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Mirando de soslayo vio que los policías municipales le saludaban e intercambiaban comentarios con él.

– ¿Hoy no hay clientes para usted, eh? -dijo el policía mayor.

– No, ha llegado la flota americana y se traen su propia policía para cuidarles.

Los policías se rieron.

– Bien, pues buenas noches, entonces.

El alto forastero desapareció por la calle que llevaba a la pequeña fuente y Elena, con decisión súbita, se acercó a los municipales. Buscó en el pequeño bolso su tarjeta oficial.

– Soy la inspectora Fernández de la DSE, en misión especial aquí. ¿Quién es el individuo con el que acaban de hablar ustedes?

Los policías observaron con desconfianza su apariencia y luego su placa de inspectora. El mayor la saludó, siendo rápidamente imitado por su compañero más joven.

– No sé cómo se llama realmente, inspectora, pero lleva un centro de ayuda para jóvenes con problemas, drogadictos sobre todo. Por eso anda siempre por ahí de noche. Los chicos le llaman El Ángel de Torremolinos.

– No es español, ¿verdad?

– Argentino o uruguayo, creemos. Parece que era misionero allí. Lleva aquí casi un par de meses.

– ¿Sabe alguno de ustedes dónde vive?

– No exactamente, por el Bajondillo. Creemos que es completamente de fiar, inspectora.

– Gracias por su ayuda. Es que estamos llevando a cabo una misión especial secreta relacionada con drogas y podría sernos útil interrogar a ese individuo.

Los dos municipales volvieron a saludar a la inspectora mientras ésta se dirigía rápidamente a La Nogalera a hacerse cargo de su grupo.

– Extraña pinta para una inspectora de la Brigada Criminal de Madrid, ¿no te parece? -comentó el mayor de los dos policías.

– Con ese vestido corto naranja adornado con borlas creí que andaba haciendo la calle -dijo el más joven-. No me importaría que me arrestara.

Elena Fernández no tardó en descubrir que su jefe había suspendido la operación. La presencia de tan numeroso contingente de marineros, junto con la de la policía naval norteamericana haría bastante difícil el éxito de la operación, había calculado Bernal. Y también había supuesto que el psicópata se volvería atrás. El comisario volvió a inspeccionar con los prismáticos la bocacalle en la que creía haber visto movimiento poco antes de que aparecieran en escena los marinos norteamericanos. No había nadie allí ahora. Sólo podía distinguir una caja volcada; pero había sentido realmente una presencia maligna, casi como si hubiera arrojado fuego y azufre.

Se dijo a sí mismo que quizá tales presentimientos eran completamente irracionales. Consuelo no lo creía así y era ella la persona de mentalidad más lógica que conocía. Decidió que inspeccionaría aquella bocacalle a la luz del día.

Se preguntó cuánto tiempo tardarían en solucionar aquel asunto. No tenían ninguna otra pista clara que seguir. El retrato robot que habían hecho con ayuda del encargado de la pensión resultaba tan increíblemente repulsivo que no podía ni imaginar que alguien real tuviera aquel aspecto, si bien poseía un aire maligno indefinible. De lo que sí estaba seguro ahora era de que había un psicópata suelto. Había hecho pasar el retrato robot a todas las unidades policiales; quizás alguien le reconociera, por improbable que pudiera parecer. Dejó su puesto de observación y regresó al Hotel Paraíso para conferenciar con sus hombres.

A las 7.55 de la mañana del martes 5 de agosto, Consuelo Lozano temblaba levemente mientras esperaba, con un camisón ligero, en el balcón del dúplex del puerto de Cabo Pino, la llegada del coche policial. Se volvió nerviosa a mirar a Luis Bernal, que dormía profundamente medio vuelto hacia ella en el cómodo lecho de matrimonio, con el ceño fruncido y los brazos extrañamente cruzados sobre el pecho, casi en posición fetal. Se inclinó para observar el parche de su herida en la ceja, buscando signos de posible hemorragia, y se preguntó si no sería hora de convencerle de que pidiera el retiro anticipado. Los casos sensacionales y peligrosos de carácter político parecían estar consumiendo las energías que le quedaban, y el día anterior había estado a punto de morir. Oh, ¿cómo podría soportar ella que volviera una y otra vez a un trabajo en el que corría peligro tan a menudo?

Consuelo cruzó el dormitorio en silencio y se puso el albornoz de esponjosa felpa; por una vez, hacía una fresca brisa matinal; quizás el viento soplara en dirección suroeste desde el Estrecho. Volvió corriendo a la ventana para adelantarse al alegre bocinazo del conductor de la policía e indicarle que pasara a tomar un café y dejara a su jefe dormir un poquito más.

Un profundo gemido la hizo volverse en redondo; Luis se volvía de espaldas a la luz arrugando los ojos. Dio otra vuelta a los brazos retorcidos y Consuelo se maravilló de que no se rompiera una muñeca o se dislocara un hombro. Seguro que cuando despertara se quejaría de calambres.

En ese momento Consuelo vio salir el Seat negro del corto túnel de la carretera y doblar hacia el pequeño paseo bordeado de palmeras. Cuando el coche se detuvo, ella empezó a hacer gestos frenéticos al conductor. Éste, en lugar de tocar la bocina como era su costumbre, salió del vehículo y alzó la vista hacia ella. Consuelo le señaló la puerta indicándole que entrara. Cuando Consuelo se volvía para bajar a preparar café, Bernal se incorporó súbitamente en la cama.

– ¿Ha llegado ya el conductor?

– ¿Cómo lo sabes? Me proponía dejarte descansar media hora más. No llegaste hasta bien pasadas las tres. ¿Qué tal tu cabeza?

Él se tocó cautelosamente el parche y se sobresaltó.

– No me lo recuerdes. Tengo un poco de dolor de cabeza. Nada más. Prepara café para el chófer, ¿quieres? Voy a afeitarme.

Ella le besó con ternura en los labios y se dirigió a la puerta.

– Espero que todo esto acabe pronto, Luchi.

– Nada es eterno, cariño.

En el despacho provisional del Hotel Paraíso, Bernal encontró al inspector Navarro ordenando los informes que se habían recibido aquella mañana.

– ¿Alguna noticia, Paco?

– Buenas, jefe. Ha sido rastreado el Fiat blanco abandonado junto al Parador de Golf. Lo robaron en Málaga hace tres días.

– Esos etarras están arriesgándose realmente mucho, ¿no crees? Podría haber sido localizado en cualquier momento, ya que no pueden haber cambiado las placas de la matrícula.

– Así es; están volviéndose descuidados.

– O descarados. ¿Has pedido una lista de todos los vehículos robados en la provincia desde que encontraron ayer el Fiat? Habría que enviar una nota con las matrículas a todas las unidades móviles. Los terroristas necesitarán algún tipo de transporte.

– He pedido a Málaga que distribuyan la lista y nos manden una copia por télex.

– Bien. ¿Ha determinado Palencia qué tren tomaron con más probabilidad desde la estación de Campamento?

– El que pasó inmediatamente después de la explosión en la línea sur hacia Fuengirola.

– Así que puede ser que cualquier vehículo robado entre Torremolinos y Fuengirola a partir de la una del mediodía de ayer esté relacionado. ¿Han llegado los resultados del examen pericial del Fiat y de la habitación del parador?

– Ha llamado Varga. Dice que ha obtenido buenas huellas latentes en los muebles del hotel y en las puertas del coche. Ahora está cotejándolas con las del registro central en la terminal del ordenador de la comisaría. Vendrá luego a informar.

El teléfono sonó estrepitosamente y Navarro lo alzó al primer largo timbrazo. Escuchó y luego tapó el micrófono con la mano.

– Madrid, para ti, jefe. El jefe del grupo antiterrorista.

Bernal frunció el ceño.

– Seguro que quiere saber por qué no exploté de una vez ayer por el bien de la patria.