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Þóra se quedó pensativa un momento.

– Halldór, el estudiante de Medicina. Naturalmente, él fui quien mutiló el cuerpo -dijo Þóra-. Así que él mató a Harald.

– Eso parece -respondió Matthew-. A menos que Harald fuera el responsable de su propia muerte y Halldór entrara despues en escena.

– ¿Pero cómo? -preguntó ella-. Fue estrangulado.

– ¿No podría haber estado practicando el sexo con asfixia? Por lo menos es una posibilidad que no debemos olvidar. Bueno, o que fue cualquier otro quien mató a Harald o hizo el contrato con él. Lo cierto es que todos pusieron la misma cara de tontos cuando les enseñamos el signo mágico. De modo que a fin de cuentas bien podría ser que Hugi hubiera hecho el trabajito.

– Tendremos que hablar otra vez con Halldór… eso está claro. Y, a ser posible, con todos. Si conseguimos volver a echarles el lazo, después de nuestra reunión.

Matthew sonrió a Þóra.

– No somos tan rematadamente tontos. Hemos progresado bastante. Lo único que falta en el cuadro es el dinero. ¿Qué puede haber sido de él?

La abogada se encogió de hombros.

– A lo mejor Harald consiguió comprar ese desagradable manuscrito de brujería, eso lo explicaría.

Matthew pasó un rato meditando sobre aquellas palabras.

– Quizá. En realidad lo dudo, porque Páll dijo que pertenecía a la Biblioteca Nacional de Noruega. Esa es además, precisamente, la causa de que la policía no haya llegado hasta el signo: es muy poco conocido; en realidad no lo conoce nadie en este país, con excepción de Páll, que está estudiando en el extranjero. Por eso nunca recurrieron a él para averiguar el origen del signo.

– Pero a lo mejor introdujo el dinero en el país con la intención de comprar información de Páll y conseguir el libro de la biblioteca, y lo asesinaron por causa de alguno de esos supuestos amigos suyos. Se podrían haber quedado con el dinero, ¿no? Hay quien comete un asesinato por mucho menos.

Matthew se mostró de acuerdo. Miró el reloj y luego a Þóra, ensimismado.

– El avión de Francfort aterrizó a las tres y media.

– ¡Demonios!-exclamó ella-. Yo no puedo hablar con la madre ahora… es que no puedo. ¿Y si me pregunta por mis hijos? ¿Qué voy a decirle? Pues sí, señora, mi hijo es muy precoz… ¿no se lo había dicho? Va a ser papá.

– Créeme, no estará demasiado interesada en tus hijos -dijo él con tranquilidad.

– No será mucho mejor tener que hablar de ella sobre su propio hijo. ¿Cómo voy a mirarla a la cara y decirle que Harald hizo un trato con el demonio, o casi, para convertir su vida en un infierno y empujarla finalmente a la muerte? -Þóra miró a Matthew, esperando una respuesta constructiva.

– Seré yo quien se lo comunique, no te inquietes. Pero no te librarás de hablar con ella. Si no lo haces hoy tendrás que hacerlo mañana. Esa mujer ha hecho este largo viaje solamente para hablar contigo, ¿recuerdas? Cuando me dijo que quería conocerte personalmente y tener una charla contigo en privado, su voz era más débil de lo que se la he oído jamás. No tienes por qué tener ningún miedo.

Þóra tuvo la sensación de que Matthew no sonaba del todo convincente.

– Llamarán cuando lleguen al hotel. -Miró el reloj-. Probablemente dentro de muy poco. Si lo prefieres, puedo llamarlas yo.

Uff. Quien golpea primero, golpea dos veces. Þóra no podía permitirse que la pillaran desprevenida.

– Sí, llama tú -le dijo rápidamente, aunque al momento añadió-: ¡No, no lo hagas!

Antes de que pudiese volver a cambiar de opinión, sonó el móvil de Matthew. Þóra exhaló un suspiro mientras él cogía el teléfono, lo miraba y decía:

– Son ellas -apretó el botón de respuesta y dijo-: Hola. Soy Matthew.

Þóra sólo escuchó la mitad de la conversación, aunque podía distinguir el sonido de una voz al otro lado mientras Matthew escuchaba. Parecían hablar de cosas muy superficiales: «¿Fue bien el viaje?». «Ah, me alegro». «¿Estáis en el hotel, verdad?», y cosas por el estilo. La conversación terminó cuando Matthew dijo:

– Nos vemos, entonces. Hasta luego. -Miró a Þóra y sonrió-. Eres afortunada, abuelita.

– ¿Qué pasa? -preguntó Þóra expectante-. ¿No ha venido?

– Sí, sí que ha venido. Pero tiene migraña y prefiere aplazar vuestro encuentro hasta mañana. Quien estaba al teléfono era Elisa; van en un taxi camino del Hotel Borg. Quiere que nos veamos dentro de media hora.

Capítulo 29

La joven no compartía ninguno de los rasgos de su madre, pero el aspecto general era básicamente el mismo. Tenía la fisonomía oscura como su padre, y en general se parecía bastante a él, a juzgar por las fotos de familia que Þóra había visto. Todo en su talante carecía del menor asomo de ostentación, el largo cabello liso se mantenía apartado del rostro con una goma, e iba vestida con unos elegantes pantalones negros y una camisa negra que a Þóra le pareció de seda. El único objeto de aspecto valioso era un anillo de diamante en el dedo anular de la mano derecha, la misma joya que Þóra había visto en la foto de la cocina. Le llamó la atención lo delgada que era, y al darle la mano notó que la muchacha debía de ser aún más delgada de lo que parecía con aquella ropa. A Matthew lo recibió de una forma mucho más íntima: Elisa le abrazó y se besaron en la mejilla.

– ¿Cómo lo llevas? -preguntó Matthew después de quitar sus manos de los hombros de Elisa. Þóra se dio cuenta de que no la trataba de usted como había esperado, pues a fin de cuentas era un empleado de la familia. Evidentemente, Matthew estaba muy próximo a aquellas personas y debía de tener un puesto en la empresa muy superior al que Þóra había supuesto.

Elisa se encogió de hombros y esbozó una débil sonrisa.

– No demasiado bien -respondió la joven-. Ha sido bastante difícil. -Se volvió hacia Þóra-. Habría venido mucho antes si hubiese sabido que queríais hablar conmigo. No se me había ocurrido en absoluto que mi visita a Harald pudiese ser importante.

A Þóra aquello le pareció extraño, a fin de cuentas la chica había estado en casa de su hermano justo antes de que lo asesinaran; pero se limitó a decir:

– Bueno, ahora estás aquí y eso es lo principal.

– Sí, compré un billete nada más llamar Matthew. Quiero ayudar -dijo, y pareció decirlo con total sinceridad. Y añadió enseguida-: Y mamá también.

– Bien -respondió Matthew con un tono inhabitualmente alto, y Þóra pensó si tendría miedo de que fuera a decir algo inconveniente.

– Sí, muy bien -le imitó Þóra, para demostrarle que no había pensado nada por el estilo.

– ¿Por qué no nos sentamos? -preguntó Elisa-. ¿Os puedo invitar a un café o a un vino? -Þóra se había vuelto abstemia, así que aceptó un café, mientras los otros dos pidieron sendas copas de vino blanco.

– Bueeeno -dijo Matthew echándose hacia atrás en la butaca-. ¿Qué puedes contarnos de tu visita?

– ¿No es mejor que esperemos al vino? Creo que conviene empezar relajándonos un poco -propuso Elisa, mirando interrogante a Matthew.

– Naturalmente -le respondió, y se echó hacia delante para darle un apretoncito en la muñeca, que tenía apoyada en el brazo del sofá.

Elisa miró a Þóra como pidiendo disculpas.

– No puedo explicarlo bien, pero me resulta insoportable el recuerdo de esa visita. Aún tengo problemas con mis propios sentimientos, siento que fui una egoísta, que no hablé con él nada más que de mí misma. Si hubiese sabido que no volvería a verle nunca más, le habría dicho tantas cosas sobre mis sentimientos hacia él. -Se mordió el labio inferior-. Pero no lo hice, y ya nunca podré hacerlo.

Llegó el camarero con las bebidas y brindaron por nada especial. Þóra se arrepintió de haberse hecho abstemia en cuanto tomó el primer sorbo de café y los vio a ellos saborear el vino. Decidió volver a la primera oportunidad… no podía pedir un vino inmediatamente.