Bernal observó con curiosidad al jefe de este nuevo cuerpo que en realidad no era más que la renovación de la antigua sección de Información. Le recordaba como un joven inspector agresivo de la policía sociopolítica en los primeros años de posguerra; era entonces decidido partidario de extirpar de cuajo a todos los que albergaran las más leves tendencias liberales y enviarlos a «campos de rehabilitación», o mandarlos directamente a las cuadrillas de ejecución, según la gravedad relativa de su apoyo a la «funesta Segunda República». Cuando este comisario jefe, que andaría ahora por los sesenta y tantos y sobrepasaba la edad de retiro oficial, se puso en pie para dirigirse a los reunidos, Bernal vislumbró la mirada dura y ardiente y la boca de labios finos y sensuales que viera una vez en un retrato de Berruguete del gran inquisidor Torquemada. Con qué frecuencia estos individuos fríos y bigotudos se repetían en el desgraciado Gobierno de España, pensó Bernal. ¿Era fervor religioso extremado lo que les impulsaba o un auténtico odio hacia sus congéneres? Bernal advirtió que todos sus compañeros, que al igual que él, se habían vuelto hacia el colorado y barrigudo azote de comunistas y masones en un tiempo, y de terroristas en la actualidad, le temían, ya que ninguno de ellos osaba mirarle a los ojos tal como hacía con osadía Bernal en este momento.
El comisario jefe sintió el sereno escrutinio a que Bernal sometía sus rasgos pulposos y autocomplacientes, e intentó devolverle la mirada fija y sin pestañear, igual que había hecho en los días en que encerraban a los miembros de las checas de Madrid, en abril y mayo de 1939. Bernal aguantó tranquilamente la mirada feroz de su antiguo y secreto oponente, casi tan penetrante como la de la comadreja que intenta hipnotizar al conejo. Tan sorprendido estaba con el gran parecido del individuo al retrato de Torquemada que se sentía incapaz de desviar la mirada aunque deseara hacerlo.
El poder de estos inquisidores se desvanecía rápidamente, pues incluso el actual Gobierno vacilante de centro derecha sentía fuerza suficiente para hacer caer a estas figuras tiránicas al menor signo de debilidad en la represión del terrorismo regional. Todas las actividades de las fuerzas de la ley y el orden se hallaban hoy mucho más abiertas a la crítica en la prensa, especialmente en El País y Cambio 16, e incluso el poder judicial, parcialmente reformado, estaba adquiriendo un nuevo espíritu de independencia y empezaba a hacer sentir su peso.
Bernal se sentía a tono con los nuevos tiempos; esta figura pertenecía a los cuarenta años de represión franquista y los días de su continuado ejercicio del poder puro e irresponsable estaban contados, sin lugar a dudas.
Tras una pausa embarazosa, durante la cual sus colegas tosían nerviosos y manoseaban con torpeza las carpetas azules o encendían cigarrillos, el comisario jefe dio por concluido su intento de hacer que Bernal se sometiera al pequeño acto de obediencia de ser el primero en bajar la mirada, e indicó al operador que proyectara en la pantalla una serie de fotos policiales.
Bernal sintió una alegría infantil por la pequeña victoria, pero se preguntó cuánto le costaría posteriormente.
– Caballeros, éstos son los retratos que ha conseguido mi grupo de los miembros de ETA militar que queremos capturar.
Cuando las luces se apagaron una vez más, los comisarios reunidos observaron fijamente las rígidas fotografías en blanco y negro. Casi todos aquellos terroristas vascos (o luchadores por la libertad, según el punto de vista político de cada cual, pensó irónicamente Bernal), aparecían en la pantalla con una serie de disfraces, a veces bien afeitados y con el pelo bien cortado, en fotos sin duda tomadas años antes, a veces, en instantáneas secretas más recientes, con barba y bigote, y con el cabello más largo e incluso teñido. Bajo cada serie de fotografías figuraba el nombre y los alias, incluido el nombre vasco de guerra.
– Todos estos terroristas han sido arrestados en redadas anteriores -siguió diciendo el comisario jefe-, pero el Gobierno, en su infinita sabiduría -susurró estas palabras con ironía seria y peyorativa-, les ha liberado para que vuelvan a las calles de nuestras ciudades o les ha permitido cruzar la frontera con Francia. Sé que les parecerá increíble, pero estamos librando esta miniguerra civil con las manos atadas a la espalda.
El director de Seguridad del Estado empezó a dar muestras de inquietud, Bernal podía advertirlo en el reflejo de la pantalla vacía ahora.
– Ahora -prosiguió el jefe de la unidad antiterrorista-, todos los recursos del Estado han de dedicarse a una pandilla de cincuenta o sesenta bandidos que raptan a los ciudadanos para pedir un rescate, como hicieron hace unos meses con el padre del cantante Julio Iglesias, y que exigen dinero de extorsión por protección, o «impuesto político», a los hombres de negocios, para adquirir armas y explosivos con los cuales asesinar a nuestros militares, soldados, policías, y guardias civiles. ¡Nuestra tarea ha de consistir en barrerles de la faz de España y volver a los cuarenta años de coexistencia pacífica!
Cuando la voz del comisario jefe se elevó en este último grito fanático, el director dio una vez más muestras de inquietarse, pero no se atrevió a intervenir.
– Estos criminales roban grandes sumas de dinero en nuestros bancos para comprar armas en el extranjero, roban explosivos de nuestros arsenales, y hacen intercambios con terroristas extranjeros. El armamento de que disponía ETA político-militar y que conseguí capturar en febrero de este año era suficiente para llevar a cabo una guerra de tres meses de duración. Gracias a Dios, en estos momentos no disponen de tal arsenal, a ningún nivel. ¡Y vamos a hostigarles!
Menudo hostigamiento, pensó Bernal, si ETA militar reformada era capaz de cumplir sus amenazas a todo el comercio turístico, tan vital para la balanza de pagos del país.
– Tenemos que encontrar a esos individuos, sobre todo a los ocho de las fotos que han visto y de las que encontrarán copias en sus carpetas, y también de las dos mujeres, que son tan sanguinarias e implacables como ellos -el comisario jefe les invitó ahora a estudiar el esbozo de la Operación Guardacostas que figuraba en el expediente que les habían dado-. La labor de sus respectivos grupos en cuanto les hayan sido asignados los lugares concretos de destino, será descubrir a estos comandos de ETA: no sólo mediante búsqueda y captura, sino disparando a matar en cuanto les vean. ¡No les den más oportunidades de las que darían a un perro rabioso!
El jefe de la unidad antiterrorista pidió que subieran las persianas y se volvió al mapa mural. Bernal observó que no volvía a intentar encontrar su mirada como antes. Parecía ebrio, no de alcohol, sino de poder. Tomó el largo puntero.
– La brigada de neutralización de explosivos y los geos se están acuartelando en puntos clave como Tarragona, Cartagena, Sevilla, Jerez, Santiago de Compostela y Santander. Ya hay suficientes grupos de los mismos permanentemente en el País Vasco. La policía de Barcelona se ocupará de las costas catalana y balear. Precisamente durante todo agosto es sólida allí la seguridad por tierra, mar y aire, debido a la residencia temporal del jefe de Estado en Mallorca.
Bernal advirtió que no se refería directamente al rey o a la familia real; para semejante dinosaurio era como si el Movimiento Nacional siguiera existiendo en todas sus manifestaciones y con sus mismas estructuras originales y verticales.
– El jefe de Seguridad de Cataluña está en contacto directo conmigo en todo momento, por si fueran necesarios refuerzos. Los grupos de Madrid se concentrarán principalmente en reforzar los centros del sur y del sureste, que es donde radica la mayor amenaza, y, en menor medida, los del norte. Bajo la dirección de mi Mando Único, tendrán ustedes poderes para pasar por encima de las autoridades locales y llevar a cabo cualquier acción que consideren necesaria para evitar las explosiones y acabar con estos asesinos. Si se produce cualquier incidente, deberán informarme de inmediato para la valoración del mismo. ¡Pero disparen primero y cuéntenmelo después!