Alba pareció sorprendida.
– No -respondió-. No hablamos de ella. Hasta ahora, siempre que he mencionado su nombre hemos tenido una pelea terrible, y todo por culpa del Búfalo. Sospecho que lo ha escondido en algún sitio donde pueda sacarlo y mirarlo en privado de vez en cuando. No creo que vaya a dejarlo encima de su escritorio. Margo lo encontraría en cuestión de segundos. Debería ser algo que pudiéramos compartir -dijo con voz queda-. Mamá nos pertenece a mí y a papá. No al Búfalo, ni a Caroline, ni a Miranda, ni a Henry. Tendría que ser algo de lo que pudiéramos hablar delante del fuego, con una copa de vino en la mano. Podría haber sido muy especial. Pero gracias al Búfalo se ha convertido en un sucio secreto, y yo me siento indigna por ser el fruto de ese secreto.
Siguieron en silencio, cada uno intentando abrirse paso por el terrible lío que Valentina había provocado involuntariamente con su muerte. El sol se ponía a su espalda, tiñendo el cielo de un dorado brillante, y las nubes, de un rosa pálido, pasaban flotando por él como plumas de ganso. Sprout dormía plácidamente en la parte de atrás del coche.
– Voy a ir a buscarla -dijo Alba cruzándose de brazos-. Voy a encontrar Incantellaria.
– Bien -respondió Fitz-. Y yo te ayudaré…
– ¿De verdad? -le interrumpió antes de dejar que terminara la frase-. ¿Quieres decir que vendrás conmigo? -Se enderezó feliz en el asiento.
Fitz se rió entre dientes.
– ¡Iba a ofrecerme a ayudarte a localizarlo en el mapa!
– Ah -exclamó Alba, claramente decepcionada.
Cuando llegaron a Cheyne Walk, Fitz aparcó debajo de la farola. No sabía qué esperar exactamente. Ya no tenían que representar ningún papel. Podían muy bien retomar la normalidad. ¿Volvería él a sus noches de bridge con Viv, a atisbar anhelante desde allí por las ventanas de Alba y sufrir viendo cómo los pretendientes de la joven pasaban por la pasarela con los brazos llenos de rosas y sonrisas de suficiencia?
– Si aparcas aquí, te pondrán una multa -dijo Alba.
– No me quedo.
Ella frunció el ceño.
– ¿Por qué?
Fitz suspiró.
– No quiero compartirte con nadie, Alba.
– ¿Compartirme?
– Sí. No quiero compartirte con Rupert, con «El carrizo del río», ni con ningún otro de tus amigos. Si estoy contigo, quiero exclusividad.
Ella se rió, feliz.
– En ese caso, tendrás exclusividad, querido Fitz. Puedes tenerme para ti solo.
Una vez más, Fitz fue presa de aquel incómodo vacío. El tono de voz que había empleado Alba era frívolo. Todo era demasiado fácil.
– ¿Quiere eso decir que vas a dejar de ver a los demás?
– Naturalmente. Pero ¿por quién me tomas? -Parecía ofendida-. ¿No se te ha pasado por la cabeza que quizá tampoco yo quiera compartirte con nadie?
– Vaya, no -respondió él, desconcertado.
– En ese caso, deja el coche en tu pequeño aparcamiento y vamos a darnos un baño juntos. Sprout puede mirar si se porta bien. No hay nada que me guste más que una copa de vino en la bañera, y no, antes de que lo preguntes, no me he bañado nunca con nadie. Contigo será la primera vez, y también con Sprout.
Fitz se sintió culpable.
– Lo siento -se disculpó, besándola en la mejilla.
– Disculpas aceptadas. -Dejó escapar esa risa contagiosa que le burbujeaba desde el estómago-. Y pensar que nos hemos convertido en la pareja que hemos fingido ser durante todo el fin de semana. ¿No te parece curiosa la vida?
13
Alba se mantuvo fiel a su promesa y les dijo a los demás hombres que disfrutaban de la cálida excitación de su cama que tenía novio y que ya no podía seguir viéndoles. Rupert se quedó desconsolado. Apareció en el barco con un gran ramo de flores y una cara larga y tristona, suplicándole que se casara con él. Tim le gritó por teléfono antes de colgarle y después le mandó un regalo de Tiffany a modo de disculpa, con la esperanza de que ella lo aceptara y se casara con él. James, normalmente reposado y de suaves modales, apareció por el barco borracho una noche y, con el rifle que le había regalado su padre, empezó a disparar a las ardillas que correteaban por el techo hasta que Viv llamó a la policía, que no tardó en llevárselo. Alba se encogió de hombros, desentendiéndose despreocupadamente de lo ocurrido, se sirvió otra copa de vino y se llevó a Fitz a hacer el amor al compartimento superior.
El hizo caso omiso de las advertencias de Viv y siguió persiguiendo ciegamente el objeto de su amor. Pasaba la mayor parte de las noches a bordo del Valentina, pues Alba odiaba quedarse sola. Disfrutaba con las noches en que no hacían el amor y podía acurrucarse contra él entre sus brazos, sintiendo el aliento de Fitz rozándole la piel y su voz murmurándole al oído. El era más que su amante. A fin de cuentas, amantes los había a porrillo. Era su amigo. Nunca había tenido un amigo como Fitz.
Alba le llevó de compras a Mr. Fish, en Beauchamp Place, y le convenció para que se comprara camisas nuevas.
– Ibas vestido con ropa de la Edad Media -le dijo cuando le vio aparecer en Drones con una camisa nueva-. Para serte sincera, creo que para mi gusto encajabas demasiado bien en Beechfield Park. Apuesto a que el Búfalo te estaba evaluando como posible candidato para Caroline. Por si las moscas, no quemaré las camisas viejas. -A Fitz no le hizo ninguna gracia el comentario. ¿Es que no sabía que iba a casarse con él?
Fueron a la exposición de pop art de Andy Warhol en la Tate y, en su esfuerzo por mostrarse moderno, Fitz le compró a Alba el nuevo LP de Led Zeppelin, que incluía su canción favorita, Stairway to Heaven. De noche, iban a Tramp o a Annabel's y bailaban hasta el amanecer. Lo único que mantenía a Fitz bailando hasta altas horas de la madrugada eran los nuevos pantalones cortos de Alba. Para ella no era ningún problema. No tenía que levantarse temprano por la mañana, aunque «El carrizo del río» a menudo la visitaba al amanecer, quedándose obedientemente en la cubierta inferior. Fitz, por otro lado, tenía cosas que hacer. Viv no dejaba de darle la lata con el tema de su gira de promoción, que, al parecer, no iba a limitarse sólo a Francia. Además, tenía que levantarse temprano para sacar a pasear a Sprout por Hyde Parle.
– Pareces cansado, Fitzroy -comentó Viv mientras barajaba las cartas.
– Estoy destrozado -fue la respuesta de Fitz. Viv observó que sus labios se curvaban en una sonrisa pagada de sí misma.
– No durará -dijo Viv cáusticamente, echando la ceniza del cigarrillo en el plato verde.
– ¿Cómo quieres abrir? -preguntó Wilfrid-. ¿Débil o fuerte? ¿Sin triunfo?
– Débil -dijo Viv con un suspiro-. Todavía sigo viendo aparecer algunas mañanas a «El carrizo del río».
– Confío en ella -replicó Fitz, en un alarde de seguridad-. Tiene derecho a tener amigos. -Le habría gustado poder explicar que Alba se había acostado con hombres por una pura cuestión de soledad. Ahora que le tenía a él, ya no tenía por qué seguir sintiéndose sola.
– Yo tengo muchas amigas y a Georgia no le importa. ¿A qué no, querida? -intervino Wilfrid, ordenando sus cartas y frotándose la barbilla.
– Apuesto a que ninguna se parece a Alba -dijo Viv. Georgia se ofendió. Por mucho que pudiera protestar, lo cierto es que, en su fuero interno, le habría gustado tener amigas como Alba.