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– Qué asco -jadeó Alba, arrugando su hermosa nariz-. ¿Y qué ha sido del resto del cuerpo?

– Ahí está el misterio -respondió él, dándose aires de importancia-. Nuestra misión es descubrirlo.

– ¿Era un brazo viejo o joven?

– Creo que viejo. Bastante podrido, si quieres que te sea sincero. ¡Y no sabes cómo apestaba! No quiero provocarte pesadillas, ¡aunque naturalmente hay un remedio para eso! -Arqueó una ceja, gesto que Alba pasó por alto.

– Quizá sean los restos de algún cortesano isabelino torturado. Lo siguiente que encontraréis será la cabeza -dijo ella con una carcajada.

– ¿Has estado alguna vez en el Tower Bridge? ¡Es toda una proeza tener un pedazo de historia como ése en el centro de la ciudad!

Alba no había estado en el Tower Bridge y, en cuanto a la historia, bueno… no le interesaba demasiado. ¿Qué sentido tenía hablar de gente muerta a la que no se había conocido? La única historia que le interesaba era la suya.

– En cuanto a la cabeza, aparecerá cuando menos lo esperéis -dijo.

– O cuando tú menos lo esperes -añadió Harry con una risilla, volviendo a acariciarle las piernas con los ojos. Alba se preguntó cómo reaccionaría Viv ante una vieja cabeza desmembrada saliendo a flote junto a su barco y sonrió al contemplar la posibilidad de enviársela al Búfalo en una caja de cartón.

– Si la encontráis, házmelo saber -dijo con una sonrisa desdeñosa.

Siguieron charlando mientras Alba subía distraídamente al nivel superior para cambiarse para la cena. No había puerta con la que dejar a Harry fuera porque tanto el dormitorio como el cuarto de baño estaban construidos sobre una plataforma que tenía en uno de sus lados una balaustrada que daba a la escalera y al pasillo que conducía al salón. Se hacía tarde y Harry llevaba ya un rato en el barco. Alba eligió unos shorts Zandra Rhodes, que combinó con unas botas y un suéter de cachemir con retales de percal. Cuando Harry hizo su aparición en lo alto de la escalera con la copa en la mano y un brillo lascivo en la mirada, Ella se estaba aplicando cuidadosamente un rímel negro delante del espejo.

– No te acerques a mí tan sigilosamente -se quejó, gruñona.

– Te deseo -dijo él con voz ronca.

– Oh, Harry, por favor. He quedado para cenar. Además, ya estoy vestida. No esperarás que me desvista ahora, ¿no?

– Oh, vamos, Alba -la animó, acercándose a ella por detrás y besándole el cuello allí donde todavía tenía el pelo mojado y enredado.

– No puedo dejar de pensar en el brazo que habéis encontrado en el agua. Es la imagen menos romántica que se me ha pasado por la cabeza en mucho tiempo.

El policía lamentó haberlo mencionado. Ella terminó de aplicarse el rímel y encendió el secador, apuntando con él a Harry hasta la cama, donde se arrebujó en un gesto quejumbroso.

– Uno rapidito, cariño. Para entrar en calor con este frío. -Esbozó una sonrisa traviesa y Alba no pudo dejar de sonreír. No era culpa de ellos que fuera tan deseable.

Terminó de secarse el pelo y se acercó a la cama, donde se tumbó a besarse un rato con él. Le gustó sentirse abrazada. «El carrizo del río» era otro refugio donde buscar protección. Cuando Harry empezó a acariciarle los muslos, Alba se apartó.

– Creo que será mejor que te vayas.

– ¿Con quién cenas esta noche? -Harry ni siquiera se molestó en ocultar sus celos-. Espero que no sea con ningún hombre.

– Con Viv, mi vecina.

– ¿La escritora?

– La misma.

– Ah, en ese caso me parece bien. No quiero que te metas en líos. Mi misión es protegerte.

– A mí y al resto de Londres… de miembros flotantes -dijo Alba con una carcajada, volviendo a besarle y empujándole por la puerta a la calle.

Harry vio horrorizado que, mientras había estado disfrutando de una ilícita copa de vino cuando todavía estaba de guardia, había bajado la marea, dejándole varado en el lecho del río. Siguió sin dar crédito a lo que veían sus ojos mientras su lancha se arrastraba como una ballena varada y un par de patos pasaban nadando junto al casco, graznando divertidos.

– ¡Mierda! -exclamó, perdiendo de pronto el sentido del humor-. Ahora sí que la he cagado.

En ese preciso instante, Fitz bajaba por el pontón, esta vez con su propio vino. Dos botellas de un buen tinto italiano. Llevaba una chaqueta encima de una camisa de cuadros verdes y blancos y su pelo rojizo ondulaba al viento. En cuanto vio a Alba y al policía que estaba de pie en la cubierta del barco de la joven, sintió que un nudo de celos le cerraba el estómago. La mano de Alba sobre el brazo del agente sugería cierta intimidad entre ambos y Fitz se preguntó si quizás habrían salido de la cama momentos antes. Según palabras de Viv, la joven tenía montones de amantes. Cuando su boca se torció en una mueca, ella se volvió y le saludó con la mano, dedicándole la más deslumbrante de las sonrisas. ¿Acaso le recordaba de la noche anterior? Para su propio fastidio, se encontró devolviéndole la sonrisa y levantando las botellas de vino.

– No tardes -le gritó-, ¡o nos lo habremos acabado todo!

– Mi amigo está metido en un pequeño lío -respondió Alba, haciéndole señas para que se acercara. Le explicó entonces que Harry estaba varado en el fango-. Es como una vieja morsa, jadeando en la playa -dijo, levantando el mentón y echándose a reír. Fitz se acordó de que Viv le había descrito al padre de la joven en los mismos términos y relajó los hombros, aliviado. Ninguna mujer se referiría a un amante en términos semejantes. Harry no se estaba divirtiendo. Se sentía humillado e irritado porque Alba no le había dicho que a la cena asistiría también un hombre.

Mientras los tres intentaban decidir cómo resolver la situación, se acercó otra lancha patrullera con un hombre de aspecto decididamente severo que les miraba con el ceño fruncido desde debajo de su gorra de la Marina. Harry se encogió visiblemente.

– Vaya, vaya, vaya, ¿qué está pasando aquí?

– He embarrancado -respondió Harry, y a punto estuvo de intentar explicar qué hacía ahí cuando Alba le interrumpió.

– Qué suerte que haya aparecido en este preciso instante, sargento. -El hombre irguió la espalda al reparar en los shorts y en las botas de Alba y su rostro se dulcificó hasta desvelar una expresión de preocupación-. Mi marido y yo estamos tremendamente agradecidos al agente Reed. -Rodeó con el brazo la cintura de Fitz, quien de pronto se sintió terriblemente acalorado-. ¿Sabe?, estoy convencida de haber visto una cabeza, sí, una cabeza, lo juro. Flotando justo allí. -Señaló al agua marrón. Alzó la mirada hacia el sargento e hizo todo lo que estuvo en su mano por parecer asustada-. Como supondrá, ha sido espantoso. Una cabeza sin cuerpo.

– Mandaré al equipo a registrar la zona, señora… -Alba se dio cuenta entonces de que desconocía el apellido de Fitzroy.

– Davenport -intervino espontáneamente Fitz-. Señor Davenport. Se lo agradecería mucho. No desearía que mi esposa volviera a encontrársela.

– Por supuesto, señor Davenport. -Clavó la mirada en la lastimosa lancha de Harry-. Me llevaré en mi lancha al agente Reed y volveré a enviarle cuando suba la marea. Déjelo de mi cuenta.

– Descuide, así lo haré, y con la mayor de las confianzas. Ahora desearía llevarme a cenar a mi esposa. Encantado de haberles conocido, sargento y agente… -tartamudeó a propósito.

– Reed -respondió Harry a regañadientes.

– Eso es, y gracias. -Dicho lo cual se llevó con él a Alba, dejando a «El carrizo del río» a merced de su sargento.

Cuando la lancha se alejaba ya de la orilla, él sargento se volvió a mirar a Harry y dijo con un asentimiento experto: