Una vez más, no puedo subestimar el papel de mí editora, Susan Fletcher. Su trabajo es clave en todas y cada una de las fases de la obra. Dotada de una gran sensibilidad crítica y no menos relevante sabiduría, es alguien en quien confío plenamente.
Sin embargo, es mi marido, Sebag, quien se ha hecho merecedor de mi más sincera gratitud, pues sin él no existiría este libro. Su aportación de ideas y de argumentos es de un valor incalculable. Formamos un gran equipo.
Santa Montefiore
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