Pasado el aeropuerto de Málaga, en Rompedizo, había un embotellamiento de tráfico en las afueras de Torremolinos.
– Iremos directamente al hotel, Paco -dijo Bernal-, y pediremos las habitaciones. Luego podéis ir todos a cenar mientras yo hablo con el inspector Palencia.
Como el chófer oficial no estaba familiarizado con las calles laterales, tuvieron que rodear totalmente la ciudad por la plaza de la Costa del Sol y bordear La Nogalera, todavía llena de turistas, a las 10.20 de la noche. Cuando al fin llegaron al Hotel Paraíso, en la estrecha calle de las Mercedes, se encontraron con que el aparcamiento del hotel estaba en el camino del acantilado y el conductor se ofreció a localizarlo después de dejarles a todos en la entrada principal. En recepción, les recibió personalmente el director.
– He conseguido dejar libres dos habitaciones que dan al mar y otras dos más pequeñas que dan a la calle, comisario. Es un gran honor recibirle en nuestro hotel. Nos sentiremos mucho más seguros.
– No se preocupe por el tipo de alojamiento. Nos servirá lo que sea. Creo que no pasaremos mucho tiempo en las habitaciones -Bernal se fijó en el letrero que había cerca del ascensor y que señalaba el camino de la playa-. ¿Hay una salida posterior?
– Todavía mejor, comisario, hay un ascensor que va desde este vestíbulo al aparcamiento subterráneo y al Bajondillo. Les ahorrará la bajada a pie hasta el Paseo Marítimo.
– Excelente -comentó Bernal, que no era precisamente muy aficionado a los caminos con mucha pendiente. Se volvió a sus hombres, a los que se habían sumado ahora Elena y Ángel-. Vale más que vayáis a tomar algo mientras yo localizo al inspector local.
Se volvió al afable director del hotel que estaba ahora al fondo, indeciso.
– ¿Queda muy lejos la comisaría?
– No, comisario, queda a un paso de aquí, en la plaza de Andalucía. Puede cortar por la galería comercial que hay en la calle siguiente. Le enseñaré el camino.
La plaza de Andalucía era zona reservada para peatones, sin duda de construcción reciente, por terminar aún en su extremo nororiental, y rodeada de altos edificios de apartamentos con tiendas y bares en los bajos. Había dos grandes terrazas, donde los turistas tomaban helados o café y coñac después de la cena, y los chiquillos correteaban bajo las oscuras encinas.
En el rincón más oscuro de la plaza, Bernal localizó la comisaría y unos cuantos jeeps y furgones policiales aparcados delante. Enseñó la placa al sargento de guardia, que le hizo pasar al despacho del inspector Palencia.
– Ahora todo está en calma, comisario, pero las cosas empezarán a animarse a partir de las 11.30, que es cuando empiezan las peleas en bares y discotecas. Hoy sólo ha habido pequeños robos en tiendas y tirones de bolsos en la calle.
Bernal le puso al corriente de los principales objetivos de la Operación Guardacostas, pues el joven inspector había estado de guardia todo el día y no había podido asistir a la reunión de Málaga. Palencia le escuchó atentamente y luego comentó:
– Recibimos las fotos de los ocho etarras y de sus dos mujeres ayer. Hoy he repartido copias entre mis hombres y he colocado tres turnos de cuatro hombres cada uno, de paisano, en la ciudad, dos para vigilar la estación de Renfe y los otros para que patrullen aquí.
– Puede ver usted lo difícil que resulta la vigilancia de este distrito, comisario. La zona comercial es un recinto peatonal bastante grande, aunque podemos entrar con vehículos en caso de emergencia. Por las mañanas se concentran en esta zona muchísimos compradores, además de los veraneantes que pasan por aquí de camino hacia las playas. Y casi todos los hoteles y apartamentos están en esta zona alta. Así que desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde, casi toda la actividad está en el Paseo Marítimo y en las playas. Luego, a partir de las seis, la gente se concentra en los cafés, bares, clubes y discotecas de la zona alta, donde suelen estar hasta las cuatro de la madrugada o incluso más. La única hora verdaderamente tranquila aquí es desde las seis y media hasta las ocho y media.
– Cuando caen todos rendidos, supongo -comentó Bernal.
El inspector sonrió.
– Supongo. Ahora sólo hay dos vías para vehículos de motor y ambas van desde la zona alta hasta el Lido, en el extremo nororiental del pueblo. Poco más allá del Lido, está Playa Park, una urbanización nueva de bloques de apartamentos construidos por algún jeque petrolero de segunda. El paseo queda bloqueado en el extremo suroccidental por La Roca, en la que se alza el Castillo del Inglés. Cerca de ese callejón sin salida hay un tramo de escaleras que suben hasta el barrio residencial, pasado el Hotel Meliá Costa del Sol. En el acantilado, al lado del hotel, hay un ascensor público, que lleva en desuso varios años. El Hotel Meliá tiene ascensores propios para los clientes, por supuesto. Y en el centro está la Cuesta del Tajo, el más frecuentado de los caminos del acantilado, que lleva desde el final de la calle de San Miguel, en zigzag, hasta la playa, cerca de los Apartamentos Bajondillo.
– ¿Y qué me dice de La Carihuela, inspector, pertenece a su distrito? -Bernal señaló el siguiente centro de veraneo al suroeste de Torremolinos.
– Por desgracia, sí. El distrito de Benalmádena empieza justo a partir de allí. Supongo que sabe usted que es una vieja aldea de pescadores, famosa por sus marisquerías, y tablaos que se representan en las azoteas; pero se ha producido un gran auge comercial y hay que dedicarle muchos hombres. -El inspector preguntó a Bernal qué necesitaría su grupo para instalar el centro de operaciones-. Pueden disponer de dos habitaciones aquí en la primera planta.
– Es muy amable, pero creo preferible que mi grupo permanezca de incógnito, lejos de la comisaría. He estado pensando en el Hotel Paraíso. Está muy bien situado, tiene fácil acceso en ascensor al Bajondillo y vías de acceso tanto a la entrada principal como al aparcamiento de coches subterráneo. Si el director tuviera espacio suficiente, podríamos instalarnos allí e instalar vías directas de comunicación con su comisaría.
– Creo que podrá contar usted con la colaboración del director del hotel. Es antiguo compañero mío de colegio, así que ya hablaré con él.
En este punto apareció el sargento de guardia.
– Inspector, acaba de llamar por teléfono el dueño de un bar del Paseo Marítimo. Han encontrado el cadáver de un hombre en la playa cerca de La Roca.
– Iré ahora mismo. ¿Ha avisado al forense?
– No, pero le telefonearé ahora, y también al juez de instrucción.
El inspector miró indeciso a Bernal.
– Supongo que querrá usted volver al hotel a cenar algo, comisario.
Bernal sintió la súbita emoción de un posible caso de homicidio y todo el cansancio acumulado por el largo viaje y la reunión desapareció instantáneamente.
– Si no le importa, le acompañaré. Pero no quiero estorbar de ningún modo.
– Sería un gran honor para mí. Sé que es usted el mejor experto en casos de muerte repentina.
Un policía uniformado les llevó en uno de los jeeps policiales, atajando por un sendero aún sin asfaltar que cruzaba un solar desde la avenida del Conde de Mieres hasta la calle de la Bajada. Y desde allí, por la avenida del Lido, hasta el paseo. Bernal observó que casi todos los locales comerciales que daban a la playa estaban cerrados ahora, incluida la Montaña Acuática, que había atendido a sus últimos clientes juveniles por aquel día.
Al final del Paseo Marítimo, el jeep se detuvo con un chirrido más abajo del Hotel Meliá; se había congregado una pequeña multitud a la orilla de la playa. El inspector Palencia sacó de la guantera una linterna grande que entregó a Bernal y él cogió otra.