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Matthew miró el reloj.

– Tiene que venir algún día este hombre.

En esto se abrió la puerta y entró Gunnar. Se quedó pasmado al verles allí.

– ¿Pero quién les ha dado permiso para entrar?

– Nadie. Estaba abierto -respondió Þóra tranquilamente.

Gunnar corrió a su escritorio.

– Creía que ya nos habíamos despedido. -Se sentó en su silla y les miró con cara de pocos amigos-. No estoy en el mejor de los momentos posibles. A Maria no le gustó demasiado ver el pésimo estado en el que se encontraba la carta.

– No le entretendremos mucho -dijo Matthew-. Pero antes no conseguimos aclararlo todo.

– ¿Y eso? -respondió Gunnar con acritud-. Les dije todo lo que quisieron saber.

– Pero es que querríamos preguntarle por unos cuantos detalles que están aún sin aclarar -puntualizó Þóra.

Gunnar inclinó la cabeza hacia atrás y fijó la vista, irritado, en el techo. Exhaló un profundo suspiro antes de volver a mirarles.

– Pues muy bien. ¿Qué tienen tanta urgencia por saber?

Þóra miró primero a Matthew y luego a Gunnar.

– La cruz antigua que se menciona en esa carta a Árni Magnússon… ¿no podría ser la cruz que está en la cueva de los monjes, en Hella? -preguntó-. Se supone que es usted el principal experto en ese periodo… ¿es eso correcto? Por lo menos, la cruz estaba en este país ya antes de que empezara la colonización propiamente dicha.

Gunnar se quedó lívido.

– ¿Cómo voy a saberlo? -bramó. Þóra se encogió de hombros.

– Pues yo creo que lo sabe todo sobre estas cosas. ¿No es esa foto de usted y el propietario de las tierras donde se encuentran las cuevas? -Señaló con el dedo la foto enmarcada de la pared-. ¿Las cuevas de los monjes irlandeses?

– Sí, en efecto. Pero no logro descubrir la relación -dijo Gunnar-. Me parece que hacen ustedes unas preguntas muy extrañas y no acabo de explicarme su interés por la historia. Si quieren matricularse en la facultad, en secretaría tienen impresos de solicitud.

Þóra hizo como que no le había oído.

– Pues creo precisamente que sí que logró descubrir la relación. Usted estuvo en la reunión Erasmus, que se prolongó hasta medianoche, cuando asesinaron a Harald. -Al ver que Gunnar no decía nada, añadió-: ¿Podría ser que viera a Harald esa noche?

– ¿Pero qué horrible monstruosidad es ésa? Ya le he dado toda clase de explicaciones a la policía sobre la horrible muerte de Harald. Tuve la inmensa desgracia de encontrar el cadáver, pero el asunto no me afecta a mí en ningún otro sentido. Es mejor que salgan de aquí ahora mismo. -Señaló la puerta, tembloroso.

– Estoy segura de que la policía tendrá que revisar todos sus interrogatorios, ahora que se sabe qué es lo que causó las heridas del cadáver -dijo Þóra, sonriendo maliciosamente a Gunnar.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Gunnar, pasmado.

– Han descubierto lo que se utilizó para extraer los ojos y para grabar el signo sobre el cadáver. El tremendo susto que se llevó al ver el cadáver ya no le garantiza que la policía le trate con guantes de seda. Las cosas van a ser muy distintas a la luz de las declaraciones de ese hombre.

Gunnar jadeó.

– Ustedes andan mal de tiempo. Yo también. No quiero retenerles ni un segundo más. Debemos concluir esta conversación.

– Usted le estranguló con la corbata -continuó Þóra-. El alfiler de corbata lo confirmará. -Se puso en pie-. Aún tiene que salir a la luz el móvil, pero en estos momentos en realidad no importa. Usted le mató. Ni Hugi, ni Halldór, ni mucho menos Bríet. Usted. -Le miró a los ojos y se sintió invadida de asco y compasión. Un estremecimiento recorrió a Gunnar, y Matthew se puso en pie lentamente, utilizando al mismo tiempo una mano para empujar a Þóra suavemente hacia atrás… en dirección a la puerta. Como si temiera que Gunnar fuera a saltar sobre la mesa enarbolando la corbata para estrangularla a ella también.

– ¿Ha perdido usted el juicio? -preguntó Gunnar mirando fijamente a la abogada. Se puso en pie con grandes aspavientos-. ¿Cómo se le ha podido ocurrir semejante cosa? Le aconsejo que se busque un psiquiatra, y cuanto antes, mejor.

– No es ningún absurdo… usted le asesinó. -Þóra se mantenía firme-. Tenemos diversos datos que indican que es usted el culpable. Créame. Cuando la policía le eche el guante y le interrogue en serio, le será difícil defenderse.

– Imposible, yo no le maté. -Gunnar miró a Matthew, esperando apoyo.

– Quizá la policía esté interesada en oírle decir eso… nosotros no. -Matthew no dejaba que una sonrisa se dibujara en sus labios-. A lo mejor la facultad puede apoyarle poniéndose de su parte. Un registro domiciliario quizá pueda proporcionar algunas pruebas más, si el alfiler de corbata no resulta suficiente.

Sonó el teléfono de Þóra. No apartó los ojos de Gunnar mientras duró la breve conversación telefónica. Él la miró hablar, desfallecido, sin entender qué estaba pasando. Þóra volvió a meterse el teléfono en el bolsillo.

– Era la policía, Gunnar.

– ¿Y? -preguntó él. La nuez le subía y bajaba en la garganta.

– Me pedían que fuera a la comisaría. Han descubierto que existe una serie de movimientos muy interesantes en su cuenta bancada, y quieren que Matthew y yo les expliquemos mejor las cosas. Tengo la plena impresión de que la policía le tiene a usted en el punto de mira. -Calló y le miró.

Gunnar les miraba alternativamente a uno y otro, enloquecido. Abrió la boca más de una vez como para decir algo, pero al momento volvió a cerrarla. Al final se dejó caer, vencido.

– ¿Van a por el dinero? -preguntó con voz inarticulada-. No he gastado mucho. -Les miró, pero no hubo reacción-. También tengo el libro, pero no estoy dispuesto a dárselo a nadie. Es mío. Yo lo encontré. -Se cogió la frente con las manos, aparentemente desesperado-. No tengo ninguna otra cosa que pueda decirse que posee un valor incalculable, o que sea única. Harald parecía tenerlo todo, por lo menos le sobraba el dinero. ¿Por qué tenía que anhelar esto precisamente, y no cualquier otra cosa?

– Gunnar, creo que tendríamos que llamar a la policía -dijo Þóra con voz baja y afable-. A nosotros no tienes que decirnos nada más… reserva tus fuerzas. -Vio que Matthew sacaba su teléfono, dispuesto a llamar-. Ciento doce -dijo, sin que Gunnar mostrara reacción alguna. Matthew salió a llamar.

– Estaba siempre esperando que la policía me acusara del crimen cuando me interrogaron sobre el hallazgo del cadáver. Estaba convencido de que sólo estaban jugando conmigo, que hacían como si no supieran que era yo quien lo había matado. Luego resultó que ni siquiera habían sospechado de mí. -Levantó la mirada y sonrió débilmente-. Nunca habría podido fingir el susto que me llevé cuando el cadáver se me cayó encima. La última vez que lo vi estaba en la sala de alumnos, en el suelo. Por un momento creí que se había levantado de la muerte para tomar venganza. Tienen que creerme, yo no tuve nada que ver con eso de los ojos. Yo solamente le estrangulé.

– Eso parece más que suficiente, creo -contestó Þóra-. ¿Pero por qué? ¿Porque quería comprarte el manuscrito del Martillo de las brujas? ¿Tú lo tenías?

Gunnar dijo que sí con la cabeza.

– Lo encontré en la cueva. Tenía un permiso de investigación y me lancé a estudiar a los monjes irlandeses. El dueño de las tierras me autorizó a excavar allí, sólo con la esperanza de encontrar restos de presencia humana que probaran que fueron ellos quienes habían excavado las cuevas, o que no fueron ellos. No se habían investigado previamente… han pasado veinte años desde que estuve allí. Fui el primero que metió una pala en la tierra en ese lugar, aunque parte de las llamadas Cuevas de Ægisíða habían sido estudiadas bastante antes. Aquellas cuevas se habían usado como establo para vacas hasta mediados del siglo pasado, y por eso la mayoría estaban sin explorar. Pero en lugar de encontrar restos de presencia humana de antes de la colonización, encontré un cofre bien oculto al lado del altar. En ella estaba ese manuscrito, junto a otros más. Una Biblia manuscrita, en danés, un libro de salmos y dos bellísimos libros noruegos sobre ciencia natural. -Miró fijamente a los ojos de Þóra-. No pude resistirlo. Escapé en mi coche con el cofre antes de que viniera el propietario y no le dije nada a nadie. Poco a poco me fui dando cuenta de los tesoros que tenía en mis manos, eran las propiedades de Skálholt. Dos de los libros estaban marcados con las iniciales de Brynjólfur: LL. Pero sólo cuando apareció Harald comprendí qué estaba haciendo allí aquella extraña edición del Martillo de las brujas.