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– ¿Y cómo lo descubrió él? -preguntó Þóra, que añadió-: No tienes que decirme nada si no quieres.

Gunnar no hizo caso alguno de sus palabras.

– La suerte del principiante -dijo-. Yo no la califico, desde luego, como suerte, más bien como desgracia. Harald vino aquí expresamente para buscar ese manuscrito, como seguramente sabrán ustedes. Escarbó en todas las fuentes hasta que dio con el rastro, según pensaba él. Estaba convencido de que Jón Arason se había llevado el manuscrito para imprimirlo y que lo escondió cuando las cosas empezaron a volverse en su contra. Por entonces yo no veía claro adonde pretendía ir, y no hice nada por obstaculizar su marcha. Fue ex profeso a Skálholt para comprobar las peculiaridades del lugar de la ejecución. Allí encontró la pista del manuscrito por pura casualidad… le hablaron de la colección de manuscritos de Brynjólfur y se dedicó a estudiar las fuentes que trataban de él con la esperanza de encontrar un catálogo de los manuscritos perdidos. Pero eso no sucedió hasta que vino a verme después de que Bríet descubriese lo de la carta desaparecida del Archivo Nacional…

Miró al suelo y luego de nuevo a Þóra.

– Naturalmente, en cuanto me di cuenta de lo que había encontrado, retuve la carta. Tenía mucho miedo de que pudiera conducir a otros hasta las cuevas… a que alguien llegase a las mismas conclusiones que usted sobre la sagrada cruz. Aquello fue un error nefasto. No me había librado de los problemas con Bríet cuando entró en juego Harald. Él conocía el contenido de la cara. Entró directamente en materia, dijo que sabía que yo había encontrado el Martillo de las Brujas de Kramer, y que él lo quería. Había robado un artículo sobre los monjes y las cuevas de mi despacho… un viejo artículo que me vi obligado a escribir a la conclusión del permiso de investigación. Cometí la estupidez de incluir una foto del agujero del que desenterré el cofre. Dije que era un viejo fogón. Nadie se extrañó por esa conclusión… en realidad estoy seguro de que nadie llegó a leer el artículo. Harald se limitó a sumar dos y dos. Y yo que creía que eran las limpiadoras las que habían robado los papeles. -Gunnar guardó silencio por un momento-. El quería el Martillo de las brujas. Dijo que le daba igual todo lo demás que pudiera haber allí, pero que tenía que conseguir aquel libro. Y se ofreció a comprármelo. Mencionó una suma increíble, mucho más dinero del que yo podría conseguir por él en el mercado negro, si hubiese tenido la menor idea de dónde estaba ese mercado. En lugar de negarme y echarlo del despacho, decidí aprovechar la oportunidad. Aquel dinero me tentó. Yo no tenía ni idea de lo importante que era ese manuscrito. Harald me contó toda la historia antes de entregarme el dinero. Entonces cambié de opinión. Pero no podía decírselo, de ninguna manera -jadeó-. Naturalmente, son ustedes incapaces de comprender que cuando uno trabaja toda su vida tan cerca de la historia, se ve atraído involuntariamente por todo lo que había en ella. Y yo tenía en mis manos un tesoro único. Totalmente único.

– ¿Así que mataste a Harald para conservar el manuscrito… sin tener que devolver el dinero y reconocer su existencia, arriesgándolo todo? -preguntó Þóra-. A lo mejor él habría preferido seguir viviendo sin él, en vez de morir.

Gunnar rio débilmente.

– Claro que lo intenté. Se limitó a reírse de mí y dijo que era mucho más conveniente tratar con él que con las autoridades, y que no dudaría en denunciarme si lo engañaba. -Gunnar respiró con dificultad-. Lo vi. Venía en bicicleta por Suðurgata cuando yo estaba yéndome ya a casa. Di la vuelta y le esperé en la entrada principal. Dejó la bicicleta a un lado y entramos juntos. Una de sus manos estaba llena de sangre, había sangrado por la nariz. Tenía una hemorragia nasal. Muy desagradable. -Gunnar cerró los ojos-. Utilizó su llave y su número secreto para abrir. Estaba borracho e indudablemente drogado. Hice un nuevo intento de razonar con él. Le pedí que me comprendiera. Él se rió de mí. Lo seguí a la sala de alumnos, allí rebuscó en un armario y sacó una pastillita blanca, que se tragó. Enseguida se puso aún más extraño. Se dejó caer en un sillón, me dio la espalda y me pidió que le diera un masaje en los hombros. Creí que se había vuelto loco, pero más tarde supe que se había tomado una pastilla de éxtasis, que aumenta la necesidad de contacto físico. Fui hasta él y al principio pensé en hacer lo que me pedía, con la esperanza de que accediera a mi ruego. Pero de pronto me inundó una furia tal que, sin darme cuenta siquiera, me quité la corbata y se la pasé por el cuello. Apreté. Él se resistió. Pero no pasó nada. Y entonces murió. Cayó lentamente al suelo desde el sillón. Y me fui. -Gunnar miró a Þóra esperando su reacción. Parecía haberse olvidado completamente de Matthew.

Por la ventana llegó el ruido de unas sirenas, que fue haciéndose cada vez más fuerte.

– Vienen a por ti -anunció Þóra.

Gunnar apartó la vista de ella y la dirigió a la ventana.

– Yo quería llegar a ser rector -dijo con tristeza.

– Me parece que puedes olvidarte de eso.

13 DE DICIEMBRE

Epílogo

Amelia Guntlieb, callada como una tumba, tenía la mirada fija en la superficie de la mesa. Þóra sospechaba que no acababa de atreverse a hablar. Si hubiera estado en su lugar, ella también habría preferido el silencio. Matthew acababa de repasar los pormenores del caso, tal como los conocían entonces. No era muy probable que pudieran salir a la luz más cosas de auténtica importancia. Þóra admiró lo bien que había conseguido dulcificar las cosas que herirían sin duda a la madre de Harald. Pero la historia era repugnante y nada agradable de escuchar… incluso para Þóra, aunque conociera todos los detalles.

– Han encontrado el Martillo de las brujas y otras cosas que Gunnar sacó de la cueva -dijo Matthew reposadamente.

Una vez que la policía hubo detenido a Gunnar el día anterior, se procedió a los interrogatorios, de modo que Þóra y Matthew no pudieron salir a comer juntos. Y ella no tenía nada claro ser capaz de reunirse con Amelia Guntlieb cuando la policía la dejó marcharse. En lugar de eso, se fue a su casa. Antes de sentarse a charlar con Gylfi sobre el niño que esperaban, tuvo una larga conversación con Laufey. Había aconsejado a Þóra que hiciera al muchacho consciente de las consecuencias, que lo invitara a hacer algo que diera auténtica realidad al niño, que lo hiciera de carne y hueso. Así podría aclararse un poco las ideas sobre lo que estaba sucediendo. Por ejemplo, podía animarle a hacer una lista de posibles nombres para el niño.

Estaban sentados en la cafetería del Ayuntamiento, que se encontraba vacía. Elisa había derramado unas lágrimas mientras Matthew hacía su relato, pero su madre estaba como petrificada, tapándose la cara con las manos y mirando luego la mesa. Entonces levantó la mirada y respiró muy hondo. Nadie dijo una palabra. Estaban todos esperando que dijera algo, que llorase o que dejase traslucir de alguna forma sus sentimientos. No fue así. No miró a ninguno de los tres, sino que centró su atención en una gran pared de cristal que daba a la laguna, y miró los patos que nadaban allí tan tranquilos, junto con algunos gansos. El viento agitaba la superficie del agua, y los pájaros alzaron el vuelo y se fueron uniendo a los patos. Una gaviota llegó como por casualidad y se posó en medio del nutrido grupo.