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Podía reducir su vulnerabilidad, sin embargo, quedándose por ejemplo a unos ciento cincuenta kilómetros de distancia pero en continuo movimiento, sin pasar nunca más de una noche en el mismo sitio. Eso era un engorro, pero si quería deshacerse de las huellas en papel tendría que hacerlo en algún lugar y prefería que fuese más temprano que tarde.

– Entiendo -dijo-. Sé que es un problema. Estaré ahí mañana por la tarde.

– Espero que podamos solucionarlo -dijo la Sra. Pearson, lo que Drea supuso que en la jerga bancaria querría decir «espero que entre en razón».

Llegó al banco al día siguiente, unos veinte minutos antes de la hora de cierre; había calculado mal el tiempo que le llevaría, así que se había tenido que levantar a las cuatro de la mañana y conducir sin parar durante todo el día. Estaba cansada, un poco atontada por los tres días de conducción y definitivamente agotada. Su cabello era una maraña de rizos porque por la mañana no había tenido tiempo de alisárselo con el secador, aunque al menos con los rizos se parecía más a la fotografía del carné de conducir. No quería ni imaginarse el lío que se armaría si el banco no creía que ella era quien decía ser. ¿Cómo probaría su identidad? ¿Pidiéndole una carta a Rafael, o algo así? Sí, claro.

Por suerte, su aspecto desaliñado actuó a su favor. La Sra. Pearson parecía haberse escapado de la antigua serie de televisión Dinastía, aunque su mirada era amable y su traje de hombros anchos estaba abrochado sobre un corazón maternal. Para entonces, Drea ya se había inventado una triste historia que incluía un ex marido maltratador que la había estado persiguiendo, pero no fue necesario que la utilizase. La madre del director del banco había fallecido la noche anterior; él se había ido a Oregón y no regresaría hasta después del funeral. Nadie quería molestarlo y, por supuesto, ninguno de los empleados del banco asumiría la responsabilidad de pedir una cantidad de dinero tan grande que se encontraba fuera de su rutina habitual.

Dios, pensó Drea con desesperación, ¿por qué no habría tenido una cuenta en un importante banco nacional que probablemente pidiera dinero en efectivo todos los días, o varias veces al día, en lugar de en ese banco perdido de la mano de Dios en ese pueblo perdido de la mano de Dios que no llegaba ni a los 3.000 habitantes?

Podía ir en coche hasta un pueblo más grande, tal vez Kansas City, abrir una nueva cuenta y transferir el dinero, pero en las ciudades más grandes había más flujo de dinero procedente del narcotráfico y eso hacía que Rafael tuviera más influencia en ellas. Podría hacerse con el dinero más rápidamente, pero correría mucho más peligro.

Como era un viernes a última hora de la tarde, como muy pronto podría abrir otra cuenta el lunes por la mañana. Incluso aunque hiciera la transferencia inmediatamente, probablemente no la harían efectiva hasta última hora del día. Así que no podría pedir el dinero en efectivo hasta el martes y el banco podría conseguir o no la cantidad en ese mismo día. Por si acaso, tenía que imaginarse que el próximo miércoles sería lo más pronto que le podrían entregar el dinero en otro banco, mientras que conseguir aquí el dinero le llevaría dos días más, el próximo viernes.

Esperar dos días más, o correr un enorme riesgo. Ninguna de las opciones era tentadora, pero eran las únicas que tenía. La única opción más alentadora era que enterraran a la madre del director del banco el fin de semana y que éste volviese a trabajar el lunes, lo que dudaba mucho que sucediera.

– Supongo que me quedaré unos días -dijo con una leve y agotada sonrisa-. ¿Me recomienda el motel, o es mejor que me vaya al pueblo más cercano?

Ella necesitaría tres cosas, pensó Simon: dinero en efectivo, un coche y un teléfono móvil. Con lo lista que era, probablemente tendría alguna cuenta secreta en algún lugar cercano, así que asumió que tendría dinero en metálico. Pero el coche… ¿dónde podía haber conseguido un coche? En Nueva York no, la última vez que la vio estaba entrando en el túnel Holland para cruzar a Nueva Jersey. Tenía más sentido que lo hubiera hecho en un estado diferente, así que buscaría en Nueva Jersey. Y en algún lugar cercano; no habría desperdiciado el dinero cogiendo un taxi para recorrer una gran distancia.

Tampoco sería un concesionario de coches nuevos; trataría de pasar desapercibida, lo que implicaba conseguir un coche de segunda mano, uno que estuviera en buen estado pero que no fuera nada espectacular.

Se introdujo en el sistema de la Dirección General de Tráfico para conseguir una copia de su carné de conducir de Nueva York. Un nativo de la ciudad podía no haber tenido carné, podría no saber siquiera conducir dada la cantidad de transporte público disponible, pero, según su propia experiencia, la gente que se mudaba a la ciudad solía mantener sus carnés de conducir al día. Una vez que hubo conseguido la foto, jugó con la imagen usando su ordenador para cortarle el pelo y oscurecérselo. Después imprimió el resultado, porque ahora era el momento de hacer algunas investigaciones previas y tenía que tener alguna foto para enseñarla.

El lunes hizo un negocio redondo y cien pavos después tenía la marca y el modelo del coche, además del número de la matrícula. En Nueva Jersey había que llevar dos matrículas, una en el parachoques delantero y otra en el trasero, y algunos individuos sin escrúpulos hacían dinero robando sólo la matrícula delantera y vendiéndola después a personas que querían una matrícula para la parte de atrás simplemente para que no los multaran por no llevarla, y que no tenían intención de quedarse en Nueva Jersey. Era increíble la cantidad de personas que pasaban por Nueva Jersey, y cuántas necesitaban sólo una matrícula. Una vez fuera del estado, una persona inteligente podría intercambiar las matrículas y eludir el sistema informático.

Un teléfono móvil, sin embargo, era algo más complicado. Podría haber comprado un móvil de prepago para mantener su nombre fuera del sistema. Maldita sea, eso sería un callejón sin salida.

Le quedaba la Agencia Tributaria.

Él era como el resto del mundo; no quería tocarle las narices a la Agencia Tributaria, pero el taxista era la única manera de saber dónde había depositado Drea el dinero. Cualquier transacción monetaria de diez mil dólares o superior era puesta en conocimiento de la Agencia Tributaria. Esa era la razón por la que él movía su propio dinero por partes y luego el total a un destino ubicado en un paraíso fiscal. Manejar dinero daba un trabajo horroroso.

De todos modos, la Agencia Tributaria no tenía un sistema informático demasiado bueno, lo que era una muy buena noticia para él y muy mala para Drea.

El martes descubrió que había transferido los dos millones de dólares a un banco de Grissom, en Kansas.

Capítulo 12

Si el aburrimiento mataba, pensó Drea, ella no viviría lo suficiente para conseguir su dinero. Había dejado su pueblo natal y finalmente se había abierto camino en la ciudad de Nueva York, precisamente porque no quería vivir en un pueblo como Grissom, en Kansas. Se había criado en un pueblo pequeño; esa vida no era para ella.

No era por la gente. La gente solía ser agradable, si no era entrometida. Y aunque su vida en Nueva York no había sido todo glamour, emoción y una interminable serie de fiestas -Rafael no formaba parte del clan de la gente famosa, a menos que hubiera un subgénero de matones famosos- y ella había pasado mucho tiempo en su cuarto, por lo menos era un cuarto realmente confortable. No había ido al teatro ni al cine, pero siempre le quedaba el pago por visión en la tele. Ni siquiera eso había en la minúscula y lúgubre habitación que cogió ese viernes por la tarde en el minúsculo y lúgubre motel Grissom, lo que hacía olvidar su poco original nombre. Tampoco podía ir al cine porque Grissom no tenía salas de cine, ni muchas más cosas.