Выбрать главу

– ¿Y no quiso nada a mi padre? -preguntó Alba con un hilo de voz.

Falco le tocó el hombro con ternura.

– Creo que se dio cuenta de que le amaba cuando él se marchó. Fue entonces cuando descubrió que estaba embarazada y tú, Alba, fuiste su mayor alegría. -Ella bajó la mirada y la fijó en la hierba que tenía delante-. Se aseguró de comer bien, todo lo bien que podíamos comer durante la guerra. Gracias a sus contactos con Lupo Bianco y con otros, obtenía comida en el mercado negro y un norteamericano le daba los medicamentos que necesitaba.

– ¿Mantuvo su romance con él mientras estaba embarazada de mí?

Falco no dijo nada. Se mordió la piel alrededor del pulgar, pensativo.

– Naciste en casa con la ayuda de la mamma y de una comadrona. A partir de ese instante, Valentina se reservó para tu padre. Ella tenía sus planes. Se iría a vivir a Inglaterra y tendría una familia. Iba a ser una mujer respetable… una dama. Tu padre le había hablado de la magnífica casa en la que iba a vivir. Estaba entusiasmada. Cuando naciste, tan sólo le importabais tu padre y tú. Cuando él volvió, sólo tenían ojos el uno para el otro y para ti. Se sentaban bajo los árboles del jardín y te contemplaban mientras dormías. Eras su única obsesión. Él la dibujaba y hablaban. Pero Valentina nunca le contó sus secretos. No quería estropearlo. Intenté convencerla para que le dijera la verdad. Estaba seguro de que, si él de verdad la amaba, lo único que querría sería llevársela de aquí donde ella pudiera estar a salvo y cuidar de ella.

– ¿Y por qué la asesinaron?

Falco guardó silencio durante un instante y perdió la mirada en el mar. Su rostro se endureció y de pronto se le ensombrecieron los ojos, visiblemente atormentados.

– Durante los últimos días discutí mucho con ella. Le dije que tenía que decirle la verdad a tu padre. Pero ella no me escuchó. Era tozuda como una muía cuando quería. Había en ella una parte decidida y fuerte. Parecía incapaz de matar una mosca, pero bajo esa apariencia angelical se ocultaba a veces una mujer dura y egoísta. Y además tenía esa ridícula obsesión por aclarar las cosas con su amante. Como si, de algún modo, al hacerle partícipe de sus planes, fuera a redimirse a los ojos de Dios. Y es que no sé si sabrás que la estatua del Cristo se mantuvo seca.

– La famosa festa di Santa Benedetta. Sí, estoy al corriente -respondió Alba-. ¿Mi madre lo entendió como un mal presagio?

– Era muy supersticiosa. Creía que era un mal augurio para la boda y para su futuro. Se fue a Nápoles a decirle a Lupo Bianco que se marchaba de Italia.

– ¿Cubierta de pieles y de diamantes?

– Digamos que se vistió para la ocasión, Alba. Era una actriz. -Arrugó los labios en una clara muestra de amargura-. A veces me he preguntado si lo que en realidad buscaba era disfrutar de una última noche de diversión. Quizás, a su manera, también amara a Lupo Bianco. Quizás esa aventura final no tuviera nada que ver con la superstición.

– ¿Tú crees que lo habría arriesgado todo sólo por eso? -Alba no podía creerlo.

– ¿Valentina? Por supuesto. Era otro de los papeles que representaba, quizás el que más le gustaba. Jamás volvería a ser esa persona. Se marchaba para convertirse en una dama. Quizá la tentación fuera demasiado grande para poder resistirse a ella.

– ¿Quiere eso decir que fue asesinada porque estaba en el lugar erróneo en el momento equivocado?

– Eso es lo que dijo la policía. La mataron porque vio quién había matado a Lupo Bianco. Sabía demasiado. Es así de simple.

Alba meneó la cabeza en un gesto de incredulidad.

– Si no hubiera salido esa noche, hoy estaría viva.

– Ahora que sabes la verdad, ¿entiendes por qué tu padre te ocultó lo ocurrido? El día que Valentina murió, juró que te protegería contra los horrores del pasado de tu madre. -Le apretó la mano-. Hizo lo correcto.

Alba estaba sentada delante del espejo en el pequeño dormitorio de Valentina. Tenía la mirada fija en su reflejo: la viva imagen de su madre. Desde que se había enterado de la verdad, era consciente de que era idéntica a ella. No sólo físicamente, sino también en lo que hacía referencia a sus defectos. Y ella que había creído que su madre era el parangón de la virtud, un ángel del que no era merecedora. Había despreciado su vida vacía y sin rumbo y su inmoralidad de gata callejera. Cuanto más había reflexionado sobre las virtudes de su madre, más imperfecta se había visto, sabedora de que jamás podría compararse con Valentina. Sin embargo, desde el principio su padre debía haber visto la vida que llevaba y debía haber pensado cuánto se parecía a su madre. Debía haberse desesperado.

¿Y qué decir de Margo? Alba estaba profundamente avergonzada. Su madrastra sabía la verdad y había querido protegerla de los sórdidos detalles del pasado de su madre. Simplemente había intentado darle un buen hogar y una familia sólida. Hundió la cabeza entre las manos al tiempo que reflexionaba sobre la falta de tacto que había demostrado al darle a su padre el retrato de Valentina, con la esperanza de que Thomas se sentara junto a la chimenea y le contara historias encantadoras sobre una mujer cuya vida secreta poco tenía de ejemplar. Lloraba mientras pensaba en el daño que le había causado durante años, a menudo hurgando en la herida abierta que Valentina le había dejado en el corazón.

¿Qué pensaría Fitz de ella? No era mejor de lo que había sido su madre. El se merecía a alguien mejor, a una mujer generosa, no como ella, no como su madre. Cogió unas tijeras y empezó a cortarse el pelo a tijeretazos.

Contempló, hechizada, cómo los ligeros mechones iban cayendo sobre el tocador: una fina capa primero que no tardó en convertirse en un amasijo de mechones grandes y espesos. Alba tenía mucho pelo. En cuanto lo tuvo corto, se concentró en igualar el corte alrededor de la cabeza. Poco le importaba su aspecto. Ya no deseaba ser hermosa. No quería seguir manipulando, seduciendo, tener a los hombres a sus pies. Quería que la gente la juzgara por quien era y no basándose en una belleza superficial e inmerecida. Como Valentina, también ella deseaba empezar de nuevo. Pero, a diferencia de su madre, ella tenía la oportunidad de hacerlo.

De pronto, las palabras del gordo del avión reaparecieron para aterrorizarla: «Si me chupa la polla, le pagaré el billete de vuelta a casa». Se sonrojó como si acabara de oírle. En apenas unos días su vida entera había dado un vuelco de ciento ochenta grados. Las cosas en las que había creído ya no eran ciertas. Se observó con otros ojos. Movió la cabeza ante el espejo y reflexionó sobre su nueva imagen. Había cambiado la piel como una serpiente y se sentía renovada, liberada. Nadie podría seguir diciendo que se parecía a su madre. Tampoco nadie comentaría su belleza. Sonrió a su reflejo y se secó la cara con una toalla. Luego bajó a buscar a Immacolata.

Cuando Cosima la vio, soltó un chillido de asombro.

– ¡Nonna,Alba se ha cortado el pelo! -Beata entró desde el jardín e Immacolata salió apresuradamente del salotto. Alba se quedó al pie de la escalera con su pelo corto, de punta y de corte irregular, aunque con un aplomo que no había tenido hasta entonces.

– ¿Qué has hecho con tu precioso pelo, mi niña? -preguntó Immacolata, acercándose a ella con paso cansino.

– A mí me parece que está guapísima -dijo Cosima con una sonrisa-. Igual que un duendecillo.

Immacolata se dirigió despacio al altar de Valentina y tomó en sus manos el retrato de su hija. Se sentó luego con cuidado y dio unas palmaditas al sofá para que Alba se uniera a ella.