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Ella sonrió y la luz volvió a iluminar sus ojos.

– Sé que lo harás. No sabes cuánto te quiero. No sabes cuánto duele.

– También a mi me duele. -Ante los ojos de ambos la colina ascendió hacia el antiguo puesto de observación, que seguía exactamente igual a como lo habían dejado la primavera anterior. «Cuánto ha cambiado mi vida -pensó Thomas-. Y cómo he cambiado. Jack tenía razón. Ya no soy como él. Mi vida tiene un propósito. Nunca quise ser responsable de nada y fue la responsabilidad la que me eligió a mí. Ahora lo agradezco.»

Llevó a la pequeña Alba en su cesta hasta la torre semiderruida. La niña dormía aún con las manitas junto a las orejas y la cabeza de lado. Tenía un aspecto angelical, como uno de los querubines durmientes de Rafael. Podría perfectamente haber estado reposando encima de una nube, y a Thomas no le habría sorprendido lo más mínimo si la pequeña hubiera mostrado de pronto un par de alas.

– Es idéntica a ti -dijo cuando se sentaron a la sombra. La brisa soplaba impregnada de la aromática fragancia délas colinas junto con el fresco olor del mar y Thomas sintió que en toda su vida jamás había sentido semejante ligereza, ni una felicidad como aquélla.

– Espero que no termine pareciéndose a mí -respondió ella, pero Thomas meneó la cabeza.

– Sería muy afortunada si de mayor se pareciera a ti, Valentina.

– No quiero que cometa los mismos errores que yo he cometido en mi vida.

– Pero si eres muy joven. ¿Qué errores puedes haber cometido tú? -Se rió de ella y Valentina esbozó una tímida sonrisa.

– Todos cometemos errores, ¿no crees?

– Sí, pero…

– Lo mejor que he hecho en mi vida ha sido conocerte. -Estrechó a Thomas entre sus brazos, se tumbaron sobre la hierba y se besaron. A pesar de lo mucho que él ansiaba hacerle el amor, no le pareció correcto hacerlo mientras la pequeña dormía junto a ellos. Sabía que Valentina sentía lo mismo, pues un puñado de pequeñas gotas de sudor le perlaban la frente y la nariz y había empezado a respirar pesadamente, aunque en ningún momento le animó a dar un paso más.

Esperaron cuanto pudieron para volver a casa de Immacolata. Siguieron tumbados entrelazados al tiempo que el día iba consumiéndose despacio. Alba despertó y Valentina le dio de mamar. Thomas se sintió conmovido al verlas. Jamás había visto mamar a un bebé. Valentina irradiaba un halo de luminosidad y se la veía serena, casi inalcanzable. Mientras daba de mamar al bebé, ya no le pertenecía a él, sino a Alba. De nuevo, Thomas volvió a percibir en ella su naturaleza etérea, esa cualidad que había reconocido ya el año anterior y que colocaba a Valentina fuera de su alcance. Sufrió un instante de celos. No importaba cuánto le dijera ella que le amaba ni que el bebé al que alimentaba fuera sangre de su sangre. Thomas sintió como si una mano le estrujara el corazón.

– Cielos, Valentina -dijo en inglés-. ¡Ni te imaginas la de cosas extrañas que provocas en mí! -Ella volvió la cabeza a un lado y pareció confundida-. Eres muy hermosa -prosiguió Thomas en italiano-. Desearía abrazarte y no soltarte nunca.

Fue entonces Valentina la que se rió de él.

– Pero si no me conoces, Tommy.

– Sé que te gustan los limones, la oscuridad, el mar y el color violeta. Que querías ser bailarina cuando eras niña. Ya ves -añadió con una risilla triste-, lo recuerdo todo sobre ti.

– Pero no me conoces.

– Tenemos el resto de nuestras vidas para conocernos. -Le apartó el pelo, pasándoselo por encima del hombro para que no le oscureciera el rostro-. Conocerte será el proyecto más importante de mi vida.

– Tendremos más hijos -dijo Valentina, acariciando la frente de la pequeña mientras ésta mamaba-. Quiero darle hermanos a Alba. No quiero que esté sola. Yo he pasado esta guerra sola. Espero que crezca en un mundo en paz -dijo de pronto, y los ojos se le llenaron de lágrimas-. La guerra convierte a los hombres en animales y transforma a las mujeres en criaturas vergonzosas. Quiero que mi niña vea sólo lo bueno de las personas. Que no sea cínica. Y que pueda llegar a confiar sin que esa confianza se rompa. Quiero que esté segura de quién es. Que confíe en sí misma. Que no tenga que depender de nadie. Que sea independiente y libre. Podrá ser todo eso en Inglaterra, ¿verdad?

Thomas estaba confundido.

– Por supuesto. Eso fue por lo que luchamos, Valentina. Por la paz. Para que los niños como Alba crezcan sin temor en una sociedad libre y democrática.

– Eres muy valiente, Tommy. Ojalá también yo lo fuera.

– No necesitas serlo, porque me tienes a mí para protegerte. -Le acarició la mejilla con los dedos, allí donde las lágrimas habían dejado brillantes regueros de humedad-. Alba crecerá ajena a los horrores de la guerra. Pero le contaremos cómo muchos valientes perdieron sus vidas para que ella valore su buena suerte. -Luego habló con voz triste y queda sobre Freddie, compartiendo con ella recuerdos que hasta entonces sólo había compartido con Jack-. Mi hermano murió, Valentina. Era piloto de combate. Nadie imaginó jamás que lo derribarían. A Freddie no. Era indomable, más grande que la vida misma. Sin embargo, fueron tantos los que cayeron en Malta que al final él fue simplemente un número más. Nunca pude despedirme de él. La muerte es un fantasma solitario, Valentina. Morimos siempre solos. Me gustaría creer en el cielo, que Freddie está ahora con Dios. Pero la verdad es que su cuerpo está en el fondo del mar y que no tengo modo de honrarle.

Valentina tendió la mano para tocar la de Thomas.

– Te entiendo, mi querido Tommy. Mi padre y Ernesto, uno de mis hermanos, también han muerto. Aunque se hayan ido tantos, no encontramos consuelo en los números, ¿verdad? Mamá levantó un altar para mi padre y ahora ha levantado otro para Ernesto. Las velas parpadean de día y de noche. Jamás se extinguen, como sus espíritus. Siguen viviendo en el recuerdo. Es todo lo que podemos hacer. Tú honras a tu hermano al recordarle, Tommy. Tienes que hablarme de él, contarme todo lo que recuerdes porque es recordando como les damos la vida. -Su rostro había adquirido una madurez y una sabiduría que Thomas no había visto antes en él. Para su sorpresa, las palabras de Valentina lograron consolarle. Las de Jack jamás lo habían conseguido.

Por fin, Thomas tuvo hambre y Valentina empezó a estar ansiosa por volver a casa por Alba. Montaron de nuevo en el carruaje y el caballo, que había estado durmiendo a la sombra de un retorcido eucalipto, emprendió a regañadientes la marcha por el polvoriento camino.

Valentina informó a Thomas de que sus hermanos habían vuelto de la guerra. Ludovico y Paolo, los dos que habían sido prisioneros de los británicos, se mostrarían amistosos con él ahora que la guerra había terminado, puesto que habían sido bien tratados durante su cautiverio. Pero con Falco las cosas serían muy diferentes. Valentina le contó que había sido partisano y que era un hombre oscuro, voluble y atormentado.

– Es un hombre complicado -explicó-. Siempre lo ha sido, desde que era niño. Mamá dice que por ser el primero en nacer esperaba que le quisieran más que al resto de nosotros y que por ello siempre se ha sentido decepcionado y celoso. Tiene una mujer, Beata, y un hijo llamado Toto. Cualquiera hubiera imaginado que el amor de una mujer y de un niño que le adora, habrían bastado para ablandarle el corazón, pero no es así. Sigue tan frío y receloso como siempre,

A Thomas el encuentro con Falco le provocaba cierta ansiedad. Tras la muerte del padre, el joven se había convertido en el cabeza de familia. Aun así, no podía evitar preguntarse si de verdad podía ser tan difícil un encuentro entre dos hombres que habían combatido en el mismo bando. Si alguien tenía que sentir recelos de él, eran los otros dos hermanos, que habían luchado del lado de los alemanes.