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Tomó la palabra, aunque más tranquila que Halldór.

– No sé dónde estudiaste lógica, pero que nosotros no matáramos a Harald no significa automáticamente que fuese Hugi quien lo hiciera. Lo único que ha dicho Dóri es que nosotros no matamos a Harald. Punto. -Ahora le llegó a Marta Mist el turno de reclinarse en el sofá. Sacó el cigarrillo de entre los dedos de Dóri, dio una chupada y lo devolvió a su lugar. En el rostro de Bríet se vio brotar la rabia; aquella muestra más que evidente de amistad íntima la había alterado.

– Hugi no le mato. Él no es así -farfulló Dóri con gesto de enfado. Apoyó el brazo en Marta Mist y se inclinó sobre la mesita para tirar la ceniza del cigarrillo.

– ¿Y tú? ¿Eres tú así? Si no recuerdo mal, no tenías una coartada tan buena como tus amigos. -Matthew miró fijamente a Dóri esperando su reacción.

Ésta no se hizo esperar. La voz de Dóri se hizo más grave por la ira y cuando empezó a hablar avanzó hasta el borde del sofá… acercándose a Matthew tanto como podía sin llegar a caerse.

– Harald era amigo mío. Un buen amigo. Hizo muchísimo por mí, y yo por él. Yo no le he matado. No. Estáis más perdidos que la policía y tú no tienes ni puta idea de lo que estás insinuando -añadió énfasis a sus palabras apuntando a Matthew con su cigarrillo encendido.

– ¿Qué hacías tú por él? Aparte de ayudarle a traducir documentos -añadió Þóra para poder meter baza.

Dóri apartó los ojos de Matthew y dirigió su mirada a ella, sin abandonar la cólera. Abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se detuvo. Después de una última calada y de apagar el cigarrillo, volvió a su lugar en el sofá.

Brjánn, el estudiante de Historia, se asignó a sí mismo el papel de conciliador.

– Venga, entiendo perfectamente lo que pretendéis decir: naturalmente, alguien mató a Harald, y si no fue Hugi, ¿quién fue? Pero os ahorraríais tiempo y trabajo simplemente con creer que estamos diciendo la verdad, ninguno de nosotros mató a Harald. No teníamos ningún motivo para ello… era simpático, imaginativo, un anfitrión espléndido, un gran amigo y un estupendo colega. Sin él, por ejemplo, nuestra asociación no es nada de nada. Además, no podríamos haberle matado nosotros… no estábamos cerca de donde andaba él, y hay un montón de testigos que lo pueden confirmar.

Andri, que estudiaba el máster en Química, tomó la palabra a continuación. Sus ojos estaban empañados y Þóra pensó que debía de estar pasando un mal trago.

– Eso es totalmente cierto. Harald era único; ninguno de nosotros habría querido jamás quitarle de en medio. Podía ser cáustico y desconcertante, pero siempre era tremendamente amistoso cuando llegaba el momento.

– Qué bonito-exclamó Matthew con tono de burla-. Hay una cosa que quiero saber. Estabais todos en la fiesta excepto Halldór; ¿podéis recordar si Hugi y Harald entraron juntos al baño y luego salieron con manchas de sangre en la ropa?

Todos los jóvenes sacudieron la cabeza excepto Halldór.

– A nadie le iba nada en la ropa de nadie -dijo Andri encogiéndose de hombros-. Puede ser perfectamente cierto, pero, al menos yo, no lo recuerdo. -Los otros tres asintieron.

Estuvieron un rato sentados sin decir nada. Se apagaban cigarrillos y se encendían otros nuevos. Matthew rompió el silencio.

– ¿De manera que no sabéis quién mató a Harald?

– No -dijo el grupo al unísono, con determinación.

– ¿Y nunca habéis utilizado partes del cuerpo, como por ejemplo dedos, en vuestras prácticas? -continuó Matthew.

Ya no todos a la vez:

– No.

– ¿Y no conocéis este signo mágico? -Matthew arrojó sobre la mesita un dibujo del signo que habían grabado en el pecho de Harald.

Todos a la vez:

– No.

– Resultaría más convincente si miraseis el papel -dijo Matthew en tono de burla. Ninguno de ellos había concedido al dibujo más que una mirada brevísima.

– Los maderos nos enseñaron el signo este. Sabemos perfectamente adonde quieres llegar -respondió Marta Mist. Puso la mano con descuido sobre el muslo de Dóri.

– Vale… comprendo. ¿Pero podéis decirnos qué fue de todo ese dinero que Harald se trajo al país poco antes de morir? -preguntó entonces Matthew.

– No, de eso no sabemos nada -dijo Marta Mist-. Eramos amigos de Harald, no inspectores de hacienda.

– ¿Compró algo, o habló de comprar algo? -preguntó Þóra dirigiéndose a Bríet, que le parecía, de todos ellos, quien más probablemente diría la verdad.

– Siempre estaba comprando algo -respondió ésta, mirando de reojo a Marta Mist y Dóri. Cuando vio la mano de Marta en el muslo de Dóri, se volvió otra vez hacia Þóra y añadió-: Si no era para él mismo, era para Dóri. Estaban muy unidos. -Sonrió con desvergüenza.

Þóra vio que las mejillas de Dóri se encendían.

– ¿Qué le compraba, y por qué?

Dóri se agitó incómodo en el sofá.

– En realidad no me compraba cosas así, sin más. A veces me daba una cosa u otra en señal de agradecimiento por la ayuda que le prestaba yo.

Þóra no le dejó escapar.

– ¿Cómo qué?

Dóri se ruborizó aún más.

– Vamos. -Volvió a echarse el pelo sobre los ojos.

Matthew volvió a darse una palmada en el muslo… con más decisión que antes.

– Muy bien, buena gente. Tengo una idea. Marta Mist, Bríet, Brjánn y Andri… vosotros no sabéis nada, según decís, y no parece que se os pueda sacar mucho. ¿Qué tal si os vais a casa a estudiar, o a las clases, o a lo que sea que os tiene tan ocupados… y nos dejáis a Þóra y a mí charlar con Dóri en paz y tranquilidad? -Se dirigió a Halldór-. ¿No es lo mejor? Así no resulta tan forzado.

– ¿Pero qué rollo es éste? -gritó Marta Mist-. Dóri no sabe más que cualquiera de nosotros. -Se giró hacia éste-. No tienes por qué quedarte. Nos marchamos todos.

Al principio Dóri no dijo nada, pero apartó de su muslo la mano de la muchacha y se encogió de hombros.

– Vale.

– ¿Vale? ¿Vale qué? ¿Vienes con nosotros? -preguntó Marta Mist intranquila.

– No -respondió Dóri-. Quiero terminar con esto. Me quedo.

Una mueca de furia recorrió el rostro de Marta Mist, pero se dominó y trató de mostrar indiferencia. Se inclinó hacia Dóri y le dijo algo al oído antes de levantarse. Él asintió, con la mente puesta en otro sitio. Þóra se fijó en el leve beso que ella depositó en la coronilla de Dóri, y del que Bríet aparentó no darse cuenta. Andri y Brjánn estaban más que deseosos de apagar sus cigarrillos y ponerse de pie. Se les notaba a kilómetros lo contentos que estaban.

Capítulo 22

Matthew acompañó al grupo hasta la puerta. Mientras tanto, Þóra y Dóri esperaban en el salón hipermoderno, rodeados por los horrores del pasado. Þóra sentía lástima por el joven, que claramente habría preferido estar en cualquier otro sitio. Las circunstancias le recordaban en cierto modo a su propio hijo: un hombre joven sometido a una lucha interior que resultaba imposible de desentrañar.

– Sabrás que lo único que buscamos es la verdad. No estamos pensado la estupidez de que pudieseis estar involucrados vosotros -aclaró Þóra para romper el silencio y aliviar la opresiva atmósfera-. En realidad estamos de acuerdo contigo en los puntos principales del caso: que Hugi es inocente o que por lo menos si está donde está no es solamente por las pruebas objetivas que le acusan.

Dóri no la miró.

– Yo no me creo que Hugi le haya matado -dijo en voz baja-. Todo eso es una imbecilidad.

– Obviamente, estimas mucho a tu amigo -respondió ella-. Si quieres ayudarle, lo mejor es que no nos ocultes nada. Recuerda que tu amigo no puede esperar apoyo de nadie más que de nosotros.

– Huh -masculló Dóri, pero no dio ninguna otra pista de si estaba o no dispuesto a ayudarles.