– ¡Oh! -suspiró con su mejor espíritu de colaboración-. Yo también viví en un piso en el que la puerta del espacio común daba a mi vivienda, y no había forma. En cuanto había alguien allí, se oía prácticamente todo. Me resultaba insoportable.
– Sí -dijo la mujer, vacilante-. Harald solía ir solo al lavadero… así que bien. No sé si aquella chica le estaba ayudando con la colada o si simplemente le acompañó y estaban ya de malas. Era por culpa de un documento desaparecido, si no recuerdo mal. A lo mejor era ése -La mujer señaló con la barbilla en dirección a la carta antigua-. Harald le pedía que dejara en paz el tema; al principio muy tranquilamente, pero se fue calentando cuando ella insistió en que la apoyara. No hacía más que repetir que aquello podría ser un empujón maravilloso para la carrera… significara eso lo que significara. No oí nada más, porque fue sólo de pasada, como les he dicho.
– ¿Reconoció la voz de la chica? ¿Podía haber sido una chica rubia, menudita, que formaba parte de su grupo de amigos? -preguntó Þóra, esperanzada.
– No, no la reconocí-dijo la mujer, nuevamente con hosquedad-. Había dos que venían por aquí, sobre todo una alta y pelirroja y luego la que acaba de describir usted. Las dos tenían en común la pinta como de putas reclutadas a toda prisa en el ejército… con pinturas de guerra y ropas de camuflaje completamente deformes. Ambas carecían del más mínimo atractivo y eras unas maleducadas. Puedo asegurarles que ni siquiera me saludaban, aunque nos encontrábamos bastantes veces. Por eso nunca les oí la voz.
Aunque Þóra estaba de acuerdo con la mujer en que Bríet y Marta Mist eran bastante maleducadas, no se podía decir precisamente que careciesen de atractivo. Estaba empezando a sospechar que la mujer podía estar enamorada de Harald y por eso le molestaban tanto sus amigas. Cosas más raras pasan. Intentó que no se le notara.
– Bueno, en todo caso, no importa demasiado. Sin duda, eso no tiene ninguna relación con el caso. -Se dispuso a levantarse y cogió la carta-. De nuevo, muchísimas gracias, y transmitiré inmediatamente sus deseos en lo referente al apartamento.
Matthew también se levantó y le dio la mano a la señora. La miró sonriente, y ella le devolvió la sonrisa, aunque no parecía tenerlas todas consigo.
– ¿No le interesaría a usted quedarse con el apartamento? -preguntó la mujer, que puso su mano izquierda sobre la de Matthew, de lo más afable.
– Sí, no, sólo estoy temporalmente en este país -dijo él con apuro, intentando pensar cómo recuperar la mano.
– En último caso, siempre podrías vivir en casa de Bella -intervino Þóra con una sonrisita perversa. Matthew le envió una mirada asesina que sólo se suavizó cuando la mujer le soltó la mano.
– Tú le das el documento -dijo Þóra, intentando pasarle a Matthew el grueso sobre. La mujer se lo había traído cuando se estaban marchando… para evitar mayores daños al documento. Si servía de algo ya.
– De eso ni hablar -se quejó Matthew apretando contra el cuerpo los brazos cruzados-. Tuya fue la idea y yo pienso limitarme a sentarme con vosotros y ver lo que pasa… y a darle un pañuelo al buen hombre si se echa a llorar cuando le des ese papelucho roto.
– No me sentía así desde que acababa de sacarme el carné de conducir y le di por detrás al coche del vecino -dijo Þóra mientras esperaban. Les habían dicho que se sentaran, señalando que Gunnar estaba a punto de volver de clase. No había nada que hacer entretanto, así que Þóra se reclinó en el respaldo de la silla-. Y ni siquiera es que haya sido yo quien rompió la carta.
– Pero eres tú a quien le toca comunicarle la noticia -dijo Matthew, mirando el reloj-. ¿Es que no va a llegar nunca? Tengo que comer antes de que vayas tú a hablar con Amelia. ¿Seguro, seguro, que el día de descanso de la hostelería dura sólo hasta mediodía?
– No tardaremos mucho, no te preocupes. Te habrás ido a comer antes de que puedas darte cuenta. -Escuchó unos pasos que se acercaban desde el final del pasillo y levantó la vista. Era Gunnar, que caminaba rápidamente hacia ellos. Cargaba un montón de papeles y libros en los brazos y pareció asombrado de verles.
– Buenos días -dijo mientras trataba de sacar del bolsillo la llave del despacho-. ¿Han venido a verme a mí?
Matthew y Þóra se levantaron.
– Sí, buenos días -dijo ella. Hizo ondear el sobre-. Queríamos comprobar con usted si una carta encontrada este fin de semana era la que andaba buscando.
En rostro de Gunnar se iluminó.
– ¡Qué me dice!-exclamó mientras abría la puerta de su despacho-. Sírvanse pasar, por favor. Es una noticia espléndida. -Fue a su escritorio y dejó el cargamento. Luego se sentó y lea lúzo seña de que ellos hicieran lo propio-. ¿Y dónde apareció?
Þóra se sentó y puso el sobre encima de la mesa.
– En casa de Harald, dentro de una caja con otros objetos. Tengo que advertirle que la carta no está en buen estado de conservación. -Sonrió pidiendo excusas-. La persona que la encontró había sufrido un ataque de nervios.
– ¿Un ataque de nervios? -preguntó Gunnar sin comprender. Cogió el sobre y lo abrió con sumo cuidado. Muy despacio fue sacando la carta y cuando pudo comprobar con claridad cuál era su estado, se fue disgustando más y más-. ¡Pero qué demonios es lo que pasó! -Puso la carta sobre la mesa, delante de él, y se quedó mirándola fijamente.
– Mmmm, la mujer encontró toda clase de cosas que la desequilibraron por completo -explicó Þóra-. Y no sin motivo, se lo aseguro. Nos pidió que dijéramos que lo sentía muchísimo, pero que esperaba que fuera posible recomponerla. -Sonrió pidiendo excusas.
Gunnar no dijo nada. Siguió mirando fijamente la carta, inmóvil. De pronto, se echó a reír. Con una risa bastante destemplada… nada parecida a la que se produce cuando alguien dice algo divertido.
– ¡Dios mío! -exclamó asfixiado cuando se le pasó el ataque de risa-. ¡Cómo se va a enfadar Maria! -Su cuerpo sufrió un estremecimiento al decir aquellas palabras. Acarició el documento, lo levantó y lo observó-. Pero sí, ésta es la carta, así que al menos habría que alegrarse de que haya aparecido -resopló.
– Maria -dijo Þóra-. ¿Quién es Maria?
– La presidenta del Instituto Árni Magnússon -dijo Gunnar con voz apagada-. Es ella quien está en pie de guerra por culpa de esta carta.
– Explíquele lo de la mujer que la encontró -propuso Þóra-, que está apenadísima por lo sucedido.
Gunnar levantó la vista de la carta y miró a Þóra. Su gesto indicaba que aquello no importaría mucho.
– Sí, eso haré.
– Y ya de paso, querría aprovechar la oportunidad, Gunnar, para preguntarle por una alumna de la facultad: Bríet, una amiga de Harald.
Gunnar entornó los ojos, serio.
– ¿Qué pasa con ella?
– Nos han dicho que tuvieron un rifirrafe ellos dos. Algo relacionado con un trabajo sobre Brynjólfur Sveinsson que estaban haciendo juntos. Su relación se agrió a causa de un documento desaparecido. ¿Sabe usted algo de eso? -Þóra se dio cuenta de que en la pared, detrás de Gunnar, había colgada una pintura, y le pareció que se trataba precisamente del dichoso Brynjólfur-. ¿No es ése? -señaló el cuadro.
Gunnar permanecía en silencio, pensativo. No miró hacia atrás, sin duda sabía perfectamente lo que había en la pared.
– Ese no es Brynjólfur Sveinsson, es un antepasado mío, con cuyo nombre fui bautizado. El reverendo Gunnar Harðarson. Lleva hábito de sacerdote, no ropas obispales del siglo XVII.
Þóra se sonrojó y decidió no preguntar por ninguna de las numerosísimas fotografías enmarcadas que colgaban también en las paredes… una foto que le pareció ser de Gunnar y el campesino de Hella que les había acompañado a Matthew y a ella cuando estuvieron visitando las cuevas. El hecho de que se sonrojara, irritó aún más a Gunnar, que se inclinó sobre el borde de la mesa y dijo enfadado: