A Kelly le encantó el entorno. Cuando estuviera terminado del todo, la propiedad iba a resultar majestuosa.
Varios trabajadores se afanaban en la techumbre y, a espaldas del edificio principal, otra cuadrilla se ocupaba de la estructura de lo que podía ser el granero; más allá, aún había otros trajinando en lo que debían de ser las caballerizas.
– ¿Qué es aquel edificio? -le preguntó a Miguel llena de curiosidad, mientras él le tendía la mano para ayudarla a bajar del landó.
– Armand me dio la idea de que debía tener un almacén para los productos. Bueno, ¿qué te parece mi pequeño paraíso?
Él se enorgullecía de lo que mostraba y ella no contestó de inmediato. Sus ojos lo examinaron todo. El pulcro y cuidado jardín que rodeaba el edificio serpenteaba entre recortados setos y millares de flores. Algunas palmeras flanqueaban el camino de entrada y proyectaban sombra sobre un cenador agradable y coqueto.
– Es muy bonito. Y lo será más con algunos pequeños detalles, una vez esté terminado. Miguel -dijo de repente-, me gustaría cuidar el jardín.
Había pronunciado su nombre con tanta dulzura que el corazón de él comenzó a retumbar como un tambor.
– Si te quedan fuerzas…
En cuanto descendieron, una pareja se les aproximó rauda. Él, con una herramienta en las manos y ella limpiándose las suyas en un delantal inmaculadamente blanco. Ambos de mediana edad y mulatos. Pantalón y camisa blancos el hombre, mientras que la mujer vestía de colores vivos; su cabello negro recogido bajo un pañuelo y conservaba aún un rostro juvenil. A Kelly le gustaron en seguida.
– ¡Bienvenidos! Capitán, señor Briset… -saludó él-. Los esperábamos ayer. Gedeón nos trajo noticias de su atraque hace días en Guadalupe.
– Siento haberme retrasado. -Miguel estrechó con fuerza la mano que el hombre le tendía-. ¿Cómo va todo por aquí?
– Las tierras están listas, señor -se anticipó la mujer, sonriendo de oreja a oreja y sin quitar ojo a las dos muchachas-. Pero han de hacerse algunos cambios en la cocina, capitán, porque como le he dicho a Roy…
– Mon Dieu! ¡No molestes al amo con esas cosas, mujer!
– ¡Hay que hacer esos cambios! -insistió ella.
– Eso ya lo estudiaremos.
– Se harán.
– Y yo te digo que ya lo veremos.
– Por descontado que lo veremos -refunfuñó la mujer, dándole un codazo en las costillas-. ¡Peleón impertinente! Deja que yo arregle eso con el capitán y…
– Os presento a Roy y a su esposa, Veronique -los cortó Miguel-. Son quienes cuidan de la casa y de mis propiedades. Como podéis ver, son una pareja bien avenida -bromeó, al tiempo que besaba a la mulata en la mejilla.
Veronique se ruborizó ligeramente, se colocó bien un mechón que le había escapado del pañuelo y se inclinó ante las invitadas a modo de saludo. Su esposo se limitó a bajar ligeramente la cabeza.
– No hagan caso al capitán, señoritas. Le encanta burlarse de nosotros cuando discutimos. Estamos encantados de que estén aquí.
– Ella es Lidia -la presentó Armand, enlazándole el talle.
– ¿Y la señorita? ¡No me diga que ha sentado la cabeza, señor! -En los ojos de Veronique se adivinaba la impaciencia-. ¡Claro que sí! ¿Por qué, si no, iba a traer a una damita así aquí? ¡No sabe qué alegría nos da, capitán! Porque… es su esposa, ¿verdad?
Kelly notó que él se ponía tenso. Retiró en seguida el brazo que le había pasado por los hombros y ella no se atrevió a mirarlo directamente, mientras esperaba su respuesta con el corazón en un puño. ¿Cómo iba a presentarla a aquellas gentes? No era su esposa, pero había compartido su lecho varias veces desde que abordaron el Eurípides. El bochorno puso un tono melocotón a sus mejillas, y bajó la cabeza para clavar la vista en la punta de sus zapatos. El corazón le latía con fuerza aguardando la explicación de Miguel. Se moría de vergüenza. ¿La presentaría como su amante? Porque, si era así, no podría mirar a la cara a aquellas gentes.
Miguel libraba una lucha interior. ¡Su esposa! Sí, en sus delirios durante la travesía había imaginado a Kelly como su mujer. Pero no lo era. Más de una vez se preguntó qué habría contestado ella de haberle propuesto matrimonio. El miedo a su respuesta lo había retraído. ¿Qué podría contestar a una petición tan descabellada? Ella era una dama y, según sabía, de una de las mejores familias inglesas. Unirse a un hombre sin futuro y sin patria, antiguo esclavo, dedicado en esos momentos al pillaje, dudaba que entrara en sus planes. Simplemente, no creía que fuera admisible para ella.
Así que, como un madito cobarde, tomó el camino más fáciclass="underline"
– No. Ella es… -la miró un segundo-… mi esclava.
A Veronique se le escapó una exclamación y Kelly clavó de golpe sus ojos en él, llenos de veneno.
– ¿Esclava? -se atrevió a preguntar Roy-. Pero, capitán, usted no tiene… -No acabó la frase, porque vio la mirada sombría de Miguel. Movió la cabeza de un lado a otro lamentando aquella actitud desconocida.
Se produjo un silencio tenso y expectante. Todos sin excepción estaban pendientes de él. Briset lo miraba como si quisiera soltarle un sopapo; Roy y Veronique, sin creerse lo que acababan de escuchar, y Lidia, simplemente, con lástima. Y Kelly… A Miguel le dolió más el reproche de sus ojos tan azules e indignados que los golpes que recibió en «Promise».
Estaba tensa como una cuerda de violín. Su rostro había perdido el color y no era capaz de mirar a nadie salvo a él. Se le había formado un nudo en la garganta. Como humillación, aquélla se llevaba la palma. No era el momento, pero se daban todas las condiciones para haberle cruzado la cara. Hubiera gritado de frustración, sin embargo, recurrió a su flema inglesa, alzó el mentón y permaneció orgullosa y en silencio.
– Supongo que se trata de una de sus bromas, capitán -dijo Veronique, mucho más directa y menos dada a seguirle la corriente que su esposo.
Miguel endureció la mandíbula. Se maldijo una y mil veces por saberse un consumado cretino. Ahora le tocaba lidiar con la criada respondona. No era lo que hubiera debido responder, pero ya era tarde para rectificar. ¡Y qué demonios! Kelly Colbert no era más que su esclava. ¿No se lo había prometido a la memoria de Diego cuando se encontró con ella a bordo de la nave inglesa? ¿No juró que pagaría por todas las afrentas de su familia?
Se encontró terriblemente solo e indefenso allí en medio, con todos escrutándole como si fuera un bicho raro.
– No. No es ninguna broma. Y se llama Kelly Colbert.
Luego, a paso vivo, se alejó hacia la casa, perdiéndose en su interior.
Avergonzada, sin saber qué hacer o decir, Kelly sintió unos enormes deseos de echar a correr y perderse en la jungla que se abría a poca distancia.
– No le haga caso, señorita -dijo Veronique, asumiendo el mando de la incómoda situación-. Seguramente el amo no tiene uno de sus días buenos, le pasa con frecuencia.
– Pero es un buen amo, mademoiselle -afirmó Roy, como si con eso pudiera tranquilizarla.
– Tú le aprecias demasiado -gruñó Briset antes de seguir los pasos de Miguel-. Porque hoy acaba de comportarse como un jodido asno.
32
A pesar de la situación degradante en que la había colocado Miguel, Kelly comprobó que eso no había hecho mella en Veronique, mujer vivaz y de aspecto risueño, que la hizo entrar de inmediato acompañada de Lidia. Las tres subieron al segundo piso, donde la criada de Miguel las condujo a una habitación situada en la galería orientada al este.
– Dentro de poco, toda la casa estará acabada, vendrá una brigada de limpieza y usted podrá elegir el cuarto que más le guste, mademoiselle. Espero que éste sea de su agrado por el momento -añadió.