– Dime, ¿cómo estaba Incantellaria?
– Probablemente igual que como cuando tú estuviste allí. Es uno de esos lugares que no cambiarán nunca.
– Decías en tu carta que Immacolata sigue aguantando. Diantre. Pero si cuando yo la conocí ya era vieja.
– Está muy pequeña y marchita, como una nuez. Pero me quiere como a una hija. Cuando llegué nunca sonreía. Luego, pasado un tiempo, cuando por fin la convencí para que se deshiciera de esos morbosos altares, volvió a recuperar sus vestidos de colores y una sonrisa muy hermosa.
– Supongo que en su día debió ser una mujer preciosa. -Thomas se acordó de que Jack había intentando convencerle de que se olvidara de Valentina porque todas las hijas terminan pareciéndose a sus madres. Valentina no vivió lo bastante como para desacreditar su teoría.
– Estuve trabajando en la trattoria con Toto y con Falco -prosiguió Alba.
– Toto debe estar hecho todo un hombre, ¿eh?
– Tiene una hija llamada Cosima. -De pronto la expresión de su rostro se tornó solemne e inspiró hondo-. Lo importante, papá, es que ahora entiendo por qué me protegías de tu pasado. Me he comportado de un modo horrible. Quiero pedirte disculpas.
Thomas encendió el puro y fue dándole pequeñas caladas hasta que una llama iluminó la punta.
– Tú no tienes la culpa. Quizá debería habértelo dicho antes. La verdad es que nunca encontré el momento adecuado.
– Pues para eso no hay mejor momento que el presente -fue la respuesta de Alba, al tiempo que le entregaba el tercer retrato-. Falco me dijo que debía dártelo, aunque yo no sabía qué hacer.
– ¿Dónde demonios lo has encontrado? -Thomas no sabía si sentirse contento o conmocionado. Cuánto había buscado ese retrato. Y cuánto había llegado a atormentarle su falta.
Alba se tensó.
– Lo he resuelto todo, papá. He resuelto el asesinato.
– Sigue. Te escucho.
– Fitz y yo subimos al palazzo Montelimone.
– ¿Ah, sí? -La expresión de Thomas era totalmente inescrutable.
– Falco e Immacolata nos aconsejaron que no fuéramos, por eso supe enseguida que allí arriba había algo que no querían que yo descubriera. En el palazzo vive un hombre atormentado llamado Nero. Según nos dijo, había heredado la ruina de su amante, el márchese. En cualquier caso, nos enseñó su pequeña locura: el santuario del márchese. Nero seguía conservándolo tal y como él lo dejó. El retrato estaba allí escondido, junto a la cama. Nero se derrumbó y acabó confesando. Valentina era la amante del márchese y fue él quien la mató. Yo intuía que ella no había sido una espectadora inocente en un ajuste de cuentas de la mafia. Cuando me enteré de que iba cubierta de pieles y de diamantes, supe que había algo más. -Vio cómo el humo del puro de su padre formaba una nube a su alrededor-. Lattarullo dijo que ni siquiera los mejores detectives de Italia habían logrado saber lo ocurrido. Aunque eso no es todo, papá.
– ¿Qué más averiguaste? -La voz de Thomas era firme, pues ya conocía la respuesta a su pregunta. Quedaba tan sólo una pieza más del rompecabezas.
– Falco reconoció que había matado al márchese. -Thomas asintió, mostrando su acuerdo-. Según dijo, era una cuestión de honor.
– Para mí fue más que una simple cuestión de honor.
Alba clavó la mirada en él con los ojos abiertos con una mezcla de horror y de admiración. La última pieza del rompecabezas había descompuesto toda la imagen. Thomas la sorprendió mirándole y no apartó los ojos de ella. Había algo en su mirada que a Alba le resultó desconocido, una sombra despiadada que jamás había visto antes en ellos.
– Estabas con él, ¿verdad? -susurró-. Falco no estaba sólo, ¿no es cierto? Estabas con él. Los dos matasteis al márchese.
Thomas le respondió con un hilo de voz.
– No hice nada que no volvería hacer -declaró, dándole el tercer retrato-. Deberías conservarlo tú, Alba. Te pertenece por derecho. -Se levantó, se desperezó y echó el puro a medio fumar al fuego de la chimenea-. ¿Volvemos con los demás?
Esa noche, cuando Thomas se acostó, estaba exultante de felicidad.
– Es hora de que nos deshagamos del barco, cariño -anunció. Margo se quedó sin habla-. No creo que debamos venderlo. Creo que lo mejor será hacerlo desaparecer. Hundirlo. Enviarlo al fondo del mar junto con todo lo que representa. Ha llegado el momento de pasar página.
Margo rodó sobre sí misma hasta apoyar la cabeza sobre el pecho de Thomas.
– ¿A Alba no le importará? -preguntó.
– No. Va a casarse con Fitz y vivirá en otra parte. Aquí o en Londres. El Valentina es demasiado pequeño para ellos dos.
– No parecen ponerse de acuerdo sobre dónde quieren vivir -apuntó Margo.
– Ya lo harán. Tendrán que llegar a algún arreglo.
Ella levantó la cabeza y le dio un beso en la mejilla.
– Gracias, Tommy.
– ¿Te has dado cuenta? Acabas de llamarme Tommy -dijo, sorprendido.
– ¿Ah, sí? -Margo se echó a reír-. No me he dado cuenta. ¡Tommy! La verdad es que me gusta.
– A mí también. -Thomas la abrazó con fuerza, pegando su cuerpo al de ella-. Y me gustas tú, cariño. Me gustas mucho, muchísimo.
Por la mañana, Thomas hizo algo que debería haber hecho hacía años. Entró en el estudio y cerró la puerta. Se sentó delante del escritorio y abrió su agenda. La hojeó hasta llegar a la letra hache. Marcó el número. Después de unos cuantos tonos, oyó una voz que había conocido durante toda su juventud. Los años se desvanecieron y Thomas volvió a sentirse como un joven oficial. -Hola, Jack, viejo canalla. Soy Tommy.
31
A Alba no le entristeció ver cómo desaparecía el barco. Después de todo lo ocurrido, le parecía que era lo más correcto. Lo remolcaron hasta el mismo centro del Canal de la Mancha, perforaron el conducto del combustible y esperaron a que el gas se colara en el casco antes de verlo dramáticamente envuelto en llamas al entrar en contacto con el piloto. Alba vio cómo de hundía el Valentina en compañía de Margo, de Fitz y de su padre. La operación llevó más tiempo del que habían calculado. Durante un buen rato, el barco se resistió a hundirse hasta que por fin desapareció y la superficie del mar volvió a estar lisa y calma como antes. Alba lo imaginó cayendo silenciosamente al fondo, aterrizando sobre la arena, donde los peces podrían entrar y salir nadando por las ventanas y el coral iría poco a poco cubriendo el casco. El barco era el último vínculo con Valentina. Por fin todos podrían seguir adelante con sus vidas. Alba se fijó en que su padre tenía a Margo agarrada por la cintura y que le acariciaba cariñosamente la cadera. También se dio cuenta de que ella le llamaba Tommy y de que a él parecía gustarle.
Alba se mudó a casa de Fitz, transformó la habitación de invitados en su estudio e hizo innumerables retratos de Sprout. El perro estaba encantado de posar para ella y parecía no cansarse nunca de oírla hablarle de la boda, que habían programado para la primavera. Llegaba incluso a levantar las orejas en los momentos adecuados y a suspirar, compasivo, cuando ella se quejaba de que se sentía abrumada por todo. Margo se mostraba infatigable. Había alquilado una carpa y un servicio de catering. Beechfield era un incesante hormigueo de gente. Margo se había encargado de comprar las flores, alquilar los coches, enviar las invitaciones y de la decoración del jardín, de las luces y de la música. Había muchas cosas por organizar y se dedicó a ello en cuerpo y alma. Alba y ella hablaban a diario por teléfono y por fin encontraron algo en común de lo que les gustaba hablar. Para sorpresa de Alba, Margo escuchaba sus ideas y estaba encantada de seguir sus indicaciones. Para sorpresa de Margo, a Alba no parecía importarle seguir su consejo y ni una sola vez cogió una rabieta ni la vio enfurruñada.