Bernal ojeó la lista, advirtiendo que en la misma figuraban un Renault-5 y dos Seats pequeños, todos ellos con matrícula de Málaga, amén de una furgoneta Citroën con matrícula francesa.
– ¿Qué más has descubierto en el parador? -preguntó Bernal al técnico.
– Principalmente que tuvieron que montar la bomba en el dormitorio, jefe. Hay rastros de explosivo plástico en la colcha y en la alfombra.
– ¿Pero no se encontró material sobrante en el maletero del coche?
– No, jefe. Si había algo, tuvieron que llevárselo, junto con el transmisor de radio. El recepcionista recuerda que llevaban dos bolsas de viaje grandes con adornos verdes y rojos estilo Gucci.
– Cada vez estoy más convencido de que tienen algún escondite al que acuden para coger los materiales que necesitan para cada artefacto -comentó Bernal.
Llegó el doctor Peláez, tan animoso como siempre.
– ¿Hay un café listo para mí, Luis? Creo que me he ganado un carajillo, después de cortar en pedazos a ese guardia civil para ti. No escatime el coñac -añadió, dirigiéndose a Navarro.
– ¿Qué has descubierto, Peláez?
– El guardia civil fue derribado por un golpe tipo comando en la garganta, y a continuación le propinaron un segundo golpe, fatal, en el nervio vago con la punta de un zapato de cuero. Sin duda es otro homicidio.
Navarro le interrumpió.
– El inspector Ibáñez ha enviado la ficha policial de Berástegui por télex, jefe. Recibió entrenamiento como geo después de hacer el servicio militar y terminó el grado superior de combate cuerpo a cuerpo.
– Tenemos que cogerle -dijo Bernal- antes de que vuelva a matar.
Llegaron Ángel Gallardo y Elena; Bernal pensó que ambos parecían un par de jóvenes veraneantes muy modernos.
– ¿Sigue en pie lo de la operación de esta noche? -preguntó animosamente Ángel.
– Madrid nos ha prohibido intervenir en la investigación de los jóvenes desaparecidos, Ángel -dijo Bernal. El joven inspector se mostró abatido-. Pero ellos ignoran lo que estamos haciendo concretamente -prosiguió Bernal-. He estudiado el asunto con Palencia, que no tardará en llegar, y estamos decididos a repetir la operación esta noche. Si Málaga o Madrid preguntan cuáles son nuestros planes, hemos acordado decir que se trata de una operación antiterrorista para coger a Berástegui y a Aguirre.
Bernal se interrumpió al fijarse en que Elena se había quedado como paralizada mirando el retrato que Navarro había clavado en la pared; Bernal creyó ver una expresión de terror en el rostro de Elena.
– ¿Qué pasa, Elena?
– Ese retrato robot, jefe -se acercó lentamente a la pared-. ¿Quién se supone que es?
– Desde luego no le has visto antes. Lo hizo el encargado de la pensión del Paseo Marítimo. Corresponde al desconocido que fue a recoger el equipaje del chico italiano. Palencia se lo ha enseñado al dueño de la Casa España, y dice que el parecido es bastante razonable, por inverosímil que parezca.
Elena se estremeció al mirar aquel rostro oscuro de mirada fija.
– Es un tanto irreal, ¿verdad? -comentó Bernal-. Como un personaje de una película de terror.
– No, jefe -dijo Elena con más calma-. Es su viva imagen.
– ¿Pero cómo has podido verle, Elena? Fue a la Casa España cuando tú no estabas allí.
– Será su hombre de los gatos -dijo Ángel, riéndose-. Tiene una fijación con un tipo al que ha visto dar de comer a los gatos en las azoteas del Bajondillo después de oscurecer.
Bernal miró a Elena a los ojos, que expresaban un gran terror.
– ¿Estás segura de que se trata del mismo hombre?
– Sí, jefe, sin lugar a dudas. Anoche volví a verle, justo cuando usted suspendió la operación. Dos municipales se pararon a hablar con él en el nuevo recinto comercial, así que, cuando él se fue, les pregunté a ellos. Me dijeron que es un sudamericano que lleva un centro de ayuda para jóvenes con problemas.
De pronto, el interés de Bernal se avivó.
– ¿Extranjeros jóvenes varones con problemas?
– No me lo dijeron, pero presta ayuda a drogadictos y eso.
– ¿Te dijeron cómo se llama?
– No lo sabían, pero me dijeron que le conocen como El Ángel de Torremolinos por el trabajo que les ahorra.
– Hay que averiguar quién es en seguida. ¿Sabían dónde vive?
– Se lo pregunté. Creen que en la zona baja, por el Bajondillo.
– Paco, ve a ver al jefe de la policía municipal y pídeles su colaboración. Elena indicará con cuáles de sus hombres habló anoche. Pediremos a Palencia que consulte sus archivos también -Bernal pensó de nuevo en el hombre de los gatos-. ¿Pudiste ver lo que le daba de comer a los gatos, Elena?
– Parecen despojos de lo más repugnante, fibrosos y sanguinolentos -miró a su jefe y se estremeció súbitamente-. ¿No creerá usted…?
– De alguna forma tiene que deshacerse de los cuerpos. No hay rastro de los seis jóvenes desaparecidos, ni de sus restos, y lo más difícil del mundo es deshacerse de los cadáveres sin dejar ni rastro. ¿Qué opinas, Peláez?
El semblante del médico se animó.
– Se han dado casos de desmembramiento en los que las piezas se dieron a animales domésticos o a animales de granja, Bernal. Recuerdo concretamente un caso de Cuenca…
– Ahórranos los detalles espeluznantes, doctor. Pero esos gatos del tejado, ¿sería factible?
Peláez parecía indeciso.
– Las vísceras, quizá, pero los huesos grandes no.
Claro que si se tratara de alsacianos hambrientos o cerdos…
Elena se puso palidísima y se sentó en una silla. Bernal procuró impedir al patólogo continuar con sus revelaciones.
– Necesitamos muestras de lo que les da a los gatos para analizarlas. ¿Qué opinas, Varga? ¿Podría conseguirse sin llamar la atención?
– Los inspectores tendrán que enseñarme el sitio a la luz del día, primero, señor. Y quizá los gatos estén rabiosos, así que tendré que llevar ropa protectora.
– ¿A qué hora suele darles de comer, Elena? -preguntó Bernal.
– Cuando oscurece, jefe, cuando casi todos los turistas se han ido a cenar, de nueve a nueve y media.
– Hay que conseguir las muestras sin que el sospechoso se dé cuenta. Luego Lista y Miranda podrán seguirle y averiguar dónde vive. No quiero que se asuste, de lo contrario jamás encontraremos los cuerpos de sus víctimas.
– Tiene que vivir en algún sitio aislado, pues, de lo contrario, con este calor los vecinos notarían el olor -dijo Ángel, haciendo a Elena estremecerse de nuevo.
– Por eso pedí ayer a Miranda y a Lista que buscaran edificios y garajes vacíos -dijo Bernal-. No debe ser fácil descubrir el lugar, y sin embargo tiene que estar cerca, porque no hay pruebas de que tenga un vehículo, ¿no es así, Elena?
– Sí, jefe; además, tampoco podría utilizarlo por esas callejas estrechas.
– Consultaremos a Palencia, que nació y se crió aquí y debe conocer todos los rincones del lugar.
A la 1.30 del mediodía, Navarro había convencido a Bernal de que fuera a Cabo Pino a comer y a dormir la siesta antes de las dos operaciones planeadas ahora para la tarde y la noche. El comisario pidió al conductor de la policía que volviera a buscarle a las 7.30 puntualmente. Cuando subía cansinamente hacia el dúplex, vio a Consuelo y a su cuñada en la cocina preparando una cesta de excursión.
– Vamos a llevar a los niños a dar un paseo en barco. Nos pareció más seguro que ir a la playa. ¿Vienes con nosotros?
– ¿Dónde están los niños?
– Abajo en la tienda comprando un melón y algo más de fruta que les apetezca.
– Creo que prefiero quedarme descansando, Chelo. Hay una importante operación planeada para esta tarde.
– ¿Te preparo una tortilla francesa y una ensalada variada?
– No, recoge a los niños. Os acompañaré hasta el muelle y tomaré algo en el club náutico. Supongo que habréis alquilado un barco de un tamaño apropiado.