– Naturalmente que echa de menos a su madre. Pero es probable que no quiera hablar de ello para no herir tus sentimientos. O quizás esté demasiado ocupada jugando para pensar mucho en ella. Es difícil saberlo. Pero quizá deberías mencionársela de vez en cuando. Lo que más me dolió de haber perdido a mi madre fue que nadie hablara nunca de ella. Cosima necesita estar segura de que su madre nunca la rechazó. Que no fue culpa suya. Necesita sentirse querida, eso es todo.
– Tienes razón -dijo Toto con un suspiro-. Es difícil saber cuánto es capaz de comprender una niña tan pequeña.
– Mucho más de lo que seguramente imaginas.
– Entonces, ¿te vas a quedar con nosotros un tiempo?
Esta vez fue Alba la que se mostró solemne.
– No tengo la menor intención de marcharme. Ni ahora ni nunca.
Alba estaba relajada. Le encantaba acostarse sola de noche, escuchando el trino de los pájaros y el canto de los grillos. Había dejado de tenerle miedo a la oscuridad y a la soledad. Se sentía segura. Sin embargo, a menudo se sorprendía pensando en Fitz, preguntándose qué estaría haciendo, recordando, presa de una agridulce nostalgia, los buenos momentos que habían compartido. Aun así, eso no le impedía juguetear con la tarjeta de Gabriele, pasando el dedo por su nombre y su teléfono y preguntándose si quizás había llegado el momento de seguir adelante y explorar nuevos horizontes. Gabriele era un hombre guapo y caballeroso. La había hecho reír a pesar de los desastres que había sufrido a su llegada a Italia. Sin duda habían conectado. Encajaban a la perfección, como cortados por el mismo patrón. Después de tanto tiempo sola, se sentía preparada para el amor.
Entonces fue el Destino el que decidió por ella. Era la primera semana de octubre y, con excepción de alguna leve ráfaga fría del viento que soplaba desde el mar, todavía hacía calor. La trattoria estaba llena de gente: el turismo iba en aumento. Gracias a los artículos que habían ido apareciendo sobre las maravillas secretas del pueblo, los extranjeros se detenían allí de camino a puntos más famosos de la costa de Amalfi, como Positano y Capri. Alba estaba ocupada anotando pedidos y volviendo a las mesas con bandejas de platos humeantes desde la cocina. Disfrutaba charlando con los lugareños y con los nuevos rostros siempre encantados de poder hablar con una preciosa joven de pelo corto y erizado y extraños ojos claros. Mientras servía las bebidas, oyó el motor de un barco y alzó la mirada. Antes de poder identificar al pasajero, el corazón se le aceleró en el pecho. Dejó la bandeja encima del mostrador y salió de debajo del toldo. Con una mano a la cintura y protegiéndose con la otra los ojos del sol, miró hacia el mar. Cuando el barco redujo la velocidad para acercarse al muelle, Alba se olvidó de sus clientes y de sus responsabilidades y echó a correr por la playa con los ojos escociéndole de pura excitación.
– ¡Fitz, Fitz! -gritó agitando la mano en el aire.
El bajó al muelle con la maleta en una mano y un sombrero de paja en la otra. No reconoció a la joven que se acercaba corriendo a él, gritando su nombre.
– ¡Fitz! ¡Soy yo! ¡Alba! -exclamó ella, reparando en la expresión de desconcierto que él no supo disimular.
– ¡Te has cortado el pelo! -respondió él, frunciendo el ceño-. Y estás muy morena. -La recorrió con la mirada, fijándose en el ligero vestido de flores y en las sencillas alpargatas que calzaba. Había cambiado mucho. De pronto se preguntó si no se habría equivocado yendo a verla. Pero entonces ante sus ojos apareció el rostro sonriente de Alba, sus ojos brillantes de felicidad, y reconoció en ella a la mujer que amaba.
– Te he echado de menos, Fitz. -Le puso la mano en el brazo y le miró a los ojos-. Te he echado mucho de menos. -Él dejó la maleta en el suelo y la estrechó entre sus brazos.
– Yo también, cariño -murmuró, besándola en la sien.
– Siento no haberte llamado -empezó ella.
– No, soy yo quien debería disculparse por no haberme despedido de ti. Lo intenté, pero fue demasiado tarde. Ya te habías ido. -Se echó a reír-. ¡Esa estúpida cabra tuya estaba devorando todas las plantas nuevas de Viv! -También ella se rió. La risa burbujeó desde su vientre como una deliciosa fuente.
– ¿Y se puso furiosa?
– Sólo durante un momento. Ella también te echa de menos.
– ¡Tengo muchas cosas que contarte!
– Y yo a ti.
– Tienes que instalarte en casa de mi abuela. Hay una habitación Ubre arriba. Yo estoy en la que fue de mi madre. -Entrelazó su brazo al de él. Fitz volvió a ponerse el sombrero y cogió la maleta-. Ven a tomar algo. Le diré a Toto que me sustituya. Ahora tengo un empleo. Trabajo en el negocio familiar con mi tío y con mi primo. Ahí es -dijo, señalando orgullosa la trattoria.
Encontró una mesa para Fitz y le llevó una copa de vino y una botella de agua.
– Tienes que probar los deliciosos platos de Immacolata -empezó de nuevo, cogiendo una silla y sentándose junto a él-. Aunque, claro, ella ya no cocina. Es demasiado mayor. Pero todos los platos son recetas suyas. Toma, escoge uno. Invita la casa. -Le dio una carta.
– Escoge tú lo que te parezca que pueda gustarme. No quiero perder el tiempo eligiendo mientras puedo estar hablando contigo.
Alba se inclinó hacia delante y a su rostro moreno asomó una sonrisa resplandeciente y feliz.
– Has venido… -dijo en voz baja.
– Me preocupaba que decidieras no volver.
– No me veía capaz de enfrentarme a ti.
– ¿A mí? -Fitz frunció el ceño-. ¿Por qué diantre dices eso?
– Porque me di cuenta de lo egoísta que fui.
– ¡Oh, Alba!
– No, en serio. He tenido mucho tiempo para pensar y han pasado muchas cosas. Me he dado cuenta de que no me he portado nada bien.
– No debería haberte dejado ir. Fue culpa mía.
– Te agradezco tus palabras, pero la verdad es que no merecías a alguien como yo. Sólo pensaba en mí. Ahora, cuando lo pienso, se me encoge el corazón. Hay momentos de mi vida que, si pudiera, borraría encantada. -El Gordo apareció de pronto en su recuerdo, aunque no se le encogió el estómago como solía ocurrirle en esos casos-. Me alegra tenerte aquí.
– Y a mí haber venido. -Le tomó la mano y le acarició la piel con el pulgar-. Me gusta tu pelo corto. Te queda bien.
– Le queda bien a mi nuevo yo -respondió, orgullosa-. No quería seguir pareciéndome a mi madre.
– ¿Has descubierto todo lo que querías saber?
– Me he criado con un sueño, Fitz. No era real. Ahora conozco a la auténtica mujer. Valentina era complicada. De hecho, no creo que fuera demasiado agradable. En cualquier caso, me parece que ahora la quiero más, a pesar de los pesares.
– Me alegro. ¿Me lo contarás después? Quizá podríamos dar un paseo. La costa de Amalfi es famosa por su belleza.
– Incantellaria es más hermoso que todo lo demás. Después de comer te enseñaré el pueblo. Y luego tienes que conocer a Immacolata, mi abuela, y a Cosima, la hija de mi primo. Acaba de cumplir siete años. Es adorable.
– Creía que no te gustaban los niños.
– Cosima es especial. No es como los demás niños. Es sangre de mi sangre.
– ¡Dios, hablas como los italianos!
– Es que lo soy. Aquí me siento bien. Éste es mi lugar.
– Pero, Alba, he venido para llevarte conmigo a casa.
Alba meneó la cabeza.
– No creo que en este momento sea capaz de enfrentarme a mi regreso. No después de lo que ahora sé.
Fitz le apretó la mano.
– Sea lo que sea a lo que debas enfrentarte, cariño, no estarás sola. No volveré a cometer ese error.