Выбрать главу

– Dice Edith que la señora Arbuckle y Alba se llevan a las mil maravillas -empezó Verity, quitándose el abrigo para practicar con las campanas.

– No hay nada como una boda para acercar a la gente -dijo Hannah.

– O terminar de separarla -añadió Verity con un bufido-. Las bodas son como la Navidad: en ellas vemos a toda esa gente horrible a la que no hemos visto durante décadas, reunida por un buen motivo. Qué espanto.

– Oh, Verity. No irás a decirme que no te gusta la Navidad -dijo Hannah, dejando la bufanda en el banco y dándose una palmadita en el moño para asegurarse de que seguía en su sitio.

– ¿Qué sentido tiene? -preguntó Verity, restándole importancia a la amargura que sentía por no tener familia con quien celebrarla. Tan sólo a su marido, que para ella era más cansino que el familiar más tedioso.

– En realidad, la Navidad es para los niños -dijo Fred, cogiendo su cuerda y dándole un buen tirón-. ¡Esa es mi chica! -exclamó al oírla repicar.

– Será un día maravilloso. La boda de Alba -dijo Hannah-. La señora Arbuckle siempre hace unos arreglos florales preciosos, así que seguro que las flores quedarán espectaculares. A fin de cuentas, será primavera y tendrá mucho donde elegir.

– Ya imagino a Alba con flores blancas en el pelo -apuntó Fred con voz queda.

– Oh, Fred, menudo viejo romanticón estás hecho -bromeó Hannah. Verity parecía enojada. Dejaron de hablar al oír pasos en las escaleras. Había algo que distinguía la forma de caminar del reverendo Weatherbone y todos supieron que era él antes de que el párroco llegara a su pequeña buhardilla.

– Buenos días -saludó, jovial. Tenía algunos mechones de pelo grises de punta en las sienes, como un pájaro que acabara de aterrizar-. Espero que hayan pensado en una interpretación adecuada para la boda de Alba.

– Me he tomado la libertad de componerle algo -dijo Fred.

– Bien -asintió el vicario.

Verity pareció molesta.

– No nos había dicho nada de que podíamos componer algo -dijo.

– A mí sí -mintió Hannah. Masculló entonces una apresurada disculpa. A fin de cuentas, estaba en la casa de Dios, en presencia del vicario. Con la edad, cada vez se mostraba menos tolerante con Verity.

– Bueno, en cuanto la oiga les diré si creo que debemos tocarla o no.

– ¿No les parece encantador que Alba y Fitzroy hayan decidido unir sus vidas en nuestra pequeña iglesia? Para mí es un gran honor -empezó el reverendo Weatherbone. No pudo evitar añadir una idea a posteriori, o mejor, una idea que había ocupado una porción de su mente algo mayor de lo que quizá resultaba adecuado-. Me gustaría saber cómo será su vestido.

– Supongo que corto -dijo Verity.

– Tradicional -intervino Hannah-. En el fondo, Alba es una chica tradicional. No hay más que ver de dónde viene.

– ¿De Italia? -volvió a la carga Verity, arqueando una ceja.

– Sólo ha estado una vez en Italia. Eso difícilmente la convierte en italiana. Sin duda es una de los nuestros -dijo Hannah, arrugando los labios.

– Lo lleva en la sangre -insistió Verity-. No se parece en nada al resto de la familia. Los Arbuckle son de tez clara y Alba es morena.

– Es exótica -dijo el vicario-. Será una novia preciosa.

– Ya lo creo -convino Fred, acariciando la cuerda con aire ausente-. Imagino que la señora Arbuckle también llevará algo especial.

– Aunque no sea la verdadera madre de la novia -apuntó Verity lentamente.

El reverendo Weadierbone reparó en que sus ojos de serpiente se entrecerraban amenazadoramente. Era sólo cuestión de tiempo que su lengua viperina soltara alguna espantosa revelación oída en labios de Edith.

Suspiró.

– No, biológicamente no lo es, pero ha sido más que una madre para Alba. -Infundió autoridad a su voz con la esperanza de dar así por terminada la discusión.

– Qué lástima que la verdadera madre de Alba no pueda verla casada. Yo me sentí muy orgullosa de mi hija el día de su boda. No lo olvidaré mientras viva -dijo Hannah.

– Yo conocí a Alba de pequeña -dijo Fred.

– Y de adolescente, bebiendo en el Hen's Legs -le recordó Hannah, con un guiño. El le devolvió una sonrisa picara. Qué buenos tiempos aquéllos.

– ¿Sabéis cómo murió su madre? -preguntó Verity. El reverendo Weatherbone hizo acopio de toda su sabiduría y buscó un poco de compasión entre sus contertulios. Para Verity había pocas cosas sagradas.

– Murió en un accidente de coche -dijo-. Hace mucho. -Justo cuando estaba a punto de cambiar de tema, Verity le interrumpió.

– No es cierto.

– No sé quién puede haberte dicho lo contrario -dijo el reverendo.

– Edith les oyó hablar. El capitán la mató. -Hannah se quedó literalmente boquiabierta y Fred pareció desconcertado. El reverendo Weatherbone dejó la Biblia que tenía en la mano.

– Menuda bobada, Verity Forthright. Edith y tú deberíais avergonzaros de vuestro comportamiento, fomentando rumores crueles y sin fundamento. Esta es la casa de Dios y yo su guardián. Mientras sea así, no pienso tolerar que se propaguen mentiras entre las buenas gentes de Beechfield. -Su voz resonó por toda la nave, rebotando contra los muros de la iglesia como la mismísima voz de Dios-. ¿Lo has entendido, Verity? -Sus ojos brillantes y luminosos se clavaron en ella, que se encogió bajo su peso.

La mujer tragó saliva.

– Eso es lo que Edith oyó.

– ¿Sabes lo que significa el dicho «ojo por ojo, diente por diente»?

– Por supuesto.

– Significa, Verity, que cosechamos lo que sembramos. Yo en tu lugar tendría mucho cuidado con lo que siembras, porque será eso lo que coseches, multiplicado por diez. Somos los dueños de nuestro destino. Yo que tú propagaría alguna bondad sobre ti. También eso recibirás multiplicado por diez. Menuda sorpresa te llevarías, ¿en? Estoy ansioso por oír tu composición, Fred. Cuando la hayas practicado suficientemente, házmelo saber. Y ahora basta de hablar de asesinatos y hablemos de matrimonio. La madre de Alba está con Dios y su espíritu estará presente en la boda de su hija. No penséis ni por un segundo que será de otro modo. -Dicho lo cual, se volvió de espaldas, echando al vuelo la sotana a su alrededor, y desapareció.

– Ésa es mi chica -dijo Fred, riéndose entre dientes, al tiempo que volvía a tirar de la cuerda de su campana-. ¡Repica por el reverendo!

La Navidad en Beechfield Park llegó y pasó con la nieve, y el Año Nuevo dio comienzo con un gran espectáculo de fuegos artificiales para todo el pueblo, celebrado en el campo situado detrás de la casa. Fitz y Alba contemplaron el estallido de las brillantes luces en lluvias de destellos y color que iluminaron sus asombrados rostros. Él esperaba la llegada del año que acababa de empezar con alegría y optimismo. Alba veía a los niños con sus bengalas y pensaba en Cosima. En lo mucho que le gustarían. El tiempo nada había hecho por menguar el cariño que sentía por la pequeña, ni por aliviar su angustia. Fitz no era consciente de que, poco a poco, la iba perdiendo. Que, con el paso de los días, Alba cada vez pensaba menos en su futuro juntos y más en su pasado.

Un fin de semana de invierno, cuando la lluvia repicaba con todas sus fuerza contra los cristales de las ventanas, Alba se sentó con Margo a escribir las invitaciones. Su madrastra puso un disco de Mozart en el tocadiscos y encendió la chimenea mientras Fitz jugaba una partida de squash con Henry. Miranda y Caroline, que iban a ser las damas de honor, se habían ido de compras a Winchester. Margo había notado que últimamente Alba se había encerrado en sí misma, que cada vez estaba más callada y pensativa. Aunque supuestamente aquél debía ser el momento más feliz de su vida, no se la veía feliz en absoluto. Solas en el acogedor marco del salón, decidió sondear suavemente a su hijastra.