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– Una mujer muy hermosa. Afortunadamente está casada con un hombre fuerte, de lo contrario andaría metida en líos constantemente.

Harry vio impotente cómo Alba desaparecía en el interior del barco de su vecina en compañía de Fitz.

Viv se había puesto un turbante de vieja seda india para la ocasión. Estaba enfundada en un caftán azul celeste, fumando con una elegante boquilla de ébano y llevaba las uñas rojas tan largas que era un misterio cómo se las ingeniaba para pulsar las teclas de la máquina de escribir. Con sus rubios cabellos ocultos a la vista, parecía mucho mayor. Se le había secado el maquillaje, empastándosele en las arrugas alrededor de los ojos y de la boca. Sin embargo, sus rasgos se iluminaron cuando Fitz y Alba entraron por la puerta y una pátina de un rosa natural le tiñó las mejillas.

– Adelante, queridos -dijo lánguidamente, saludándoles con la mano e indicándoles que se pusieran cómodos-. Qué escándalo estabais formando ahí fuera. He visto al viejo Reedy embarrancado en el fango. Me habría gustado verle salir arrastrándose de ésa. -Soltó un cloqueo y le dio una lenta calada al cigarrillo.

Fitz estaba nervioso al verse en compañía de la mujer a la que había estado observando y con la que había soñado. Se sentó en el borde del sofá de terciopelo naranja como si estuviera en una entrevista de trabajo y no supo qué hacer con los dedos. Alba se dejó caer sobre el montón de cojines de colores brillantes del suelo, se sentó sobre las piernas y encendió un cigarrillo. Miraba a Fitz con sus extraños ojos claros, preguntándose cómo iba él a solucionarle su problema. Un fuerte olor a incienso llenaba el barco. Viv había prendido velas y las había colocado en vibrantes vasos de cristal por todo el saloncito. Había bajado la intensidad de las luces y sonaba una música suave. Alba miró a Fitz entre el humo de su cigarrillo. Era un hombre atractivo de porte aristocrático: en sus ojos inteligentes centelleaba el humor; su sonrisa era contagiosa y su mentón y su mandíbula fuertes. Tenía un aspecto desaliñado, con el pelo rizado del color del heno que obviamente no había visto un cepillo desde hacía tiempo. De inmediato le gustaron sus ojos. Eran sinceros y suaves como el azúcar Demerara, aunque con un generoso salpicón de pimienta. Alba odiaba a los hombres a los que la gentileza transformaba en aburridos. Obviamente, Fitz no era de ésos. En ese momento, parecía simplemente ansioso, y Alba sintió lástima por él. En su compañía, los hombres se dividían en dos categorías: los que se abalanzaban sobre ella y los que eran demasiado decentes para hacerlo. Fitz encajaba claramente entre los segundos, a los que sin duda ella prefería. Hasta entonces nunca había conocido a un hombre que formara parte de la tercera categoría: los indiferentes.

– Dime, Fritz -empezó con voz imperiosa-, ¿cómo encajas tú en la vida de Viv y por qué no nos habíamos conocido hasta ahora?

– Es Fitz -se apresuró a corregirla-. De Fitzroy. Soy su agente literario.

Viv entró a la habitación con una de las botellas de vino de Fitz y con tres copas.

– Cariño, eres mucho más que mi agente. También es mi amigo -añadió, dirigiéndose a Alba-. Le he mantenido oculto a propósito. Le quiero todo para mí. Si lo estoy compartiendo contigo, es simplemente por un acto de generosidad, pero no quiero que te lleves a engaño. No te perdonaré que me lo robes, querida. ¿Sabes?, siempre se puede contar con Fitzroy para que ponga una sonrisa en tu cara incluso cuando hay poco por lo que sonreír. Por eso le he invitado. Me pareció que necesitabas que te animaran.

Fitz se encogió. Lo cierto es que no se sentía de demasiado buen humor. Para empezar, tenía la garganta seca. Quizás un poco de vino le relajaría un poco. Gracias a Dios que había llevado el suyo.

– Oh, «El carrizo del río» ya lo ha hecho -dijo Alba sin detenerse a pensar en cómo sonaban sus palabras. Fitz se desinfló-. Me he muerto de risa cuando he visto que su estúpida lancha había embarrancado. -Luego dedicó su amplia y maliciosa sonrisa a Fitz, que recuperó el ánimo de inmediato-. Le hemos salvado el día, ¿no es cierto? Sin nuestra perspicacia, sin duda habría perdido su empleo. Se habrían terminado los paseos en barco a Wapping. Lo habría echado de menos.

– ¿Qué era todo eso de la cabeza flotante?

– Oh, Revel, uno de los chicos que trabaja con él, encontró un brazo flotando en el Támesis. ¡Qué asquerosidad! -Levantó el mentón y se rió de buena gana-. Le dije que me informara si encontraban la cabeza. Me encantaría enviársela al Búfalo en una caja.

– Ah, el Búfalo -dijo Viv con un suspiro, dejándose caer en un sillón-. Es la espantosa madrastra de la que te hablé.

Alba no pareció prestarle la menor atención al chismorreo de Viv. Le parecía muy normal que la gente hablara de ella.

– Creo que conozco a esa clase de mujer. Capaz aunque totalmente insensible.

– Exacto -concedió Alba, sacudiendo la ceniza del cigarrillo en uno de los platos de color verde lima de su anfitriona.

– Como pasa con todo buen libro, necesitamos un argumento -dijo Viv, dándose importancia-. Por ser de los tres la escritora me he tomado la libertad de buscar uno.

– Nunca decepcionas a tu público -dijo Fitz jovialmente, recordando, preso de un arranque de culpabilidad, que había olvidado llamar a los franceses.

– Si se parece a lo que escribes en tus libros -dijo Alba, que jamás había leído ninguno-, ¡será fascinante!

Viv guardó silencio, buscando dar un efecto dramático a su intervención, tomó un largo sorbo de vino, y empezó entonces muy despacio, recortando sus consonantes.

– Jamás te desharás del Búfalo, como tampoco puedes ganarte el afecto de tu padre si no paras de discutir con él. No, en realidad es muy sencillo. Irás a Hampshire a pasar un fin de semana con Fitzroy.

– ¿Con Fitz?

– ¿Conmigo? -dijo Fitz, atragantándose, encantado de verse incluido.

– Sí. Vas a presentar a tus padres al novio perfecto. -Fitz inspiró hondo para controlar su excitación. Le gustaba ese argumento más que ninguno de los que Viv había escrito hasta el momento-. Verás, querida -prosiguió la escritora, volviéndose hacia Alba-. Siempre has sido una chiquilla original y rebelde. Ahora aparecerás con el hombre más convencional, encantador y adecuado que quepa imaginar. Fitzroy será todo lo que ellos consideran adecuado y perfecto. Jugará al bridge y al tenis, acariciará a los perros, disfrutará de un oporto con tu padre en la sobremesa, hablará de arte, literatura y política, y sus opiniones serán el vivo espejo de las de ellos. ¡Qué coincidencia! Su padre también luchó en la guerra, y en Italia, para más señas. ¿Se conocían? ¿Dónde estaba destinado? Fitzroy se ganará el corazón de Thomas Arbuckle, que además le estará tan agradecido por hacerse cargo de su difícil hija que terminará bajando la guardia. Quizás hablen de la guerra mientras disfrutan de un puro después de cenar, de hombre a hombre, en cuanto las mujeres se hayan retirado. Confiará a Fitzroy la historia de su pasado. Sí, lo veo todo clarísimo. -Extendió los dedos y movió despacio la mano, buscando provocar un efecto añadido-. Se ha hecho tarde. Una noche fresca y cuajada de estrellas. Thomas está melancólico y nada hay más efectivo que los halagos para despertar en un hombre el deseo de un poco de intimidad. Si hay alguien capaz de sacar a un viejo inútil de su concha y de ganarse su confianza, ése eres tú, Fitzroy. Sir Fitzroy que todo lo puede. -Se puso el cigarrillo entre los labios antes de espirar el humo en un largo y fino hilillo, claramente encantada con su presentación.

Fitz se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas.

– Deja que lleve esto un paso más allá, Viv -dijo, metiéndose de pleno en el espíritu de la conversación.