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Tenía que planear lo que iba a hacer; a medida que fueran más hacia el oeste el campo sería más agreste y la noche se acercaba cada vez más. No podía dejarla seguir tanto tiempo como para que pudiera apagar sus faros y salirse de la carretera; era una opción arriesgada, pero a él no le cabía la menor duda de que lo intentaría. Tendría que pegarse más a ella cuando empezara a oscurecer y, si no se veía obligada a detenerse para repostar cuando su indicador marcara menos de un cuarto de depósito, entonces actuaría.

Lo que él hiciera dependería de lo que hiciera ella. Podía estar armada. Si le apuntaba con una pistola entonces él no tendría elección y tendría que dejarla marchar. Su propia arma, una Glock 17, yacía sobre el asiento al lado de su muslo derecho. No le preocupaba que lo pillaran con un arma; tenía una licencia federal que pasaría la inspección de cualquier poli, estatal o local. La licencia era falsa, pero para descubrirlo era necesario desentrañar varias capas de camuflaje. El arma no tenía número de serie, no podía ser rastreada, y si lo necesitaba se desharía de ella sin pensárselo dos veces.

Se acercaba rápidamente el momento en que tendría que tomar una decisión. ¿Eliminarla, o dejar de seguirla y volver a Nueva York? ¿Para qué tomarse tantas molestias a menos que pretendiera hacer el trabajo? La diversión y el entretenimiento no eran buenas razones para estar allí. Estaba despilfarrando demasiado tiempo y dinero para seguirla, a menos que recibiera sus honorarios al final del viaje.

Ninguno de sus anteriores objetivos había significado nada para él, para bien o para mal. La vida humana, en teoría, no tenía más valor para él que, por ejemplo, la de una mosca. Sus trabajos no estaban motivados por nociones de corrección o incorrección, política, religión, amor, odio ni nada más allá de los honorarios que cobraba. Sin embargo, Drea era… diferente. Él la conocía, y no sólo físicamente, aunque la química que había entre ellos era más fuerte que todo lo que había probado antes.

Conocía su inteligencia, conocía sus agallas y su determinación. Ella era una luchadora, una superviviente. No la había visto relajada, siendo completamente ella, pero luego sospechó que no había bajado la guardia durante años. Ella había decidido su plan de acción y nunca había echado la vista atrás.

Podía objetar que haberse juntado con alguien como Rafael Salinas fuera algo inteligente, pero él no sabía cuáles habían sido las anteriores circunstancias de Drea. Tal vez Salinas significaba un gran paso adelante, aunque era difícil de entender. Salinas era un matón; más listo que la mayoría, pero un matón al fin y al cabo. El hecho de que Drea hubiera estado actuando sin haber metido la pata ni una sola vez durante tanto tiempo, indicaba un nivel de autodisciplina que nunca había visto hasta el momento, excepto en sí mismo.

¿Era por eso por lo que dudaba tanto? ¿Porque veía algo en ella que le recordaba a sí mismo? No era su falta de sentimientos, porque Drea tenía suficientes para ambos, pero las cosas que ésta había ocultado a Salinas le habían hecho disfrutar. Tal vez ésa era la razón por la que todavía no había pasado a la acción. Por otra parte, tampoco le había dicho todavía a Salinas dónde ingresar la parte del dinero por adelantado, y él no hacía un trabajo hasta que comprobaba que la cantidad especificada estaba en su cuenta.

Todo giraba en torno a lo mismo: ¿Sí o no? ¿Hacer el trabajo o irse? ¿Dejarla escapar o quedarse con los dos millones?

Si no aceptaba el trabajo, Salinas enviaría a alguna otra persona para perseguirla. Pero ella tenía una gran ventaja: una vez que tuviera en sus manos los millones robados en metálico, sus opciones serían bastante más ilimitadas. Si la cogían, sería por pura mala suerte. La única manera de que estuviera realmente a salvo era que Salinas creyera que estaba muerta.

Podría hacer eso, coger el dinero y decirle a Salinas que el trabajo estaba hecho, pero él nunca había falseado un trabajo antes. Su valor radicaba en su fiabilidad y precisión.

Por otra parte, si había tenido alguna vez la intención de joder a algún cliente, era a Salinas. Lo único que sentía por ese hijo de puta era desprecio.

Echó un vistazo al cielo. Probablemente quedaría una hora u hora y media más de luz y el terreno se estaba volviendo notablemente más desigual porque la tierra empezaba a plegarse a la vez que se elevaba hacia las Montañas Rocosas. Las verdaderas montañas todavía estaban bastante lejos, pero no nacían de la nada; se trataba de una elevación gradual, un aumento de los pliegues de la corteza terrestre, y luego la gran erupción. Cuanto más esperase, más desigual sería el terreno y más oportunidades tendría ella de darle esquinazo.

Apretó la bota contra el acelerador y la furgoneta empezó a tragarse la distancia entre él y Drea.

Capítulo 16

La furgoneta se le estaba acercando. Drea no había mirado por el espejo desde hacía varios minutos porque estaba prestando atención a la carretera, que serpenteaba y giraba al mismo tiempo que se elevaba y descendía. En ese momento estaban subiendo una pequeña colina y había un terraplén a la derecha; no era una bajada demasiado empinada ni larga, pero se había encontrado con una curva cerrada y su destreza al volante estaba siendo puesta a prueba. Había perdido la práctica a pesar de la semana pasada, durante la cual, de todos modos, la mayor parte del tiempo había conducido en terreno llano. Ya había pasado un rato desde que había visto una señal con el número de la autovía, y empezaba a preocuparle que pudiera haberse equivocado en algún cruce importante porque no se habían encontrado con ningún otro coche por lo menos desde hacía cinco minutos y la carretera era considerablemente más estrecha. ¿Continuaba todavía en la ruta que había elegido para ir a Denver? Pero no podía hacerse a un lado y mirar el mapa; la carretera no tenía arcén, por no hablar del asesino que llevaba pegado al culo.

Entonces echó un vistazo al espejo y vio que la furgoneta se encontraba a no más de cuarenta y cinco metros por detrás de ella y que seguía reduciendo distancias a un ritmo aterrador.

El corazón le palpitó en la garganta y sus manos se aferraron al volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Obviamente él había decidido que ése era el momento, que la carretera estaba lo suficientemente desierta y que no tenía por qué esperar más. Ella había albergado la esperanza de que la noche se les echara encima, había albergado la esperanza…

No sabía qué esperanza había albergado. ¿Que él hubiera esperado hasta que ella hubiera tenido la oportunidad perfecta para darle esquinazo? Sí, como si eso fuera a pasar. Tenía que haberse esperado esto.

Él había reducido la distancia otros dieciocho metros y ahora estaba lo suficientemente cerca para que ella pudiera distinguirlo en la cabina de la furgoneta y ver las oscuras gafas de sol que llevaba puestas.

¿Cuánto le habría pagado Rafael? Tal vez ella podría pagarle más. Tal vez, ¿por qué se estaba permitiendo distraerse con esa mierda, como si fuera a ser capaz de negociar con él? Él no pasaría el rato hablando de la situación, la mataría y se iría, treinta segundos como mucho.

¡Mierda! Drea estaba de repente furiosa consigo misma, con él, con Rafael, con todas las putas cosas. No podía acabarse así, se negaba a dejar que acabase así. Rafael no iba a ser su muerte, no cuando el cabrón había sido su dueño durante dos años en los que había soportado su mierda hasta el punto de sonreír cuando quería darle una bofetada, de chupársela y actuar como si eso la hiciera feliz. ¿Qué tipo de gilipollas pensaba que hacer una mamada era gratificante? Él fue su dueño hasta el punto de regalarla a otro hombre, de tratarla como a una puta y de hacerla sentir como una puta.

Y que le dieran a ese otro hombre por ser él, por no haberla tratado como a una puta, por haber sido amable y haberle proporcionado un placer tan increíble antes de irse sin una sola mirada atrás, espetándole esas frías palabras: «Una vez es suficiente». ¿Era él su castigo por todos los hombres con los que había jugado, por todos los hombres a los que había utilizado? Qué increíblemente irónico era que la única vez… No importaba lo que hubiese pensado, olvidarse de que le había pedido que la llevara con él, porque, a pesar de lo que hubiera pensado, los pensamientos de ambos seguramente no iban en la misma dirección.