qué Harald lo habría tachado. A lo más que llegaron era que debía de tratarse de una especie de repetición mental, por Harald, del viaje de algún objeto muy valioso. Matthew no sabía qué podía ser aquel Libro de visitas de la cruz: en la casa no se encontró ningún libro de visitas, que él supiera, ni tenía idea de que la policía se hubiese llevado uno en el registro domiciliario. El timbre de la puerta les impidió seguir con sus especulaciones sobre los garabatos de aquel papel.

Los jóvenes entraron en el salón del apartamento de Harald, se sentaron todos en los dos sofás y Þóra y Matthew se instalaron en las butacas enfrente de ellos. Þóra había hecho acopio de ceniceros y el aire del salón ya estaba atestado de humo.

– ¿Y qué queréis de nosotros? -preguntó la chica pelirroja, Marta Mist. Sus amigos la miraron, contentos de que uno de ellos se hubiera hecho cargo del papel de líder atrayendo la atención hacia sí. Siguieron fumando.

– Sólo queríamos charlar con vosotros sobre Harald -respondió Þóra-. Como sabéis, hemos intentado varias veces tener una reunión con vosotros, pero sin éxito.

Marta Mist pareció recibir aquellas palabras con indiferencia.

– Estamos muy ocupados en la universidad y tenemos demasiadas cosas que hacer como para ponernos a charlar con unas personas que no conocemos de nada y con las que no tenemos nada que ver. De modo que nada nos obliga a hablar con vosotros. Ya le dimos toda la información a la policía.

– Sí, claro, magnífico -dijo Þóra intentando que no la pusiera nerviosa la chica aquella, bueno, el grupo entero-. Os estamos muy agradecidos por renunciar a algo de vuestro tiempo para venir a vernos, y prometemos no entreteneros mucho. Como sabéis, estamos investigando el asesinato de Harald por encargo de su familia en Alemania, y entendemos que sois vosotros quienes más trato tuvisteis con él.

– Pues eso no lo sé; sí que le tratábamos bastante, pero de lo que hacía el resto del tiempo no tenemos ni idea -respondió Marta Mist, y Bríet asintió ton la cabeza en muestra de acuerdo. Los hombres se limitaron a estudiarse las palmas de las manos.

– Hablas como si fuerais una sola persona -dijo Matthew-. Hemos charlado con Hugi Þórisson, al que, naturalmente, todos conocéis, y según él eras tú, Halldór, el más cercano a Harald… le ayudabas con traducciones y demás. -Se dirigió a Dóri, que estaba sentado pegado a Marta Mist-. ¿No es así?