No le contestó a Fran, se disculpó y salió.
Kelly lo vio, dijo algo al oído de Virginia y siguió sus pasos. Lo encontró sentado bajo un árbol, con aire abstraído y con el extremo de una ramita en la boca. Se sentó a su lado y se dejó abrazar.
– ¿Cansado?
– No.
– Esos no piensas irse nunca -bromeó ella, acurrucándose más contra él.
– Los echaré rápido si no se largan.
Kelly advirtió una nube de tristeza que apagaba su mirada y lo besó en la boca.
– Dime qué te sucede.
– Nada que deba preocuparte.
– Me he casado contigo, ¿recuerdas? Ahora más que nunca, tus preocupaciones son las mías.
– Pensaba en mi hermano. Y en mis padres.
– También yo pienso constantemente en mi familia -suspiró ella. Y al momento se encontró sentada sobre las rodillas de su marido.
– Te llevaré a Inglaterra, Kelly. Aunque me cuelguen.
– ¡No quiero que vayas a Inglaterra! -se asustó ella.
– Pues ¡tú no irás sola!
Le acarició el mentón y su dedo índice jugueteó en sus labios, sensual e incitadora.
– No estaba pensando en ir sola, mi malhumorado capitán pirata. ¿No crees que podríamos invitar a tu cuñado y a tus suegros a conocer «Belle Monde»?
¡Claro! ¿Cómo no se le había ocurrido? ¿Qué había hecho él, salvo jugar a ser un demonio, para merecer semejante mujer? Sólo pudo estrecharla un poco más antes de decir:
– Creo que «Belle Monde» les gustará, pero… ¿les gustaré yo?
– Papá te dará un puñetazo a modo de salutación. En cuanto a James, es posible que sean varios. Pero mi madre es propensa a dejarse convencer por los hombres atractivos y gallardos y no cabe duda de que me acabo de casar con uno.
– Me gustaría que Diego estuviese aquí -se sinceró, lleno de tristeza-. Y que mis padres supieran que estábamos vivos.
– Diego nos acompaña ahora, mi amor, esté donde esté. ¿Nunca escribiste a España?
– La última carta la envié desde Maracaibo, hace años. Después, una vez caímos prisioneros, no pude hacerlo. Y más tarde… me flaquearon las fuerzas para anunciarles que mi hermano… ¡No podía decirles que había muerto por mi culpa! -concluyó.
– Pero ¡no fue culpa tuya!
– Sí, lo fue. Diego era el menor. Y yo no supe impedir que lo mataran…
Se le quebró la voz y Kelly lo acompañó en su desahogo. Lo amaba, pero no encontraba el modo de curar sus heridas y eso la hacía sufrir.
– Fue el destino, Miguel.
– Ni siquiera pude enterrarlo.
– Yo lo hice. -La mentira le vino a los labios de repente. Enfrentó la mirada incrédula de su esposo y se dijo que ya no había vuelta atrás. Si mintiéndole conseguía llevar un poco de paz a su alma, no le importaba arder en el infierno-. Contraté a dos hombres de Port Royal, les indiqué el lugar y ellos se encargaron de hacerlo. Tu hermano descansa en paz, Miguel, no debes torturarte.
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– No querías ni verme después del triste suceso. Varias veces intenté acercarme a ti, pero me rechazabas como a una apestada.
– ¡Santo Dios! -Tomó su cara entre las manos-. Ya te amaba entonces, pero eras como una estrella en un firmamento que no podía alcanzar, Kelly. Eras la sobrina del hombre que se había convertido en dueño de mi existencia. Quería olvidarte. ¡Debía olvidarte o lanzarme contra tu primo para que acabase también conmigo! Y, cariño, la sed de venganza era más fuerte que mi deseo de morir.
– ¿Y ahora? ¿Piensas aún en vengarte de ellos?
Miguel apretó los dientes y no vaciló:
– Si alguna vez me encuentro con ellos, los mataré.
Era una promesa y así lo entendió ella. Rezó para que nunca se cruzaran sus caminos.
– ¿Volvemos dentro y despedimos a los invitados de una vez? ¿O es que nunca nos vamos a quedar a solas? -preguntó ella con picardía.
En el poderoso pecho de Miguel prendió una llama que ya conocía. Y se dispuso a hacer justo lo que su esposa deseaba.
Con los párpados entornados, veía su cuerpo desnudo y la placidez de su cara y pensó que era la mujer más hermosa del mundo. Allí, tumbada sobre la arena blanca de la solitaria cala donde acudían desde su boda, le parecía una ninfa salida del mar, la novia de Neptuno.
Cocoteros de tronco infinito que desafiaban un cielo azul impoluto, y trinos y gorjeos de guacamayos y colibríes, amén de alguna iguana perezosa, eran su única compañía.
Enredó sus dedos en el cabello dorado y húmedo, que brillaba como oro pulido bajo los rayos del sol. Se volvió un poco para disimular la incipiente erección, insaciable la necesidad que tenía de ella.
No habían tenido luna de miel, pero hacían frecuentes excursiones en las que él oficiaba de guía, enseñándole la fauna y flora local, pequeñas cascadas, vegetación frondosa y recónditos espacios naturales como aquella apartada y solitaria cala, refugio romántico donde, al principio, ella se mostró remisa a que ambos se bañaran completamente desnudos. ¿Y si aparecía alguien? Terminó por ceder una vez que él le jurara que se trataba de un lugar privado al que difícilmente nadie se arriesgaría a ir, so pena de recibir un disparo. Meterse sin ropa en el mar significó una liberación para Kelly, que se desinhibió completamente, encantada de nadar desnuda junto a su esposo, lo que propiciaba una actividad sexual frenética, porque entonces ella se dio cuenta de que no sólo no le importaba, sino que la excitaba especialmente lucirse desvestida y frívola.
Kelly se desperezó, se acomodó sobre un codo y le sonrió abiertamente.
– ¿Por qué te escondes? ¿Nunca descansa? -Y fijó las gemas de sus ojos en su entrepierna, con un descaro indisimulado.
– Eres tú quien no lo deja descansar. Cada vez que te miro cobra vida propia.
Las mejillas de ella se arrebolaron. Escondió el rostro en el hombro de Miguel y se estremeció al contacto de su boca en la clavícula, respondiéndole de inmediato con caricias atrevidas, en tanto la mano masculina ascendía despacio, muy despacio, por su pierna, y fue abriéndose a una naturaleza que porfiaba por redimirse. Y así, se entregó, una vez más, al hombre que amaba.
Perdidos en su reducto de paz, ninguno de ellos se dio cuenta de que estaban siendo observados.
Habían pasado veinte días desde la boda y Miguel volvió a tomar el control de los negocios. Tenía mucho trabajo por delante. Empezar su nueva vida de hacendado y acondicionar El Ángel Negro y el Prince para convertirlos en barcos mercantes no era tarea fácil. A partir de entonces, sólo se dedicaría al comercio legal. Importaría productos de Europa y del norte de América y exportaría los suyos. Otros lo habían hecho ya con excelentes resultados. Además, Fran y Pierre se unirían a él en la compañía que tenía pensado fundar, añadiendo el Missionnaire a sus dos navíos. Tres barcos veloces y bien equipados que surcarían los mares abasteciendo de géneros ambas orillas del océano.
Aquella mañana, Kelly despidió a Miguel con un beso, pidiéndole luego a Roy que le preparara el caballo. Cuando llegaron a la cala, el hombre la ayudó a desmontar y ató los animales a un arbusto, y se tumbó luego a la sombra de una pequeña cueva a esperar que ella regresara.
Hacía tres días que seguían la misma rutina, porque Kelly no quería renunciar al solaz de bañarse en el mar. Miguel hubiese preferido que fuera Armand su guardaespaldas, pero estaba con Lidia de viaje de novios en la ciudad y Miguel se mantuvo firme en que Kelly no fuera sola a la cala. Así que tuvo que acceder a la compañía de Roy.