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– Nada, que es curioso -respondió ella-. El que le hizo la operación a Harald tenía exactamente el mismo tatuaje. -Sonrió a Dóri y señaló su brazo derecho con la punta del dedo-. ¿Qué pasa?

– Nada -respondió Dóri testarudo. Se pasó los dedos por el pelo y volvió a taparse los ojos-. Vale, pues sí, lo hice yo. Estábamos en casa de Hugi. Harald había estado dándome la tabarra con aquello y al final accedí. Saqué prestados unos trastos del hospital y birlé unos anestésicos. Nadie los echó en falta. Hugi me ayudó. Fue un tanto repulsivo. Pero el resultado era de lo más cool.

«Más o menos», pensó Þóra.

– Me imagino que al hospital no le gustaría demasiado enterarse de que robaste medicinas, ¿me equivoco?

– No, claro que do. Por eso no tengo ninguna gana de que esto se sepa -respondió Dóri-. Además, es una cosa que la mayoría de la gente no comprende, y no quiero que me cuelguen el sambenito de majareta.

Matthew sacudió la cabeza pero enseguida decidió cambiar de tema.

– Querría preguntarte una cosa sobre un asunto que me parece raro… pero… imagino que debes de tener cierta experiencia en estos temas. -Hizo una pausa para mirar a Dóri a los ojos antes de continuar-. ¿Asististe alguna vez a esas actividades sexuales que practicaba Harald, en las que se impedía la respiración a fin de aumentar el placer?

Dóri se puso rojo como un tomate

– No me apetece hablar de eso -respondió secamente.

– ¿Por qué no? -preguntó Matthew-. ¿Quién sabe si fue eso lo que llevó a Harald a la muerte? -Las rodillas de Dóri subían y bajaban mientras llevaba el ritmo con los pies sobre el resplandeciente parqué.

– No murió de eso, para nada -dijo con un hilo de voz.

Þóra tomó la palabra.

– ¿Qué sabes del tema?

El ritmo que marcaba Dóri con los pies se hizo más rápido. Calló y ni Þóra ni Matthew dijeron nada… se limitaron a mirar fijamente al joven y a esperar. Por fin se rindió, respiró hondo y empezó a hablar.

– Esto no tiene que ver una mierda con el caso, pero sí, yo sabía que Harald hacía esas cosas.

– ¿Cómo lo supiste? -preguntó Matthew agrio.

Los pies de Dóri se detuvieron.

– Porque me lo dijo él. Estaba empeñado en que lo probara yo también. -Calló, apartó la vista de Matthew y miró a Þóra.

– ¿Lo hiciste? -preguntó ella.

– No -fue la decidida respuesta, y Þóra le creyó-. Puede ser que yo haga cosas raras, pero eso es lo más aberrante que he visto jamás.

– ¿Visto? -exclamó Matthew.

Dóri se puso lívido.

– No es verlo, exactamente… me he expresado mal. «A lo que he asistido» sería más correcto. -Miró al suelo-. Fue una vez, el otoño pasado. Me había quedado frito en el sola después de una fiesta estupenda que hicimos aquí y me despertó por la noche un traqueteo espantoso. -Levantó los ojos y miró a Matthew-. No sé qué locura era aquella con la que me encontré… yo no tenía ni idea de ese tipo de cosas… el caso es que me desperté y fui a ver qué ocurría y vi a Harald prácticamente con las convulsiones de la muerte. -Þóra tuvo la sensación de que un escalofrío recorría al joven al rememorar la escena-. Solté el cinturón que tenía totalmente apretado al cuello. No fue fácil porque tenía un extremo sujeto al radiador de su cuarto. Pero le hice el boca a boca y pude revivirle… pues eso.

– ¿Estás seguro de que no estaba intentando suicidarse? -preguntó Þóra.

Dóri la miró y sacudió la cabeza.

– No, no era un intento de suicidio. Créeme. No me apetece lo más mínimo explicar con más detalles el resultado. -Ahora le tocó a Þóra el turno de ruborizarse y, al verlo, Dóri pareció alegrarse. Continuó, aunque algo más seguro de sí mismo-. Luego lo hablé con Harald, que no tuvo pega ninguna en reconocer de qué se trataba. Además, me propuso que probara yo también… dijo que era el no va más. Pero se había pasado de la raya esa vez, y se daba perfecta cuenta de ello. Estuvo al borde de la muerte.

– ¿Así que crees que no murió en una de ésas? -preguntó

Matthew.

– No, seguro que no -respondió Dóri-. Claro que no puedo saberlo seguro… -Se quedó de lo más serio y turbado.

– ¿Recuerdas cuándo fue? -preguntó Matthew.

– La noche del 10 al 11 de septiembre. -No necesitó pensarse la respuesta.

Matthew asintió preocupado. Miró a Þóra y dijo en alemán:

– Cambió su testamento unos diez días después. -Þóra asintió… estaba segura de que Dóri era el heredero islandés del que se hablaba. Acababa de salvarle la vida cuando cambió el testamento; en realidad no hacía falta nada más para comprender que le hubiera metido allí…

– Entiendo perfectamente el alemán. -El sonido surgió desde dentro de Dóri, que sonrió con malicia.

Matthew no respondió, sino que preguntó a su vez, con el mismo gesto malicioso de Dóri:

– Hugi nos dijo que a veces Harald se dedicaba a incordiarte delante de los demás… a humillarte, si no recuerdo mal. ¿Eso no te molestaba?

Dóri dejó escapar un bufido.

– ¿Pero qué dice ese tío? Como sabéis, Harald no era como el resto de la gente. Podía ser despótico pero seguía siendo divertido. Prácticamente siempre se portaba cojonudamente conmigo, sobre todo cuando estábamos solos, pero cuando íbamos con los demás, a veces se dedicaba a hacer bromas pesadas. A mí no me afectaba, Hugi puede confirmarlo, porque después Harald siempre me pedía perdón. No tenía la menor importancia, sólo el cabreo mientras duraba. -A los ojos de Þóra, no hacía falta ser muy listo para percatarse de lo que había tras aquellas aclaraciones. Al chico, aquello le resultaba claramente insoportable. Pero de nada serviría seguir preguntándole sobre el tema.

– Pero ¿qué puedes contarnos de la investigación de Harald? -preguntó Þóra-. ¿Puedes explicarnos en qué consistía tu ayuda?

Dóri respondió al momento, feliz del cambio de tema.

– Era un poco especial. En realidad sólo le ayudaba con traducciones, aunque también con la búsqueda de fuentes. Él andaba en muchas cosas distintas… yo no veía del todo la relación, pero tampoco soy historiador, de modo que mucho no puedo decir. En cierto modo pasaba de una cosa a otra; me pedía que le leyese en voz alta algo que yo pasaba del islandés al inglés, y de pronto me decía que le leyese otra cosa, y así sucesivamente.

– ¿Puedes darnos algún ejemplo de los artículos o los temas en los que estaba interesado? -preguntó Matthew.

– Mmm, no os puedo dar una lista exhaustiva ni nada por el estilo. Al principio yo le traducía principalmente capítulos de la tesis doctoral de Ólína Þorvarðardóttir sobre la época de la quema de brujas, luego se interesó por el seminario de Skálholt, por textos sobre magia de uno de los seminaristas de allí y por un libro de brujería que circulaba mucho. También tenía una carta antigua en danés, si recuerdo bien… yo no me aclaraba mucho para traducirla, pero hice lo que pude. Trataba de un enviado y de algo que no conseguí comprender. Cuando llegó a aquel punto cambió de dirección a toda prisa, dejó de ver cosas sobre la quema de brujas y se fue para atrás un siglo, más o menos. Recuerdo haberle traducido un texto del Íslandslýsing de Odd Einarsson, obispo de Skálholt, de hacia 1590. El texto era sobre el Heckla, y recuerdo una historia acerca de un hombre que enloqueció al escalarlo y mirar el cráter. También estaba muy interesado por la erupción del Hekla de 1510, y por el obispo Jón Arason y su ejecución en 1550, y por el obispo Brynjólfur Sveinsson… bueno, y además quería saberlo todo sobre los monjes irlandeses, de modo que puede decirse que cuando lo asesinaron estaba viajando hacia atrás en el tiempo… en realidad, hacia un tiempo anterior a la colonización de Islandia.

La lista de años dejaba claro que aquel muchacho tenía una memoria de elefante. No era tan raro, a fin de cuentas, que pudiese obtener buenos resultados en la universidad pese a su tumultuosa vida nocturna, pensó Þóra, que preguntó: