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Cuando entró en el pequeño dormitorio, encontró las contraventanas cerradas, las cortinas echadas y el blanco vestido de novia sobre la cama, preparado para la noche. Sobre el tocador vio los cepillos y los frascos utilizados apenas unas horas antes. Se le hizo un nudo en la garganta y le costó respirar en cuanto la habitación se llenó del olor a higos. Se dejó caer sobre la cama y se llevó el camisón de Valentina a la cara, aspirando su fragancia.

Encontrar el retrato desaparecido se convirtió para él en una obsesión. Abrió cada cajón, buscó entre la ropa del armario, debajo de la cama, entre las sábanas y debajo de la alfombra… por todas partes. No dejó un solo objeto de la habitación sin inspeccionar. El retrato no estaba allí.

24

Italia, 1971

Alba se disculpó y dejó a Lattarullo sin apenas haber probado el té. El carabiniere retirado la vio marcharse, perplejo al saber que la joven no estaba al corriente de las terribles circunstancias que habían rodeado la muerte de su madre. La violencia del suceso todavía le afectaba. A menudo pensaba en ello. A pesar del mundo secreto en el que habitaba, Valentina había sido la personificación de la belleza y de la elegancia. No había pasado mucho tiempo antes de que un periodista metomentodo fisgoneara en lo ocurrido y publicara la historia de Valentina en Il Mezzogiorno. Lorenzo añadió unos versos más a la balada que había compuesto sobre la premonición, el asesinato y el submundo de una mujer preciosa como un campo de violetas silvestres. La había cantado al caer la noche y su voz plañidera había resonado por las calles del pueblo hasta que todos se la aprendieron de memoria y Valentina terminó por trascender la memoria popular para convertirse en leyenda. Sus delicadas huellas quedaron impresas en el pueblo. Pocas eran las cosas que habían cambiado desde su muerte. Todo se la recordaba y a veces, en el halo plateado de la luna llena, le parecía verla desaparecer sigilosamente por una esquina al tiempo que su vestido blanco atrapaba la luz y su imaginación. Valentina había sido como un arco iris que parece sólido desde la distancia, pero que se desvanece en cuanto nos acercamos a él. Una sílfide imposible, un exquisito arco iris… El asesinato de Valentina tan sólo había servido para hacer de ella una mujer aún más misteriosa.

Alba subió corriendo por las rocas que llevaban a casa de Immacolata con el corazón en un puño. Su padre le había mentido, su madrastra había estado en connivencia con él y hasta Falco e Immacolata le habían ocultado la verdad. ¿La tomaban acaso por una estúpida? Estaba en todo su derecho de saber lo que había sido de su madre. De pronto, pensó en Fitz y en Viv. Ni en sus más desbocadas fantasías habrían podido prever algo semejante.

Los pies de Alba resbalaron sobre las rocas y se hizo un rasguñó en la rodilla, del que no tardó en manar la sangre. Maldijo a voz en grito, pero hizo caso omiso de la herida y siguió caminando colina arriba, decidida a sacarle a Falco toda la verdad. Cuando llegó a la casa, encontró a Beata leyendo a Cosima a la sombra de los árboles. La pequeña estaba acurrucada contra su abuela, chupándose el dedo.

– ¿Dónde está Falco? -preguntó Alba. Beata levantó los ojos del libro que tenía en las manos. En cuanto vio el rostro rosado y los ojos velados de Alba se le oscureció el semblante y se tensó como un animal que acabara de presentir el peligro. Cosima contemplaba a su prima con expresión seria.

– Está en el limonar -respondió Beata. Vio entonces cómo Alba bajaba corriendo por el sendero y desaparecía entre los árboles.

– ¿Está enfadada Alba? -preguntó Cosima.

Beata le dio un beso en la sien.

– Creo que sí, carina. Pero no te preocupes, volverá a sonreír. Te lo prometo.

Alba cruzó corriendo el limonar hasta que por fin dio con Falco. Cuando él la vio, dejó la carretilla y se cruzó de brazos. Llevaba temiendo ese momento desde la llegada de su sobrina.

– ¿Por qué no me habías dicho que a mi madre la asesinaron? -gritó Alba, llevándose las manos a la cintura-. ¿Cuándo pensabas contármelo? ¿O es que no pensabas contármelo nunca, como mi padre?

– Tu padre sólo quiere protegerte, Alba -respondió él con brusquedad, echando a andar por el huerto hacia los acantilados. Ella le siguió.

– Dime, ¿quién la mató?

– Es una larga historia.

– Muy bien. Tengo todo el tiempo del mundo.

– Sentémonos en algún sitio tranquilo.

– Quiero saber la verdad, Falco. Estoy en mi derecho.

El se metió las manos en los bolsillos.

– Cierto. Estás en todo tu derecho. Pero no va a ser agradable. Ya lo verás. No se trata sólo de que tu madre no viviera para poder casarse con tu padre. Ni de que la vida le fuera brutalmente arrebatada. Eso no es más que la punta del iceberg. Ven, sentémonos aquí. -Se sentó bajo el árbol donde estaba enterrado el cuerpo de Valentina. Alba se sentó a su lado, cruzó las piernas y levantó hacia él una mirada expectante.

– Dime, ¿por qué la mataron? -preguntó. Empleó un tono frívolo al hablar, como si estuviera hablando del personaje de una novela y no de una persona de carne y hueso, y menos aún de su madre. Las cicatrices que jamás se habían cerrado del todo en el corazón de Falco se abrieron de nuevo y volvieron a escocer.

– Murió degollada. -Trazó una línea con la que cruzó su cuello y vio cómo las mejillas de Alba se teñían de gris-. Había estado en Nápoles con su amante. Lupo Bianco, el infame capo de la mafia.

– ¿Lupo Bianco? ¿Quién era? -le interrumpió Alba-. No puedo creer que tuviera un amante la noche antes de casarse con mi padre.

– Hacía tiempo que era la amante de Lupo Bianco.

– ¿Y quién era él?

– Probablemente el hombre más poderoso del sur de Italia. Le conocí personalmente cuando éramos niños. Solíamos pescar juntos. Ya en aquel entonces le encantaba ver sufrir. Primero a los peces, luego a las personas. Le importaba poco la vida. La policía le buscaba, acusado de crímenes espantosos. Resbaladizo como una anguila, nadie pudo nunca demostrar nada contra él. Sacó un gran beneficio de la guerra. Ganó millones de liras gracias a la extorsión, la estafa y hasta el asesinato. Lo tenía todo escondido en cuentas bancadas secretas que jamás se han encontrado. Quienquiera que le mató le hizo un gran favor a la policía, aunque provocó una terrible disputa entre Antonio II Morocco, el sucesor de Lupo, y la camorra de Nápoles. Una disputa sobre los precios del atún que todavía hoy se mantiene.

– ¿Mi padre lo sabía?

– Se enteró la mañana de la muerte de tu madre.

– ¡Pobre papá! -suspiró-. No lo sabía.

– La encontraron muerta en el coche de Lupo Bianco, cubierta de pieles y de diamantes. Para él fue una conmoción terrible. Aunque a mí no me sorprendió. Yo comprendía mejor que nadie a Valentina. No era mala persona. Era débil, eso es todo. Era hermosa y le gustaban las cosas bonitas. Adoraba la atención, la intriga y la aventura. Quería marcharse de Incantellaria. Era demasiado inteligente para un pueblo tan pequeño como éste, como un pájaro que jamás pudo extender del todo las alas. Aquí se veía mermada. Podría haber brillado en Roma, Milán o París, o hasta en América. Era demasiado excepcional para que estas gentes sencillas la comprendieran. Pero sobre todo adoraba el amor. Se sentía sola. Era como un tarro de miel vacío, siempre dependiendo de que los demás la llenaran. Pero también era una superviviente, y lista como un zorro. No olvides que eran tiempos de guerra. -Meneó la cabeza y su cabello rizado y espeso le cayó sobre los ojos-. Quizá debería haber puesto más empeño en detenerla, pero también yo libraba mis propias batallas.