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De nuevo tuvo Bernal la impresión de que esto era demasiado para el director de Seguridad del Estado, que en esta ocasión intervino:

– El comisario jefe y yo esperamos sus informes absolutamente detallados sobre cualquier incidente que se produzca y daremos las órdenes necesarias y enviaremos los refuerzos que nos pidan. En cuanto a la publicidad, el bloqueo ha de ser absoluto: no se hará ninguna declaración a la prensa, la radio ni la televisión sobre la Operación Guardacostas, ¿entendido?

Bernal se atrevió a plantear en este punto una pregunta.

– ¿Y cómo podremos impedir que quienes oigan la explosión, en caso de que se produzca, lo cuenten?

– El ministro del Interior se ocupará de eso, comisario -dijo el director-. Se invocarán medidas de emergencia y se enviará un comunicado en tal sentido a los directores de periódicos y agencias de noticias.

– ¿Y la prensa extranjera, cómo impediremos que lo publique?

– Ésa es una pregunta para el ministro de Asuntos Exteriores.

Bernal no veía cómo podría evitarlo nadie, a menos que procedieran a censurar los partes y a interceptar todos los teléfonos (tarea imposible, dada la comunicación directa desde las cabinas telefónicas y los millones de turistas que llamaban a diario a sus casas). Difícilmente podrían mantener a todos incomunicados. Estaba claro que el ministro no había pensado detenidamente en el asunto. Pero Bernal no insistió.

Cuando la reunión concluyó, Bernal miró burlonamente a Zurdo.

– ¿Tú comprendes cómo vamos a impedir que se publiquen noticias sobre las explosiones?

– No, jefe. La verdad es que se me escapa. Los corresponsales extranjeros se echarán encima en el acto y las emisoras de radio extranjeras y los periódicos lo publicarán de inmediato.

– Exacto. Y precisamente es en los centros costeros donde se venden más periódicos extranjeros.

Tuvieron que hacer cola delante de la mesa del subsecretario para saber adonde les enviaban. Cuando le llegó el turno a Bernal, el funcionario nombrado políticamente, con el que el comisario nunca se había llevado bien, alzó la vista con cierto júbilo.

– Su grupo ha sido asignado a la sección de Málaga, comisario. El comisario jefe de la brigada antiterrorista ha pedido concretamente que se le asignara a usted Torremolinos, dado su historial y experiencia, y el hecho de que es un objetivo seguro. El director quiere que su grupo esté en Málaga el lunes por la noche como muy tarde. El ultimátum termina el día tres al mediodía.

Bernal no hizo comentarios. Aunque, debido a los planes de Consuelo para las vacaciones, hubiera sido mucho más conveniente Marbella o Fuengirola, también podrían haberle asignado a un lugar mucho peor, como Gijón o Santander, por ejemplo. Esperó a Zurdo y le alegró saber que él iría a Fuengirola.

– Al menos tendré un amigo bastante cerca, Zurdo. De todas formas, pensaba pasar quince días de vacaciones cerca de tu zona.

– Es estupendo, jefe. Entonces, nos veremos el lunes por la noche en Málaga.

Antes de salir de Gobernación, Bernal telefoneó a Navarro a la nueva sede del grupo y le explicó el toque de llamada y la misión especial y su destino.

– ¿Puedes enviar mensajes a todos los demás para que se presenten en la sede del Gobierno Civil de Málaga el lunes a las siete de la tarde? Y será mejor que reserves los alojamientos que puedas conseguir para todo el grupo en Torremolinos. Si es necesario, recaba la ayuda de la Policía Nacional, pero diles que sean discretos. Se supone que se trata de una operación secreta.

Al salir al intenso calor de la Puerta del Sol, con las ásperas voces de las gitanas pregonando décimos de lotería en competencia con los ruidos sordos del tráfico nocturno, Bernal sintió la tentación de parar en la esquina de Carretas y tomarse una horchata, aunque quizá fuera mejor no hacerlo, por si el director le veía bebiendo en la calle. Tomó la Línea 1 del metro a Tribunal, y allí salió a los sombreados jardines frente al cine Barceló. Prescindiendo de su aperitivo usual a base de un gintónic de Larios en la cafetería próxima a su apartamento secreto, se dirigió directamente al mismo para dar la noticia a Consuelo, que seguramente estaría preparando las maletas para el viaje.

Al entrar en el apartamento oyó L’Arlésienne, la suite de Bizet que sonaba bastante fuerte en el equipo Hitachi de alta fidelidad, y Consuelo salió a recibirle bailando, con un salto de cama azul claro. Hacía meses que no la veía tan contenta, pensó Luis, desde luego no la había visto así desde la reciente experiencia dramática vivida en Las Palmas y que provocó la pérdida de su hija.

– ¿No es fabuloso, Luchi? -aterrizó sobre él, haciéndole caer en una butaca, y le besó apasionadamente-. Mi hermano nos llevará en coche hasta Cabo Pino, en su Mercedes, después de todo. Tuvo que venir el jueves pasado por unos asuntos y ahora tiene que ir a buscar a mi cuñada y a los niños, que llevan allí desde mediados de julio. Me ha dicho que habrá menos caravana el lunes, porque entre hoy y mañana ya se habrán marchado casi todos los veraneantes.

– ¿Y cómo conseguirás un coche allí, Chelo?

– Alquilaremos uno por quince días allí mismo. Ya sabes que no me gusta conducir trayectos largos.

– ¿Y quién cuidará a tu madre?

– Oh, he contratado una enfermera por cinco días más, hasta que vuelva mi cuñada. Sabes perfectamente que mamá casi no me reconoce, así que no le molestará.

Bernal se preguntó cómo darle la noticia de la actitud intransigente de Eugenia sobre la cuestión de la separación legal. Decidió que sería mejor dejarlo hasta que estuvieran más relajados en Cabo Pino, a menos que ella le preguntara antes.

– Prefiero decirte sin rodeos que hay una orden del Ministerio, Chelo, y tengo que cumplir una misión especial a partir del lunes.

Bajó la cabeza como si fuera a echarse a llorar.

– Oh, no, ¡siempre tienen que fastidiarnos los planes!

– Tampoco es tan terrible. Mi grupo tiene que estar en Torremolinos todo el mes y eso está tan sólo a treinta kilómetros en la costa. Navarro nos reservará habitaciones de hotel, pero supongo que podré volver a casa contigo todas las noches, a no ser que las cosas se pongan feas.

– ¿De qué se trata, Luchi?

– Es alto secreto, pero tiene que ver con ETA.

– Creí que todo estaba muy calmado desde la primavera. Supongo que me quedaré completamente sola todo el día.

– Quizás encuentres a un joven rubio escandinavo en la playa y tengas una aventura.

Ella le abofeteó en broma.

– Sabes muy bien que sólo me gustan los hombres mayores con experiencia. Los jóvenes no me dicen nada.

El domingo 1 de agosto por la noche, el inspector Ángel Gallardo estaba sentado en un taburete alto del bar del pequeño hotel de Benidorm riñendo con Mercedes, la más antigua y fiel de sus novias.

– ¿Por qué accediste a venir, Merche, si ibas a pasarte todo el tiempo enfadada y celosa?

– No es justo, Ángel; eres siempre igual, no puedes dejar de mirar. La chica sueca se portó de una forma escandalosa en la playa. Aparte de andar cabrioleando prácticamente desnuda con aquel horrible monoquini, te tiraba la pelota adrede para luego poder acercarse a ti para cogerla -Ángel revolvió los ojos lascivamente-. Precisamente es eso -siguió la chica, furiosa-, tú la animabas a hacerlo.

– La verdad, cuando te lo ofrecen en bandeja, más vale aceptarlo, ¿no te parece?