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En el rostro de Halldór se dibujó lo más parecido a un gesto de vergüenza.

– Harald y yo le pegamos un tiro a uno. En Grótta. No había otra forma. Él ya había ido al zoológico a ver si había alguien que nos pudiese regalar un cuervo, o vendérnoslo, y hablamos con todas las tiendas de animales. Pero no hubo forma. Teníamos que hacer el contrato con su sangre.

– ¿Dónde conseguísteis una escopeta?

– Le birlé el arma a mi padre. Es cazador. Ni se enteró.

Þóra no sabía qué decir. Recordó entonces la caja con partes de cuerpos.

– Oye, Halldór -dijo con tranquilidad-. ¿Qué hay de las partes de cuerpos que se encontraron en casa de Harald? ¿Tenéis algo que ver vosotros o era algo suyo? -Algo no encajaba con la expresión «algo suyo» en ese contexto, pero tendría que servir.

Halldór tosió y se pasó el dorso de la mano por la nariz.

– Mmmm, ya, eso -dijo con timidez-. No son de cuerpos, si eso es lo que crees.

– ¿Lo que creo? Yo no creo nada -respondió Þóra irritada-. Me parece que ya voy acostumbrándome a todo. Podrías decirme que estuvisteis desenterrando ataúdes y me parecería normal.

– No son más que cosas del trabajo. Cosas para tirar.

Þóra soltó una carcajada sarcástica.

– Eso es quizá lo único de lo que me permito dudar. Cosas para tirar. -Hizo el gesto de levantar algo y mirarlo bien por todos lados-. A ver qué pie es éste… al demonio con todo. A tirarlo. -Echó a un lado el pie imaginario que tenía en las manos-. No te hagas el tonto. ¿De dónde salió todo eso?

Halldór, con el rostro lívido, miraba a la abogada fijamente.

– No soy tonto. Eran cosas para tirar… no exactamente tirar, sino quemar. Si la policía investiga, descubrirá que eran miembros dañados que había que destruir. Mi trabajo consiste entre otras cosas en llevar a incinerar cosas de ésas. En vez de hacerlo, me las llevé a casa.

– Creo más bien que ése era tu trabajo, amigo mío. Me permito dudar de que vayas a hacer más guardias. -Þóra intentó alejar la plétora de ideas y preguntas que se le amontonaban-. ¿Cómo se puede almacenar un pie y un dedo de la mano, y lo que fuera en cada ocasión? ¿No se corrompe la carne humana cuando se tiene almacenada? ¿No guardarías esas cosas también en un refrigerador?

– No, las asé -respondió Halldór como si fuera la cosa más natural del mundo.

Þóra volvió a reír, con una risa nerviosa.

– Asaste unos miembros humanos. A lo mejor, en vez de Halldór, debo llamarte Eduardo Manostijeras ¡Dios mío, pobre de tu abogado!

– Ja, ja. Vaya sentido del humor. No los asé propiamente -dijo Halldór irritado-. Los sequé en el horno a baja temperatura. De ese modo no se estropean. Por lo menos, lo hacen más despacio. Además, se dice «pudrirse» y no «corromperse» cuando se trata de carne. -Se reclinó sobre el respaldo de la silla-. Teníamos que utilizarlos en los conjuros… eso los hacía mucho más entretenidos.

– Y el dedo que encontraron en el Árnagarður, ¿era también de los que asabas?

– Ese fue el primero. Quería usarlo para tomarle el pelo a Bríet y se lo metí en la capucha de su chaquetón. Pensaba que se le caería en la cara y que le daría un ataque, pero se le cayó sin que se diera cuenta. Pero, en todo caso, no se pudo relacionar con nosotros, afortunadamente. Yo dejé de hacer bromas con partes del cuerpo después de aquello, porque estuvimos en un tris de tener más que problemas.

Þóra tuvo que digerir aquellas palabras. Decidió cambiar de marcha… ya bastaba de asquerosidades por el momento.

– ¿Por qué nos mentiste sobre el viaje a Strandir y Rangá? Sabemos que fuiste con Harald.

Dóri miró al suelo.

– No quería que fuerais a relacionarme con el Museo de Brujería. Fue allí donde Harald conoció los conjuros de nuestro contrato. Allí no sucedió nada especial. Yo estuve esperando fuera en un banco, mientras Harald charlaba con el encargado del museo. Parece que se cayeron muy bien, se dieron la mano con mucha cordialidad cuando nos fuimos. Yo estaba con una resaca que me moría, así que no me atreví a entrar. Me estuvo haciendo compañía un cuervo muy amistoso.

– ¿Y no te contó nada en el camino de vuelta? -preguntó Þóra.

– No, como es natural, el piloto iba con nosotros.

– ¿Y en Ranga? ¿Qué hizo allí? -inquirió la abogada-. Sé que también estuviste allí con él.

Dóri se sonrojó.

– No sé lo que hizo. Una cosa es segura: no fue allí a pescar. Pero en realidad no sé más. Nos alojamos en el hotel y Harald salió mientras yo vagueaba por el hotel y estudiaba.

– ¿Por qué no fuiste con él? -preguntó Þóra.

– No quiso -respondió Dóri-. Me llevó porque le había dicho que estaba a punto de cagarla en una asignatura… dijo que me iba a encerrar bajo llave con los libros todo el fin de semana en un sitio en el que no había nada más que hacer. Y lo cumplió… aunque en realidad no literalmente, pero se negó a llevarme con él cuando salió por los alrededores. Lo que hizo no lo sé exactamente, pero Skálholt está allí mismo.

– Tenéis que haber pasado cierto tiempo juntos durante ese viaje… ¿no hablasteis de ello? -preguntó Þóra.

– Bueno, sí, claro, nos juntamos por la tarde: comimos y luego fuimos al bar -respondió Dóri sonriéndole-. Pero entonces hablábamos de otras cosas, ¿entiendes?

– ¿Pero por qué dijiste que no sabías nada de ese viaje? -insistió Þóra intrigada-. ¿Y por qué demonios te alojaste con el nombre de Harry Potter?

– Venga -dijo Dóri, molesto-. Harald me inscribió con ese nombre. Un chiste. Le parecía divertido ponerle nombres a la gente, y esta vez me tocó a mí la negra. -Calló por un momento-. ¿Y por qué no os conté nada de todo esto? No lo sé… mentí por mentir. ¿Vale?

– Desgraciadamente, creo que la policía no se ha equivocado en absoluto. Creo que Hugi mató a Harald y que vosotros participasteis, quizá sin daros cuenta cabal de ello. Quizá él se había vuelto a casa, puede ser. Es evidente que no estáis en vuestros cabales… y probablemente él está tan perturbado como tú y mató a Harald por alguna nimiedad que nadie puede comprender, aparte, quizá, de él mismo.

– ¡No! -La ira había desaparecido y la desesperación había ocupado su lugar-. Hugi no mató a Harald… eso es una gilipollez.

– Encontraron una camiseta con sangre de Harald en un armario de su casa. Hugi no fue capaz de explicar cómo acabó allí. La policía piensa que se usó para limpiar la sangre de Harald. -Þóra le miró-. La camiseta en cuestión es la misma que llevaba alguien mientras hacíais la operación de lengua de Harald. Encima pone 100% Silicon. ¿La reconoces?

Dóri agitó la cabeza con vehemencia para decir que sí.

– Es la camiseta que llevaba Hugi. Se salpicó de sangre y se la quitó. La utilicé yo para limpiar el suelo después de la operación. -Miró a Þóra, avergonzado-. No se lo quise contar a Hugi. Me limité a meter la camiseta en un armario. Hugi no mató a Harald.

– ¿Quién fue entonces? -preguntó Þóra-. Alguien lo hizo, y preveo que por lo menos Hugi será juzgado por ello y tus amigos también, por profanación de un cadáver, si no es por algo peor.

– Bríet -dijo Halldór de repente-. Creo que lo mató Bríet.

Þóra reflexionó un momento. Bríet. Era la chica menuda de pecho grande.

– ¿Por qué lo dices? -preguntó con tranquilidad.

– Venga -respondió Dóri débilmente.

– No, dímelo. Tiene que haber algo para que la nombres en primer lugar. ¿Por qué ella? -inquirió con determinación.

– Pues eso. Desapareció de uno de los bares cuando estábamos en el centro. Dijo que no nos encontraba, pero seguimos todo el rato en el mismo sitio… por lo menos los demás.

– Eso no es suficiente -respondió Þóra. Preferió no preguntar por qué no le habían dicho nada de eso a la policía. Según sus declaraciones, todos habían estado juntos todo el tiempo, más o menos.