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– La cucharilla -dijo Halldór en voz baja-. Era ella quien tenía que librarse de la cucharilla, pero no lo hizo. Puede haber sido tan idiota como para dejarla en ese cajón donde dice la policía que la han encontrado… no lo creo. Marta Mist se ocupó del cuchillo, y ese sí que ha desaparecido. Pero la cucharilla apareció precisamente ahora, de repente. Me parece que algo no cuadra.

– ¿Por qué iba a meterlo allí otra vez? No suena demasiado lógico.

– Quería causarme poblemas. Nunca cogió la cuchara con las manos desnudas, como yo. Ella llevaba guantes. Está enfadada conmigo porque ya no quiero seguir con ella. No sé. -Se revolvió en la silla-. Esa noche estaba especialmente rara. Cuando encontramos el cuerpo, fue la única que no gritó ni chilló. Sólo ella siguió tranquila. Se quedó mirándole y no dijo ni una palabra mientras los demás estábamos atacados de los nervios. Ni una palabra hasta que me recordó el contrato. Quería cargarme a mí todo aquello. Pregunta a los otros, si no me crees. -Se echó hacia delante y cogió la muñeca de Þóra al otro lado de la mesa-. Ella sabía lo de la ventana… a lo mejor ya había salido por esa ventana esa misma noche; ¿cómo voy a saberlo? Estaba enfadada con Harald porque no había querido hablar con ella la semana antes, aunque tampoco con nosotros, pero es igual. A lo mejor se volvió loca o algo así; a lo mejor tuvo una cita con él y él se le puso pelma. Cualquier cosa. Créeme, he pensado mucho sobre esto y sé lo que estoy diciendo. Compruébalo: habla con ella, aunque sólo sea por mí.

Þóra liberó su brazo.

– La gente reacciona al shock de formas muy distintas… a lo mejor no es más que una de esas personas que se quedan como petrificadas. No me apetece lo más mínimo hablar con ella. Cuéntaselo a la policía.

– Si no te crees que está grillada, tienes que hablar con la universidad. Ella y Harald trabajaron juntos en un tema y todo se fue al garete. Sólo tienes que preguntar. -Se quedó mirándola con ojos suplicantes.

– ¿De qué trabajo se trataba, y qué pasó con él? -preguntó Þóra despacio. A lo mejor sí que existía alguna relación con la investigación de Harald.

– Algo relativo a la catalogación y recogida de fuentes contemporáneas sobre el obispo Brynjólfur Sveinsson, que están en diferentes colecciones. Ella se empeñó en que un documento había sido robado. Era una estupidez. Resultó ser una estupidez. Está grillada, pero hasta ahora no me había dado cuenta. Habla con la universidad… aunque sólo sea eso.

– ¿Con qué profesor estaban haciendo ese trabajo? -preguntó Þóra, e inmediatamente lo lamentó. Se había dejado enredar en aquella explicación del joven, que no tenía pies ni cabeza.

– No lo sé… probablemente el Þorbjörn ese; lo sabrán en la facultad. Pásate por allí y pregunta. Hazlo, te prometo que no te arrepentirás.

La mujer se puso en pie.

– Nos vemos en la guerra, asador. Si quieres, te buscaré un abogado.

Halldór sacudió la cabeza y se tapó la cara con las manos.

– Creía que lo comprenderías… tú querías ayudar a Hugi y creí que podría conseguir que me ayudaras también a mí.

Al instante, Þóra empezó a compadecerle. La naturaleza materna se dejaba oír. ¿O sería la naturaleza de abuela?

– ¿Quién ha dicho que no vaya a ayudarte? -repuso-. Ya veremos qué saco en claro de todo esto. Pero nunca, de ningún modo, seré tu defensor, amigo, ni nada que se le parezca. Pero estaré presente en la declaración ante el juez. No me la perdería por nada del mundo.

Halldór levantó los ojos y esbozó una sonrisa. Þóra llamó a la puerta para salir. Aquello se estaba terminando. Lo sentía en los huesos.

12 DE DICIEMBRE

Capítulo 32

Þóra estaba sentada en su despacho, golpeando rítmicamente con un lápiz sobre el borde de la mesa. Matthew observaba en silencio su actividad.

– Creo que los Rolling Stones andan buscando una abuelita para tocar la batería -dijo.

Þóra cesó su tamborileo sobre la mesa y dejó el lápiz.

– Muy gracioso. Esto me ayuda a pensar.

– ¿A pensar? ¿Y qué tienes que pensar ahora? -El día anterior ella le había contado a Matthew el desesperado intento de Halldór de desviar la atención hacia Bríet, pero a él no le había resultado una sospecha demasiado creíble. También a Þóra le había parecido absurda, pero después de pasarse la noche en vela dándole vueltas y más vueltas, ya no estaba tan segura. Matthew continuó-: Eso sería como intentar pegar una serie de cabos sueltos. Créeme, en cuanto la policía le apriete las tuercas al bueno de Halldór, ya verás cómo aparece el dinero e incluso el manuscrito, si es que existe.

Miró por la ventana.

– Pero vámonos a alguna cafetería a desayunar como es debido.

– Imposible. Hoy es día de descanso en hostelería -mintió Þóra-. No abren hasta mediodía. -Matthew suspiró-. Conseguirás sobrevivir… tenemos galletas- dijo, echando mano del teléfono y llamando a la secretaria-. Bella, ¿podrías traer la caja de galletas que hay al lado de la máquina del café? -El «no» flotaba ya en el aire, de modo que se apresuró a añadir-: Es para Matthew, no para mí. Gracias. -Se volvió hacia Matthew-. ¿No crees que haya motivo para comprobar lo que dijo sobre Bríet? Quizá exista un grano de verdad.

Éste echó la cabeza hacia atrás y perdió la mirada en el aire por un momento antes de responder.

– Espero que te estés dando cuenta de que esto tiene ya poco que ver con Harald, ¿verdad? -Þóra asintió-. No hay nada que hayamos visto u oído que indique que esa chica pueda estar involucrada en el caso, aparte de que esté chiflada y haya participado en unas actividades de lo más peculiares, en las que se utilizaban miembros humados asados.

– A lo mejor hemos pasado algo por alto -apuntó Þóra con escaso convencimiento.

– ¿Como qué? -preguntó Matthew-. Desgraciadamente, mi querida Þóra, todo parece indicar que, a fin de cuentas, fue Hugi quien mató a Harald, y que su amigo está también involucrado. Lo único que no está claro es si lo hicieron juntos y si el dinero fue a parar a sus bolsillos. Lo más probable, con mucho, es que le hayan contado una mentira pura y dura a Harald sobre el manuscrito, aparentando que sabían dónde encontrarlo. Reconocerás que Halldór se hallaba en una posición clave para tramar cualquier invención, pues ayudaba a Harald con las traducciones. De forma que podían haberse inventado lo de la venta y embolsarse el dinero. Llegado el momento de entregarle el manuscrito, se vieron obligados a buscar alguna escapatoria y se cargaron a Harald. Esa explicación de Dóri sobre el asunto de la camiseta es una perfecta invención.

– Pero… -Bella entró como una exhalación en el mismo instante sin preocuparse por llamar antes a la puerta, con las galletas en la mano. Había dispuesto artísticamente las galletas en una bandeja y llevaba una taza de café. Una única taza. La mente le dijo a Þóra que si las galletas hubieran sido para ella, Bella le habría tirado la caja cerrada, apuntando a la cabeza.

– Muchísimas gracias -dijo Matthew mientras cogía las viandas-. Hay quienes no comprenden la importancia del desayuno. -Hizo una inclinación de cabeza dirigida a Þóra y le guiñó un ojo a Bella. Bella miró a la abogada y levantó la nariz, toda ufana, dirigió a Matthew su mejor sonrisa y salió.

– Le has guiñado el ojo -dijo Þóra asombrada.

Matthew le guiñó el ojo dos veces seguidas a Þóra.

– A ti te lo he guiñado dos veces. ¿Satisfecha? -Se metió en la boca una galleta con grandes aspavientos.

Þóra puso cara de estupefacción.

– Pues ten cuidadito, está desmelenada y me obligará a decirle en qué hotel te alojas. -Sonó su móvil.

– Hola, ¿hablo con Þóra Guðmundsdóttir? -preguntó una voz de mujer que a Þóra le resultó vagamente conocida.