– Creemos que llegaron a la estación de Campamento que queda cerca.
– ¿Ha mandado que se practiquen registros en todas las estaciones desde aquí y Málaga hacia el norte y hasta Fuengirola hacia el sur?
– Sí, comisario, aunque probablemente sea demasiado tarde. Si consiguieron coger un tren hacia el sur, podrían haberse bajado en la estación de Torremolinos y haberse mezclado con la multitud de La Nogalera.
– Merece la pena llamar a la Renfe y pedirles las horas reales de salida de trenes de Campamento durante la última hora. Así quizá podamos determinar si tomaron dirección norte o dirección sur.
– Ya he llamado, y me telefonearán aquí.
– Por lo menos todo esto confirma mi suposición de que tienen que haber activado la bomba por control remoto, pues de lo contrario no se habrían quedado hasta el momento de la explosión.
– Todavía no entiendo cómo estaba usted tan seguro de que se produciría la explosión cuando ninguno de los guardias civiles lo esperaba. Su aviso salvó muchas vidas, jefe.
– Todavía hay cinco heridos, Palencia, dos de ellos graves. Pero lo que me avisó fue lo que dijo usted de que el encargado estaba disgustado por los bultos del césped. Anoche el teniente de la Guardia Civil pensó que su hombre sorprendió a los intrusos en el momento en que estaban empezando a levantar el césped cerca del hoyo en la zona del número dieciocho. Pero el que hubiera bultos bajo el césped parecía indicar, más bien, que cuando los sorprendieron, los terroristas estaban terminando su trabajo y no empezándolo. En realidad, no encontraron ninguna bomba y ellos difícilmente pudieron tener tiempo de llevársela sin ser vistos, por lo pronto que encontraron el cuerpo del guardia y se dio la alarma.
– Pero pudieron escapar con ella por la playa -objetó Palencia.
– En tal caso, hubieran quedado atrapados en el cordón policial -contestó Bernal-. No, yo llegué a la conclusión de que se habían limitado a mezclarse con los demás huéspedes del parador atraídos por el revuelo. Y no podrían haberlo hecho fácilmente si fueran cargados con un artefacto infernal. La única pregunta es: ¿Qué hicieron con la pala? Hay que preguntárselo al encargado.
– ¿Hay que hacer alguna otra cosa?
– Sí. En cuanto lleguen Varga y su equipo técnico de Madrid, quiero que hagan un registro minucioso de la habitación veintitrés y del Fiat blanco. Tienen que haber dejado huellas dactilares en algún sitio, sobre todo en la habitación del hotel -Bernal encendió un cigarrillo y se recostó en el asiento-. Al menos lo hemos hecho mejor que los otros grupos hasta el momento. Tenemos los nombres de dos terroristas para comunicarlos a Madrid -se le ocurrió una nueva idea-. ¿Y si los comandos etarras estuvieran utilizando los paradores a todo lo largo de la costa? Al contrario que en hoteles y apartamentos, en los paradores no se espera que los huéspedes se queden durante quince días o un mes; son más bien para visitantes de paso que suelen pasar sólo unos días en cada sitio.
– Hay que comunicarlo al Mando Antiterrorista de Madrid, comisario. Y ordenar un registro de todos los paradores de la costa.
Cuando Bernal llegó al Hotel Paraíso de Torremolinos, sus colegas le recibieron como al soldado que vuelve de la guerra.
– Debe volver a Cabo Pino y pasar en la cama el resto del día, jefe -le instó Elena.
– Hay demasiadas cosas que hacer. ¿Alguna noticia de los controles en las estaciones ferroviarias?
– Hasta ahora, nada, jefe -dijo Navarro.
– Entonces les hemos perdido de momento. Por lo menos sabemos a qué pareja buscamos.
Llegó Miranda para informar de un descubrimiento importante en los registros pensión-a-pensión. El encargado de una pensión del Paseo Marítimo había reconocido la foto enviada por la Interpol del joven italiano desaparecido, Salvatore Croce. Como era propio de él, pese a las protestas de todos sus colegas, Bernal insistió en ir personalmente a interrogar al testigo.
– Antes de que se vaya, jefe, hay un asunto importante -dijo Ángel-. Todo parece indicar que ha desaparecido otro joven…, un irlandés llamado Jimmy Collins, que estuvo con Elena y conmigo anoche. Aquí tiene mi informe provisional.
Mientras Bernal estudiaba el documento, Navarro dijo:
– A petición de Ángel contacté con todas las líneas aéreas en Rompedizo y ninguna persona con ese nombre ha cambiado ni ha comprado un billete para salir hoy de Málaga.
– He elaborado un plan, jefe -dijo Ángel muy excitado-. Montemos una encerrona esta noche en La Nogalera, que es donde fue visto por última vez Jimmy. Podría yo ir a la discoteca con Elena y luego, de madrugada, ella podría simular una riña conmigo en la calle de San Miguel, por las drogas, y marcharse a la pensión enfadada. A partir de ahí, yo podría meterme bajo los árboles de la plaza y mezclarme con el grupo habitual de drogotas y borrachos y hacerme el ido. Ustedes tendrían toda la plaza rodeada con grupos de agentes de paisano, con ayuda del inspector local, y yo podría llevar uno de esos transistores japoneses en miniatura para mantenerme en contacto. Creo que es probable que el psicópata muerda el anzuelo.
Bernal consideró seriamente el plan.
– Habría que planearlo todo con mucho cuidado, Ángel -dijo al fin, lentamente, sopesando las posibilidades-, pero quizá merezca la pena intentarlo. Como ya nos temíamos, las desapariciones se están haciendo cada vez más frecuentes. He hablado con el doctor Peláez, que considera el ritmo creciente como una evolución peligrosa…
Bernal se volvió entonces a Navarro.
– ¿Ningún dato todavía del registro central sobre alguna pauta de personas desaparecidas en algún sitio?
– El inspector Ibáñez telefoneó antes. Dice que el ordenador no aporta ningún esquema destacable en toda la provincia. Ha habido diecinueve casos de adolescentes varones desaparecidos en el año pasado, pero repartidos por todo el territorio nacional, sobre todo en las grandes ciudades. No hay nada que indique la existencia de un maníaco suelto hasta la desaparición de estos jóvenes aquí el mes pasado.
– Es extraño, ¿verdad? Es casi como si este criminal hubiera llegado del extranjero. ¿Ha probado el registro de la Interpol?
– Bueno, ellos están llevando a cabo una investigación, por las denuncias presentadas por las familias de los jóvenes.
– Habrá que esperar a ver si ellos encuentran algo -dijo Bernal y añadió, dirigiéndose ahora a Ángel-: ¿De verdad quieres correr el riesgo y hacer de cebo?
– Si me proporciona usted todo el respaldo necesario, sí, jefe.
– Naturalmente. Quedarán cubiertos todos y cada uno de los ángulos. Resolved algo entre Paco, el inspector Palencia y tú, mientras yo voy a interrogar a ese encargado -pidió a Miranda que le acompañara y luego se volvió a Navarro-: Ah, antes de que me olvide, Paco, di a Varga cuando llegue que analice la colilla que recogí en la playa, y que haga un examen forense completo del Fiat blanco y de la habitación veintitrés del parador. Quizá pueda comparar algunos rastros con los grupos sanguíneos de los terroristas.
La pensión del Paseo Marítimo era un edificio de tres plantas, con azotea, cerca de la Montaña Acuática en la que los niños con trajes de baño subían nerviosos hasta la cima del tobogán para sentarse en almohadillas de goma y lanzarse al emocionante y serpeante descenso que terminaba en pequeña piscina al fondo. Las tiendas que quedaban al nivel de calle formaban una línea continua de sombrillas y accesorios playeros, lociones para el sol, dulces y helados, periódicos y revistas extranjeros y otros accesorios para pasar el rato en la arena. Pequeñas escaleras entre las tiendas conducían a los distintos alojamientos.
Miranda guió a Bernal por una de estas escaleras hasta un pequeño vestíbulo de entrada en el que un anciano estaba viendo el Telediario. Bernal miró un momento la pantalla para comprobar si los titulares hacían alguna referencia a las bombas colocadas en los centros turísticos de la costa. Sin duda el ministerio del Interior procuraría restar importancia a los acontecimientos.