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– Recibimos un comunicado de la Interpol la semana pasada, pidiendo información sobre tres jóvenes que habían estado de vacaciones en Torremolinos y cuya desaparición han denunciado sus familiares. Llevo aquí el télex para enseñárselo -sacó la importante hoja de papel-. Parece que ahora han desaparecido otros dos jóvenes, un italiano y un alemán. Sus familias no saben nada de ellos desde hace una semana, aunque esperaban que a estas alturas ya estarían de vuelta. Cinco cónsules extranjeros de Málaga se han puesto en contacto con el gobernador civil para pedirle una investigación sobre el paradero de esos ciudadanos y el gobernador, a su vez, ha pedido al jefe de policía que tome medidas urgentes. Comprenderá usted que con la investigación sobre la muerte de mi agente, y todo el asunto de los preparativos de la Operación Guardacostas, sencillamente no dispongo de los hombres necesarios.

– Sólo puede usted cubrir las operaciones para las cuales tiene hombres, Palencia, pero puede contar usted con mi ayuda personal y con la de mi grupo. ¿Me permite ver el primer mensaje de la Interpol?

Bernal leyó el comunicado pidiendo información sobre el joven francés Jean-Paul Morillon, el chico holandés Henke Visserman, y el londinense Henry Marks. Después, guardó silencio, con expresión grave. Cogió luego el mensaje que había llegado aquel día de la Jefatura de Policía de Málaga sobre la petición por parte de varios cónsules de que se abriera una investigación de los tres primeros casos, más la del cónsul italiano solicitando localizar el paradero de Salvatore Croce, de veinte años, obrero de Milán, que había enviado noticias por última vez el 24 de julio desde Torremolinos. Había ido a la Costa del Sol, solo, a pasar quince días de vacaciones y había enviado a casa una tarjeta sellada el 24 de julio, que había tardado una semana en llegar al domicilio paterno. Le esperaban en casa el 29 de julio, en un vuelo chárter de Alitalia, que pensaba coger en el aeropuerto de Málaga; su padre había ido a esperarle a Milán, el chico no llegó y las líneas aéreas le comunicaron que Salvatore no había tomado aquel vuelo.

– El cónsul italiano no ha informado al Gobierno Civil del alojamiento de este joven en Torremolinos, Palencia. Si tenía billete de vuelta para un vuelo chárter, ¿no tenía que incluir una habitación de hotel en la tarifa?

– No forzosamente, comisario. Muchos de esos jóvenes veraneantes compran los billetes de avión a última hora a precios rebajados, lo cual les permite recorrer la costa en autoestop, parando en hoteles baratos e incluso durmiendo en la playa, a la intemperie. Durante todo el verano, hay una enorme población flotante (el turismo barato que Fraga quería evitar cuando era ministro de Turismo) y estos chicos se mueven mucho, no suelen pasar más de dos o tres noches en cada sitio.

– Este quinto caso del joven alemán, es más prometedor -comentó Bernal-. Friedrich Albert Keller telefoneó a su hermano mayor a Francfort hace sólo cuatro días y le dijo que se alojaba en los Apartamentos Lido, donde pasaría las dos últimas noches antes de tomar el vuelo chárter de vuelta de Lufthansa el domingo por la noche, porque se le estaba acabando el dinero. Antes había estado en Marbella y en Fuengirola. La pauta es similar: su hermano mayor fue a esperarle al aeropuerto y se encontró con que no había cogido el avión en Málaga; pero, a diferencia de los otros cuatro casos, en éste sabemos dónde se alojó.

– Ya me fijé, comisario, y he enviado a mi cabo a hablar con el director del hotel. Esta fotografía de pasaporte que nos han enviado no es muy clara, pero sabemos su nombre y el número de pasaporte. El personal de los Apartamentos Lido debió hacer una ficha de registro para la policía cuando se inscribió en el hotel.

– Es un asunto muy extraño, Palencia -dijo Bernal, pensativo-. Seguro que todos los meses se denuncian desapariciones, sobre todo de jóvenes hippies que viajan por todo el mundo.

– Recibimos denuncias de vez en cuando, pero normalmente se trata de jóvenes que acaban apareciendo y regresan al seno de la familia cuando se les acaba el dinero, o cuando llega el otoño y deciden volver para trabajar si encuentran trabajo. Pero algunos siguen por Almería hacia Ceuta y pasan a Marruecos, sobre todo los que toman drogas o los que quieren probar suerte traficando; es frecuente que no vuelvan a la Península. Cuando hay por medio chicas jóvenes hacemos toda la investigación posible para rastrear su paradero, por si han sido inducidas a la prostitución o embarcadas hacia el norte de África para el tráfico de esclavas blancas residual.

– Pero en general las chicas no viajan solas, ¿verdad? -preguntó Bernal-. Por mi propia observación creo que viajan siempre en parejas o en grupos más numerosos, por seguridad -repasó otra vez los documentos de la carpeta-. Verá, lo que me choca de estos cinco jóvenes desaparecidos es que todos viajaban solos, ya que en ninguno de los informes se menciona a un posible compañero de viaje. Eso es sorprendente, aunque en absoluto improbable. Los chicos de esa edad que son solitarios o demasiado tímidos para tener amigos permanentes, quizás esperen hacer amistades en los lugares que visitan. Esto es producto de la movilidad internacional de los jóvenes en la posguerra, la libertad de recorrer el mundo con poco dinero. Cuando pasa algo, somos nosotros los que tenemos los quebraderos de cabeza.

Encendió otro Káiser y fumó con avidez.

– En todos estos casos existe un nexo. Todos se pusieron en contacto con su familia desde Torremolinos en determinado momento, bien enviando una postal o bien telefoneando, y luego todos perdieron el avión que había de partir del aeropuerto de Málaga, con la consiguiente pérdida de una considerable cantidad de dinero de los billetes de vuelta, supuestamente. Después de eso sus familias no han vuelto a saber nada de ellos. Es muy inquietante, Palencia.

– ¿Quiere decir usted que puede haber un nuevo tipo de tráfico de esclavos blancos, quizás al norte de África? Hemos tenido algún que otro problema con los jeques petroleros de las nuevas torres a este respecto, principalmente con los jóvenes de la localidad.

– Me gustaría ver los informes de esos casos cuando volvamos. Quizá tuviéramos que hacer una visita a algunos de sus residentes árabes -Bernal dio una calada al cigarrillo-. O tal vez se trate de algo peor -el viejo detective tuvo repentinamente el fuerte presentimiento de que todas aquellas desapariciones podían estar relacionadas y de que quizás hubiera un maníaco suelto-. Pero, de momento, será mejor no pensar lo peor, Palencia. Su cabo quizá consiga algunas noticias del joven alemán.

El conductor del coche oficial se las arregló muy bien en el tráfico matinal del centro de Málaga, y Bernal y Palencia no tardaron en recorrer la larga calle de la Victoria, desde la que subieron por la calle de la Amargura hasta el viejo hospital militar, un gran edificio frente a la iglesia que alberga a la santa patrona de la ciudad, Nuestra Señora de la Victoria.

Fueron directamente al depósito, donde el patólogo de la policía local había iniciado el examen post mortem de Antonio García. Como siempre, el intenso olor a formalina y a putrefacción de la estancia de azulejos blancos revolvió a Bernal el estómago; se puso tan pálido que Palencia sugirió ir a tomar un café mientras el médico terminaba su trabajo.

Cuando estuvieron cómodamente instalados en la cafetería de visitas, el joven inspector convenció a Bernal de que tomara un Carlos III con el café.

– Es la primera vez que pierdo un agente en servicio, comisario.

– Esas cosas ocurren, Palencia, sobre todo en tiempos de terrorismo.

– ¿Quiere decir que le asesinaron los etarras?

– Tendremos que esperar a ver lo que descubre el patólogo, pero la verdad es que cuesta bastante creer que un policía joven y sano caiga repentinamente muerto en servicio.