Margo y Miranda esperaban en el vestíbulo con Alba. Margo se había envuelto la cabeza con una bufanda y llevaba unos pantalones de pana marrón. Alba se entretenía junto a la ventana al tiempo que su madrastra y su hermanastra hablaban de la valla y de la extraordinaria inteligencia de Summer.
– Está empezando a convertirse en un auténtico problema -decía Margo con tono estridente-. Peter va a tener que revisar cada centímetro de valla y reforzar los puntos menos seguros. No podemos permitir que siga escapándose así. ¡Un día saldrá corriendo a la carretera y provocará un accidente! Ah, Fitz -dijo, al tiempo que a su rostro rojizo asomaba una amplia sonrisa-. ¡Eres un auténtico encanto!
– Es un placer -respondió él-. Además, hace un día precioso. Es una lástima desperdiciarlo aquí dentro. -Las mejillas de Miranda se encendieron cuando Fitz posó en ella la mirada.
– Espero que no se haya ido muy lejos -masculló ella antes de dar media vuelta y salir detrás de su madre. Alba miró a Fitz y puso los ojos en blanco.
– Estás loco -le dijo afectuosamente-. Ya te había dicho que te adorarían. Eres la clase de persona que les encanta. -Fitz sabía que Alba no lo decía como un cumplido.
No fue tarea fácil atrapar a Summer. Había huido camino arriba y estaba casi en la carretera, pastando alfalfa ávidamente. Al principio, fue Margo quien daba las órdenes. Hasta Alba tuvo que formar parte del círculo que formaron en el intento por acorralar a la yegua. No tuvo ninguna posibilidad de quedarse al margen. Lanzó a Fitz una mirada furiosa. Si él no hubiera sugerido ayudar, ella estaría todavía disfrutando de su copa de vino en el salón. Sprout y los terriers corrían de un lado a otro, ladrando a Summer, que se limitaba a sacudir la cabeza y a huir a medio galope triunfalmente. Cuando la estrategia de Margo fracasó, fue Fitz quien asumió el mando. Su principal preocupación no era Summer, sino Alba, a la que deseaba complacer desesperadamente. Le ordenó que regresara al campo y que sostuviera la puerta abierta de par en par. Luego él, Miranda y Margo, en vez de intentar atrapar a la tozuda yegua, la apremiaron para que regresara trotando al campo por su propio pie simplemente caminando hacia ella en fila con los brazos abiertos. El instinto natural del animal era alejarse de ellos. Poco a poco, con paciencia, lograron obligarla a regresar. Para gran sorpresa de Miranda, Summer entró al trote en el cercado y Alba cerró jubilosa la puerta tras ella. Aunque la operación había llevado su tiempo, el rostro de Alba enmarcaba una amplia sonrisa. Había merecido la pena.
Cuando Margo felicitó a Fitz, él explicó que se había criado con caballos.
– Aun así, yo en tu lugar mandaría revisar esa valla -dijo, haciendo lo posible por hablar como un hombre de vasta experiencia-. En una ocasión tuvimos una yegua que se escapaba constantemente. Se cortó la pata con un alambre de espino. Y se le infectó. Mal asunto.
– Oh, cielos. Hay que evitar eso a toda costa. Es una lástima que Alba no monte; de lo contrario podríais salir a dar un paseo antes del almuerzo.
Alba entrelazó su brazo al de Fitz. No se le había escapado la admiración que despertaba en Miranda.
– Me gustaría enseñarle la finca -dijo.
– Miranda te acompañará, si quieres hacerlo a caballo -insistió Margo con su habitual falta de tacto. Alba estaba furiosa. «Quiere a Fitz para Miranda», pensó, enojada. Él notó que Alba se erizaba a su lado y declinó cortésmente el ofrecimiento.
– Es muy amable de tu parte. En otra ocasión quizá. -Luego le gritó a Sprout-: Vamos, viejo amigo. Vamos a ver qué hace el feliz Boris.
– ¿Feliz? -dijo Alba, arrugando la nariz.
– Por supuesto -respondió Fitz, arqueando sugerentemente las cejas.
– Ah -dijo ella con una sonrisa-. Por supuesto.
Margo vio alejarse a Alba y a Fitz en dirección al huerto y se volvió hacia la casa.
– Qué joven más encantador -le dijo a su hija.
– Qué suerte tiene Alba -respondió Miranda con un suspiro-. Es atractivo, ¿verdad?
– Sí -concedió Margo-. Aunque no es su tipo. Según Caroline, Alba normalmente se decanta más por los chiquillos guapos y también más modernos.
– Pues a mí Fitz me parece guapo y muy atractivo.
– Espero que sepa dónde se mete -se rió Margo, meneando la cabeza-. Alba es una chica tozuda. Aunque él no me parece ningún blandengue. Es un hombre alto, corpulento y fuerte. Estoy segura de que sabrá manejarla.
– Me alegro de que Alba haya encontrado a alguien agradable.
– Oh, yo también. Una persona decente.
– Aunque es bastante mayor que ella, ¿no?
– ¡A Dios gracias! Ningún hombre de su edad podría con ella.
– ¿Crees que se casarán?
– Con Alba nunca se sabe.
– Bueno, creo que saldré a dar un paseo a caballo sola -dijo Miranda, alejándose.
– Voy contigo -dijo su madre-. Alba no me necesita.
Margo se volvió a mirar en dirección al jardín, pero la pareja había desaparecido. Soltó un suspiro y entró con paso firme a la casa para cambiarse.
Alba y Fitz regresaron para el almuerzo. Estaban acalorados y les brillaban los ojos. Ella le había enseñado la finca. Los jardines y la pista de tenis, la pista de squash y los establos. Le había mostrado la piscina vacía y llena de hojas y el estanque donde nadaban los patos y las gallinetas entre los berros y las aneas. Después habían ido al bosque, donde Boris se había sentido feliz de poder fanfarronear de lo bien dotado que estaba y de cómo sabía aprovecharse de ello. Incluso habían llegado a ver un par de cervatillos y a oír la rasposa tos de un venado. Las campanillas casi estaban en flor y los fértiles aromas de la naturaleza impregnaban el aire y el ánimo de ambos. Thomas estaba impresionado. Alba jamás salía a pasear sola. Estaba encantado de ver que su hija se sentía orgullosa de su casa y que le entusiasmaba enseñarla. «Fitz es una buena influencia», pensó feliz.
Fitz había seducido fácilmente a la familia Arbuckle. Miranda le observaba mientras en su cuerpo adolescente se agitaba algo oscuro, primitivo y deliciosamente confuso. Margo estaba encantada viendo que Alba había encontrado a un hombre normal con un trabajo normal. Un hombre de su mundo. Thomas esperaba ilusionado poder disfrutar de un puro de sobremesa en compañía de un hombre culto. Le complacía ver a su hija tan feliz y tan calmada, pues la calma no era frecuente en Alba. Atrás quedaba la chiquilla furiosa que había aparecido noches atrás, presa de un ataque de ira. Sin embargo, había un miembro de la familia con el que Alba y Fitz no habían contado.
6
Lavender Arbuckle entró cojeando al salón. Margo la miró horrorizada mientras que Thomas se ponía en pie y cedía a su madre un puesto de privilegio en su cómodo sillón de lectura. Aunque Lavender pasaba la mayor parte de sus días oculta en las habitaciones que ocupaba en la primera planta, había olfateado la excitación que impregnaba el aire como un perro que huele su almuerzo y había bajado a ver qué ocurría. Llevaba un elegante traje de tweed que databa de la década de 1920. Le colgaba por todas partes. La anciana se había encogido con el paso de los años y comía tan poco que le asomaban todos los huesos. Era un auténtico milagro que no se le clavaran en sus viejas carnes.