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Matthew sacó un papel y lo desplegó sobre la mesita.

– Llamó Þorgrímur, que acababa de contactar con el tal Páll, aquel que lo sabía todo. Dicho en pocas palabras, se había empollado todo lo que se puede saber sobre ese símbolo mágico… ¿sabes por qué?

Þóra sacudió la cabeza. Vio que Matthew se esperaba una reacción algo más participativa, así que respondió:

– No lo sé… ¿porque es muy listo?

– No. O sí, a lo mejor lo es. Pero si sabía todo lo sabido y por saber sobre dicho signo era porque no había podido olvidar cómo se emocionó Harald cuando habló con él.

– ¿O sea que Harald habló con él de modo especial sobre ese signo en particular? -preguntó Þóra.

– Sí y no. Inicialmente se puso en contacto con Páll por los signos mágicos en general, buscaba información sobre signos que, por ejemplo, no estuviesen catalogados. Después, Harald empezó a preguntar sobre el libro islandés de brujería que estuvimos mirando tú y yo en el museo. Páll le explicó los principales conjuros del libro y, según parece, hubo uno que despertó de modo muy especial el interés de Harald: uno que se considera un tanto repulsivo aunque está clasificado temáticamente entre los conjuros amorosos. Lo cierto es que preguntó si no lo habíamos visto nosotros; los papeles que estuvimos viendo nosotros en la exposición mostraban el principio de ese conjuro… aunque había mucho más en el folio siguiente, que no estaba a la vista. Adivina qué conjuro es.

– ¿Le quitas los ojos a un muerto y haces algo con ellos? -respondió Þóra esperanzada.

– No, desde luego que no, pero no por eso deja de tener importancia. Si no comprendí mal al buen hombre, ese conjuro amoroso se practica para conseguir que una mujer deposite su amor en uno… como es obvio, vamos. Para ello es preciso excavar en el suelo un agujero, sobre el que tiene que caminar la mujer, y poner en el agujero sangre de serpiente y escribir el nombre de la susodicha juntamente con varios signos mágicos. Finalmente se procede a recitar el sortilegio, que es exactamente el mismo que fue enviado a la madre de Harald. -Matthew sonrió orgulloso.

– ¿El poema aquel, quieres decir? -preguntó Þóra.

– Exactamente -respondió él-. Y eso no es lo único. El Páll este dijo que Harald había mostrado un interés desproporcionado por aquel conjuro, y discutieron hasta los menores detalles… si servía únicamente para atraer a una amante, o si era válido también para otros tipos de amor, si el agujero tenía que hacerse en la tierra, y así sucesivamente. Esto dio lugar a una charla sobre el signo escrito en el margen del conjuro. -Matthew hizo una breve pausa.

– ¿Y qué? -preguntó Þóra con impaciencia.

– Pues resulta que el signo del margen es desconocido, aunque recuerda a un antiguo símbolo mágico nórdico que es signo de venganza. Lo único que se parece, en realidad, es una raya del brazo superior. El signo nórdico sólo se conoce por un fragmento de manuscrito, en el cual falta por completo el sortilegio. Solamente se conserva una descripción de lo que es preciso hacer, como primera línea del sortilegio, que es: Yo te miro: el mismo principio del conjuro amoroso. Páll consideraba probable que el propietario del libro hubiese escrito el signo al lado del conjuro amoroso, pues el mismo sortilegio servía para ambos, ya fuese porque lo sabía con seguridad o sencillamente porque pensaba que correspondía al sortilegio, al comenzar de la misma forma. Páll señaló además que era probable que el libro hubiese sido escrito por cuatro hombres distintos, tres de ellos islandeses y el otro danés, y bien habría podido ser este último quien escribiera el signo al lado del conjuro, por las razones mencionadas. Me explicó también que aquel conjuro nórdico parecía más macabro que todos los demás, y no estaba claro cuál era su origen, aunque el texto que lo acompañaba en el fragmento de manuscrito era danés. El manuscrito es propiedad privada, pero se ha datado y se considera que procede del siglo XVI, mientras que se tiende a pensar que el libro islandés de magia fue escrito hacia 1650.

– ¿En qué sentido es ese signo más macabro que los otros? -inquirió la abogada.

– Más tenebroso sería quizá una expresión mejor, o más sombrío. Lo que quería decir el hombre este es que la función del signo es simplemente causar daño a otros. Quien se lo hace grabar sobre sí mismo una vez muerto podrá acosar a la persona que le perjudicó en vida, estar siempre a su lado desde la tumba y recordarle permanente su conducta hacia el difunto, y al final la pena por su pérdida acaba por conducir a la persona a su perdición. Y fíjate… para realizarlo es precisa una parte del cuerpo que, sin duda, serás capaz de adivinar.

– Los ojos -dijo Þóra convencida.

Matthew movió la cabeza en señal de asentimiento.

– Pero espera un poco más. Cuando Páll le explicó el conjuro a Harald, éste se puso de lo más nervioso y se empeñó en que le explicara exactamente cómo se llevaba a cabo el conjuro. Páll se lo explicó todo por teléfono y luego le envió una copia escaneada de la descripción del conjuro y del manuscrito en el que estaba.

– Sí. ¿Y qué más? -masculló ella, impaciente.

– Pues simplemente funciona de la siguiente forma: quien desea buscar venganza hace un contrato con otra persona para que lleve a cabo el conjuro tras su muerte. Más o menos como aquello de las calzas de muerto. En el contrato tienen que escribir el signo sobre un trozo de piel, para lo cual han de utilizar una mezcla de sangre de los dos y de un cuervo. No basta sólo con unas cuantas gotas, porque debajo del signo hay que escribir que X promete llevar a cabo el conjuro para Y, y entonces X e Y deben confirmarlo escribiendo sus propios nombres. -Matthew tomó un sorbo de café antes de continuar-. Y ahora viene lo mejor: tras la muerte de Y, X grabará el signo en el cuerpo y sacará de él suficiente cantidad de sangre para poder escribir con ella y (de nada, fue un placer) extraerá los ojos del cadáver.

– ¡Dios mío!-exclamó Þóra con un estremecimiento-. ¿Para qué demonios… no basta con escribir con sangre y grabar un signo sobre el cuerpo?

Matthew sonrió.

– Evidentemente, no. Según dijo Páll, había que grabar el signo en el cuerpo para recordar al muerto que los ojos le habían sido arrancados por su propio deseo. De otro modo, se levantaría de la tumba y se lanzaría a buscar sus ojos… y seguramente a matar al amigo que se los había arrancado. Además, la sangre ha de usarse para escribir el sortilegio que corresponde al signo, ese sortilegio que se ha perdido. Después de mezclarla con sangre de cuervo.

– Lo que explica los restos de sangre de ave de presa que se encontraron al analizar la sangre -intervino Þóra. «El cuervo es la principal ave de presa de Islandia». Las ciencias naturales de los años de colegio estaban siempre a mano, para cuando fueran necesarias.

– Bueno, pero a cambio no es necesario añadir la sangre del superviviente. Luego hay que envolver los ojos en la piel que lleva el sortilegio y hacer llegar ambas cosas a manos de quien dañaba al muerto, y de quien éste quiere vengarse. Después de esto, no podrá estar a salvo en ningún sitio; el muerto le seguirá y le estará recordando constantemente sus afrentas, hasta que la persona en cuestión se rinda y sucumba de una horrible muerte.

– Y el sortilegio es el mismo que recibió la madre de Harald -dijo ella acongojada. Qué cosa tan espantosa. ¿Qué podía haber provocado en Harald un odio tan visceral hacia su madre? ¿Qué cosa tan horrible había podido hacerle aquella mujer? Claro que todo podía ser pura imaginación; a lo mejor Harald simplemente estaba trastornado y culpaba a su madre de sus desgracias-. Pero aguarda un momento… ¿también le llegaron los ojos?

– No -contestó Matthew-. No estaban incluidos. No tengo ni idea de por qué. Quizá se perdieran, o se estropearan; no lo sé.