Выбрать главу

– Por fin, corazón -contestó Þóra, sin saber si alegrarse de que por fin se hubiera decidido a abrirse o lamentarse por lo que le iba a decir-. Estupendo, ya tengo ganas de que sea pasado mañana para charlar un poco. -Se despidieron y la madre hizo otro intento de tumbarse… sin éxito. Al final se levantó y se dio una ducha caliente.

Mientras se secaba con las blanquísimas y mórbidas toallas, los ojos de Þóra fueron a dar al folleto que reseñaba los principales atractivos turísticos de los alrededores. Lo estudió por encima en busca de lugares que hubieran podido resultarle atractivos a Harald. Ciertamente había mucho donde elegir, pero pocos sitios parecían guardar alguna relación con el caso. Sin embargo, algunos despertaron su atención. Obviamente era el caso de Skálholt, por ejemplo, que tenía relación directa con Harald por el interés de éste por los obispos Jón Arason de Hólar y Brynjólfur Sveinnson. Había otros dos lugares que le parecieron posibles puntos de interés: el volcán Hekla y unas grutas de tiempos de los monjes irlandeses, las cuevas de Ægisíða, en las afueras de Hella. Þóra sintió auténtica curiosidad por leer algo al respecto, pues estaba bastante segura de no haber oído nunca hablar de ellas. Dobló la esquina de las páginas que trataban de aquellos tres lugares. Luego se vistió, cuidando de elegir ropa caliente -y en cantidad suficiente- aunque en principio no pareciera necesario. Si tenían que adentrarse en unas cuevas, era muy recomendable ir bien preparados. Se imaginó a Matthew con sus zapatos de vestir, trepando a gatas por las rocas. Por pura mala idea, decidió no hablarle de las cuevas hasta que hubieran salido hacia allá y estuvieran suficientemente lejos del hotel. Se sujetó el pelo con un elástico, cogió el chaquetón y salió. No había hecho más que separar la mano tras dar unos golpecitos en la puerta de la habitación de Matthew cuando éste abrió. Þóra miró su apariencia y sonrió.

– Espléndido traje -dijo, contenta de imaginar lo que iba a pasar-. Y magníficos zapatos. -Éstos en cuestión habían costado, sin duda, un montón de dinero, a juzgar por su elegante aspecto, y Þóra reprimió los remordimientos de conciencia por no advertirle. Evidentemente, Matthew debía de tener una buena colección de zapatos.

– Esto no es un traje-dijo Matthew medio enfadado-. Son pantalones y una chaqueta de sport. Hay diferencia. Aunque supongo que tú no la conocerás demasiado bien.

– ¡Oh, discúlpeme usted, señor Kate Moss!-exclamó ella, ya completamente en paz con su conciencia y carente de la más mínima piedad hacia aquellos zapatos.

Matthew prefirió no replicar y cerró la puerta tras de sí, blandiendo las llaves del coche.

– Bueno, ¿adonde vamos?

Þóra miró el reloj de su móvil, que había metido en el bolsillo del chaquetón.

– Creo que lo mejor sería empezar por Skálholt. Van a ser las cuatro y deberíamos ir a ver.

– Genial, señora guía -dijo él mirando preocupado el aspecto de Þóra-. Sabes que hay un magnífico restaurante en el hotel, ¿verdad? ¡No necesitamos cazar para comer!

– Ja, ja -respondió Þóra-. Prefiero andar caliente aunque parezca ridícula que preocuparme de si voy a pasar frío. Además, creo que voy de lo más cool para el frío que hace.

Cuando llegaron a Skálholt había empezado a oscurecer. Entraron a toda prisa en la iglesia, que estaba abierta, y se pusieron a buscar a alguien con quien hablar. Al poco, encontraron a un hombre joven que les dio la bienvenida y les preguntó si podía ayudarles. Le explicaron que esperaban poder encontrar a alguien que pudiese haber recibido a un amigo suyo hacía cierto tiempo, y describieron el aspecto de Harald.

– Anda -dijo el joven cuando Þóra estaba en plena explicación del piercing de la ceja derecha de Harald-. ¿No estaréis hablando del estudiante que asesinaron hace poco? ¡Fui yo quien le atendió!

– ¿Sería posible que recordaras a qué había venido aquí? -preguntó Þóra con una gran sonrisa.

– Vamos a ver… si no recuerdo mal, lo que quería principalmente era hablar de Jón Arason y su ejecución. Sí, y también de Brynjólfur Sveinsson. -Les miró y añadió rápidamente-: No es nada infrecuente… aquí vienen muchas personas que conocen esas historias al detalle y quieren saber más. Son historias de lo más apasionantes, aunque un tanto trágicas y penosas. A la gente le resulta especialmente interesante que hicieran falta siete hachazos para decapitar a Jón Arason; a decir verdad le machacaron la cabeza.

– ¿Simplemente quería saber cosas en general sobre los dos obispos? -preguntó Þóra-. ¿O se interesó por algo en especial, en relación con ellos?

El joven se dirigió a Matthew:

– No sé cuánto sabéis sobre la historia de Jón Arason.

Matthew comprendió que la pregunta iba dirigida principalmente a él, y no hizo esperar su respuesta.

– Pues sé sobre él tanto como sobre su madre. O sea, nada.

– Pues bueno. -El joven no parecía demasiado propenso a escandalizarse-. Para abreviar la historia, Jón Arason fue el último obispo católico de Islandia; su sede estuvo en Hólar, en el Hjaltadalur, al norte del país, a partir de 1524, y por un tiempo la otra sede episcopal islandesa, Skálholt, también estuvo bajo su jurisdicción. Lo decapitaron aquí en Skálholt en el año 1550, por orden de Christian III, rey de Dinamarca desde 1537, pues el catolicismo romano tenía que ser erradicado de Islandia como de las demás tierras del rey. Jón Arason intentó impedirlo y se enfrentó a los partidarios de la nueva fe, pero no consiguió nada y acabó en el patíbulo. La ejecución en sí es un capítulo especial, pues quince días antes había sido declarado inviolable hasta la próxima gran asamblea, lo que llamamos Alþingi, como nuestro actual Parlamento, de manera que el juez del Alþingi fue considerado parte del caso, igual que los dos hijos del obispo. También a ellos se les quitó la vida.

Matthew frunció las cejas.

– ¿Sus hijos? ¿Pero no era un obispo católico? ¿Cómo podía tener hijos?

El joven sonrió.

– Islandia era una especie de excepción (desconozco a qué pudo deberse), pero, en todo caso, clérigos, diáconos y obispos podían tener una concubina o barragana. Más aún, podían hacerlo mediante un contrato que prácticamente poseía la misma validez que el matrimonio. Si tenían hijos, pagaban una multa y todos tan felices.

– Y contentos -apostilló Matthew con gesto de asombro.

– Mucho. -Fue la alegre respuesta-. Vuestro amigo Harald parecía conocer bien esta historia: la había estudiado a fondo. Lo que os estoy explicando ahora no es más que un resumen apresurado y de todo menos exhaustivo. Pero que me conduce finalmente a lo que me habíais preguntado. -Miró a Þóra, que ya había olvidado completamente la pregunta, aunque procuró que no se le notara-. Este amigo vuestro estaba especialmente interesado en una cosa cuando habló conmigo: la imprenta que Jón Arason hizo traer a Islandia en 1534, la primera que hubo en este país, que se instaló en Hólar, y también en lo que había hecho imprimir en ella.

– ¿Y? -preguntó ella-. ¿Cuál fue la respuesta?

– A grandes preguntas… -respondió el joven-. Para empezar, no se sabe prácticamente nada sobre lo impreso en los primeros tiempos. Algunas fuentes indican que se imprimió un libro de horas para sacerdotes: una especie de manual con la relación de las misas, salmos y demás, y que también se imprimieron los cuatro evangelios, el Nuevo Testamento, en algún momento. En segundo lugar, por lo que yo sé, es poco lo que se sabe sobre la imprenta en tiempos de Jón Arason. Recuerdo que vuestro amigo hizo varias preguntas bastante extrañas… por ejemplo, si Jón Arason habría podido querer editar un libro extraordinariamente popular en esos tiempos. Yo pensé que se refería a la Biblia, pero él se rió de mí. No fui capaz de comprender su sentido del humor.

– Seguro, le creo -respondió Matthew mirando a Þóra-. ¿El Malleus? -Ella había pensado lo mismo. El Malleus Maleficarum fue el libro más impreso de la época, aparte de la Biblia. Quizá Harald estuviera intentando averiguar si se había llegado a imprimir en este país. Un ejemplar de esa edición sería extraordinariamente valioso, naturalmente, aparte del valor como pieza de colección que pudiese tener para un coleccionista tan entusiasta como él.