– Si acordonamos las playas y los turistas tardan en poder ir, habrá una protesta generalizada del alcalde y de los hoteleros y comerciantes.
– Tendrá que decirles que elijan entre que sus clientes se queden sin bronceado o sin vida. Hay que preguntar a los expertos militares si hay forma de interceptar las señales de radio que emplean los terroristas.
– Quizá sí, comisario, pero ¿no interferiría eso también nuestras comunicaciones y las de los guardacostas, ambulancias y bomberos, por no mencionar las radios comerciales como las de las compañías de taxis, etcétera?
– Voy a llamar a Madrid, inspector, y a pedir a mi técnico habitual, Varga, que venga inmediatamente con su equipo. Vamos a necesitar la ayuda de los mejores técnicos. En cuanto sepamos qué dispositivo de activación han utilizado en los otros sitios, Varga y el grupo de neutralización de explosivos encontrarán la solución. Entretanto, creo que no perdemos nada cerrando de inmediato las playas.
El cabo de Palencia, un fornido policía cuya corpulencia amenazaba con reventar su camisa beige y sus pantalones marrones, aparcó el jeep en la esquina de Martín Pescador. Atravesó a grandes zancadas la terraza del restaurante lleno de turistas y cruzó la entrada enjalbegada de los Apartamentos Lido. Aquello era como un motel, pero sin coches, pensó: hileras de chalés de dos plantas a tres lados del pradillo que empezaba a mostrar los tonos pardos de la sequía. Se dirigió al despacho del director. Llamó con un golpe fuerte y perentorio y entró sin esperar respuesta. Un joven, en traje de baño, leía un tebeo para adultos; se puso en pie de un salto con aire culpable al ver el uniforme del policía.
– ¿Puedo ayudarle en algo?
– ¿Está el director?
– Está durmiendo la siesta, creo.
– Vale más que vayas a llamarle.
Volvió sólo el director; era un individuo de aire preocupado, de treinta y muchos años, y no dejaba de pasarse los dedos por el cabello enmarañado.
– ¿En qué puedo servirle, agente?
– Por favor, saque las fichas del registro de la semana pasada. Tenemos que encontrar la de un joven de Alemania Occidental… -el cabo sacó un papel de comunicado del bolsillo de la camisa y pronunció balbuciente el nombre del extranjero-. Friedrich… Albert… Keller. El apellido se escribe con K.
El director abrió el fichero gris, cuyo contenido apareció en un desorden considerable.
– Aquí vienen muchos jóvenes extranjeros que se quedan sólo una o dos noches.
– Lo cual es muy beneficioso para usted -comentó el policía-. Supongo que llenará las fichas de todos.
– Sí, sí, naturalmente -replicó nervioso el individuo-. Las guardamos hasta que vienen ustedes a recogerlas -colocó un montoncito de pequeñas fichas blancas sueltas sobre la mesa-. ¿En qué fecha llegó?
– Hacia el treinta de julio, dos noches.
El director fue pasando de una en una las fichas, mientras el cabo miraba por detrás.
– No siguen ningún orden -comentó con desaprobación.
– No, pero pienso ordenarlas antes del fin de semana -el director llegó a la última ficha-. Lo siento, pero no hay ninguna a nombre de Keller.
– Pero no hay ningún otro sitio llamado Apartamentos Lido, ¿verdad?
– Bueno, no, pero hay muchas pensiones encima de las tiendas de la avenida del Lido.
El cabo sacó la fotografía bastante borrosa del joven alemán rubio que había enviado la Interpol.
– ¿Le reconoce?
Observó atentamente las reacciones faciales del director.
– Bueno, es bastante difícil. Aquí vienen muchos extranjeros que frecuentan el local Poseidón de enfrente. Ninguno de ellos suele quedarse más de quince días; normalmente se quedan mucho menos.
– Será mejor que revise el fichero otra vez. ¿Hay alguna ficha de alguien que se inscribiera el día treinta de julio y que se fuera hacia el domingo primero de agosto?
El director sacó del archivador un libro grande, bastante astroso, en el que figuraba un plano de las veinticuatro habitaciones, con páginas superpuestas al lado para cada semana del año. En los recuadros figuraban nombres garabateados de extranjeros, muchos de ellos tachados.
– No entiendo cómo puede usted saber realmente las habitaciones que están ocupadas y las que están libres -comentó críticamente el policía.
– Bueno, yo me entiendo, aunque a veces el vigilante de noche lo desordena, si alquila alguna habitación cuando yo no estoy, a partir de las ocho. Yo me aseguro siempre de que los clientes firmen la ficha de inscripción y retengo sus pasaportes hasta el día siguiente para poder tomar todos los datos.
– Eso además impide que puedan irse sin pagar, supongo.
– Normalmente les pedimos que nos paguen por adelantado, en metálico o con cheque de viaje.
– Y el vigilante de noche, ¿no les hace firmar las fichas ni les pide el pasaporte?
– En teoría, ha de hacerlo.
El cabo recelaba; advirtió que podían alquilar habitaciones por una noche sin que el director se enterara siquiera, aunque suponía que, para hacerlo, el encargado de noche tendría que compincharse con la camarera.
– ¿Había alguna habitación libre la noche del día treinta?
El director estudió el desordenado plano.
– Sí. Había una. La habitación catorce, enfrente. Es la habitación menos solicitada porque da a la terraza del bar de al lado.
– Así que el vigilante de noche podría haberla alquilado sin que usted se enterara.
– ¡No creo que hiciera semejante cosa! Hace muchos años que trabaja con nosotros y su mujer también, como camarera.
Eso facilita mucho las cosas, pensó el policía.
– Y desde luego no podía haberla alquilado más de una noche sin que yo me enterara -añadió el director, convencido.
– Déme su nombre y su dirección. Tendré que interrogar a todo el personal y enseñarles esta fotografía.
El director sacó el libro de nóminas y apuntó los nombres y las direcciones para el cabo.
– El único personal, aparte del encargado de noche y de su esposa, son dos mujeres que limpian las habitaciones y llevan la ropa a casa para lavarla a diario.
– ¿Y qué me dice del chaval que estaba aquí cuando llegué?
– Oh, él sólo se cuida del huerto y hace algunos trabajillos a cambio del hospedaje.
– A ver si puede reconocer al joven alemán de la foto.
– ¿Qué ha hecho? ¿Por qué le buscan?
– No puedo decírselo. Se trata de una investigación de la Interpol.
Bernal había convocado una conferencia con su equipo en pleno para las cinco de la tarde en el Hotel Paraíso. Deseaba aún que se mantuvieran de incógnito, por lo que pidió al inspector Palencia que acudiera también, reuniéndose con ellos discretamente, como si fuera simplemente a visitar a su antiguo condiscípulo, el director del hotel. Este último les había tratado a cuerpo de rey, pensó Bernal, al entrar en la sala de conferencias de la primera planta, cuyos ventanales daban a una espectacular vista del mar. Comprobó que Navarro había organizado el despacho provisional, con teléfonos instalados ya en cada mesa. Un gran mapa de la provincia de Málaga colgaba en la amplia pared de enfrente de los ventanales, así como un mapa político más pequeño de toda la península ibérica y un plano urbano a gran escala del distrito policial de Torremolinos.
Cuando todos los miembros del grupo estuvieron reunidos, Bernal empezó por hacer un resumen de las últimas noticias llegadas de Madrid sobre las explosiones que habían tenido lugar en otros centros turísticos.
– Hasta el momento, no se ha producido ninguna explosión aquí, aparte de la de Marbella; pero en los otros sitios las explosiones siguen una pauta. Los artefactos están hechos de uno o dos kilos de goma-2 y todos fueron enterrados en la arena cerca de los paseos marítimos. Gracias al mecanismo de activación recuperado casi intacto en Lloret de Mar, se ha llegado a la conclusión de que los artefactos son activados por control remoto.