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– Sí, buenos días.

– Soy Guðrún, la que le alquiló el apartamento a Harald -dijo la señora.

– Ah, sí, buenos días. -Þóra garabateó el nombre en una hoja de papel y la giró hacia Matthew, para que éste supiera con quién estaba hablando. Luego escribió detrás un signo de interrogación para indicar que ignoraba el motivo de la llamada.

– No sé si llamo a la persona adecuada, pero tenía su tarjeta y… Bueno, el caso es que me encontré una caja de Harald este fin de semana, con una serie de cosas dentro. -La mujer calló.

– Sí, sé lo que contenía la caja -dijo Þóra para salvar a la mujer de tener que hablarle de los miembros asados.

– Sí, ¿verdad? -La alegría de la voz era conmovedora-. Me di un susto tremendo, como podrá comprender, y ahora el caso es que no sé qué hacer con un documento que me guardé sin querer cuando salí corriendo del lavadero.

– Lo tiene aún en su poder, ¿no es así? -Þóra sentía que debía ayudar a la mujer.

– Sí, eso. Me lo llevé cuando fui a llamar a la policía y luego lo encontré justo al lado del teléfono de la cocina.

– Se trata de un documento que era propiedad de Harald, ¿no es así?

– Bueno, realmente no lo sé. Es una carta vieja. Antiquísima. Recordé que ustedes estaban buscando una cosa de ésas y pensé que quizá sería mejor dársela a ustedes en vez de a la policía. -Þóra oyó cómo la mujer respiraba profundamente antes de continuar-. Ellos siguen buscando. No puedo imaginarme que esto tenga algo que ver con el crimen.

Þóra escribió a toda prisa en el papeclass="underline" ¿Carta antigua? Matthew enarcó las cejas y se comió otra galleta. La abogada dijo a su interlocutora:

– Nos encantaría por lo menos poder echarle un vistazo. ¿Podemos pasarnos ahora por su casa?

– Ejem, sí. Estoy en casa. Pero hay otra cosa. -La mujer calló.

– ¿El qué? -preguntó Þóra, alarmada.

– Pues es que me temo que estropeé la carta un montón, con las prisas. Tenía un auténtico shock. Pero no está rota. -Se apresuró a añadir-. En realidad es por eso por lo que no le dije nada a la policía sobre la carta. No quería que montasen un número sólo por haberla dañado. Espero que comprendan cómo son estas cosas.

– No importa. Vamos para allá. -Þóra colgó y se puso en pie-. Tendrás que llevarte las galletas; nos vamos. Probablemente acabamos de dar con la carta danesa que había desaparecido.

Matthew cogió dos galletas y tomó el último sorbo de café.

– ¿La carta que estaba buscando el decano?

– Sí, eso espero. -Se echó el bolso al hombro y fue hacia la puerta-. Si se trata de la carta podemos ir a devolvérsela a Gunnar y a lo mejor sacarle algo acerca de lo que Halldór me contó de Bríet. -Le lanzó una sonrisa de triunfo, feliz de lo bien que se le habían puesto las cosas-. Y aunque no se trate de esa carta, podríamos hacerlo de todos modos.

– ¿Piensas engañar a ese pobre hombre? -preguntó Matthew-. No está demasiado bien eso… teniendo en cuenta lo que ha tenido que sufrir el desdichado.

Þóra miró por encima del hombro mientras salía al pasillo y le sonrió.

– La única forma de descubrir si se trata de la carta en cuestión es llevándosela a Gunnar. Seguramente se pondrá tan contento que estará dispuesto a hacer lo que sea por nosotros. Dos o tres preguntitas sobre Bríet no le harán demasiado daño.

La sonrisa de Þóra no era ya tan amplia cuando estuvieron sentados a la mesa de la cocina en casa de Guðrún, con la carta delante. Gunnar no iba a ponerse demasiado feliz cuando llegara a sus manos algo tan estropeado. Sin duda preferiría que hubiera seguido en paradero desconocido.

– ¿Estás segura de que no estaba rajada ya cuando la sacaste de la caja? -preguntó Þóra intentando con mucho cuidado alisar la gruesa hoja de papel sin arrancar el trozo que estaba casi roto.

La mujer pasó los ojos por el papel, avergonzada.

– Segurísima. Estaba entera. Debí de rajarla yo en mi conmoción. No lo hice a propósito. -Sonrió como pidiendo excusas-. Pero seguramente se podrá pegar… ¿verdad? Y luego alisarla bien, ¿verdad?

– Sí, sí, claro que sí. Perfectamente -dijo Þóra, aunque sospechaba que la restauración del documento resultaría mucho más problemática de lo que su comentario parecía indicar, si es que era posible-. Le agradecemos mucho haberse puesto en contacto con nosotros. Tiene razón… muy probablemente se trata del documento que estábamos buscando, y en realidad no tiene nada que ver con la investigación de la policía. La pondremos en las manos convenientes.

– Bien, cuanto antes saque de aquí todo lo que recuerde a Harald y a todas estas complicaciones, tanto mejor. No han sido unos días nada agradables, en absoluto, para mí y para mi marido, desde que se cometió el crimen. Y además les rogaría que se pusiesen en contacto con la familia de él y les comunicasen que me encantaría que la vivienda pudiese quedar libre lo antes posible. Cuanto antes pueda olvidarme de todo esto, antes me podré tranquilizar. -Puso sus delgadas manos sobre la mesa de la cocina y miró fijamente sus dedos llenos de anillos-. No es que no me llevara bien con Harald, personalmente. No me vayan a malinterpretar.

– No, no -dijo Þóra con voz afable-. Puedo imaginarme que todo esto habrá sido cualquier cosa menos divertido. -Acompañó sus palabras con un esbozo de sonrisa-. Y ya para terminar, querría preguntarle si llegó a conocer a los amigos de Harald… si les vio o les oyó.

– ¿Es una broma? -preguntó la mujer con repentina brusquedad-. ¿Que si les oí? A veces armaban tanto barullo como si estuvieran dentro de mi propia casa.

– ¿Qué clase de barullo? -preguntó Þóra con prudencia-. ¿Discusiones? ¿Gritos?

La mujer resopló.

– Principalmente era música a todo meter. Si eso se puede llamar música. Luego había golpetazos a hora y a deshora, como si estuvieran dando zapatazos en el suelo o saltando. Algunos alaridos y gritos y chillidos… muchas veces tuve la sensación de que igual podía haber alquilado el piso para que se dedicaran a domar caballos.

– ¿Y por qué siguió teniéndole como inquilino? -intervino Matthew, que se había mantenido al margen durante casi toda la conversación-. Si no recuerdo mal, en el contrato de alquiler había una cláusula sobre el comportamiento y se establecía que se podía romper por incumplimiento de la misma.

La mujer enrojeció sin que Þóra comprendiese muy bien por qué.

– Me caía bien, supongo que por eso. Pagaba puntualmente el alquiler y aparte de esas cosas era un inquilino magnífico.

– ¿Quizá eran sobre todo sus amigos los causantes del ruido? -preguntó Þóra.

– Sí, seguramente se puede decir que sí -respondió la mujer-. Por lo menos aumentaba cuando estaban de visita. Harald tenía la costumbre de poner la música muy alta y de hacer ruido al caminar, o algo así… Cuando recibía a sus amigos, el barullo crecía muchísimo.

– ¿Alguna vez presenció una discusión violenta o una pelea entre Harald y esos amigos suyos? -preguntó Potra.

– No, no puedo decir que viera nada de eso. En su momento, la policía preguntó lo mismo. Lo único que recuerdo fue una pelotera, una riña, entre Harald y una chica. Pero no me fijé demasiado, estaba ocupada preparando el pastel de Navidad. No es que estuviera yo también allí, con ellos, qué va; sólo les oí al pasar. -La voz se le fue apagando. Sin que se lo pidieran, les había enseñado el lavadero, les había explicado cómo y dónde había encontrado la caja. El cuarto daba al interior y no se podía pensar que hubiera pasado por allí, a menos que hubiera entrado ex profeso. La mujer se había puesto en evidencia y Þóra intentó hallar alguna forma de darle la oportunidad de que les contara lo que había oído… sin tener que reconocer que había pegado el oído a la puerta.