Otra cosa. Cuando miraba a esas personas, podía sentir lo que habían sido antes, y eso resultaba realmente confuso porque algunos de ellos no habían tenido el mismo sexo que ahora. La mujer que había hablado en primer lugar era la menos confusa porque su imagen era en cierto modo más sólida, menos borrosa por el revestimiento de una reciente encarnación, como si hubiera pasado mucho tiempo desde que había sido algo más que exactamente lo que era ahora. Drea se concentró en ella, porque eso daba a su mente y a sus ojos un descanso. Estaba cansada, y lidiar con capas contradictorias era más de lo que podía afrontar en ese momento.
– Los ves -dijo la mujer, con un ligero tono de sorpresa, y con «los» no se refería sólo a las otras personas, sino a todas sus otras capas de existencia.
– Sí -dijo Drea. La comunicación allí era realmente rica, con cosas que se sobrentendían más allá de lo que en realidad se decía.
– Tan pronto… Eres muy observadora.
Tenía que serlo para sobrevivir. Toda su vida había observado y estudiado, analizando cuál era la mejor manera de conseguir, en primer lugar, lo que necesitaba para vivir: comida. Más tarde, cuando se hizo mayor, estudiaba a la gente de forma más deliberada para decidir cómo podía manipularlos para conseguir lo que quería.
– ¿Por qué está ella aquí? -preguntó un hombre, no con un tono desagradable pero verdaderamente extrañado-. No debería estar aquí. Mírala.
Drea miró hacia abajo para verse a sí misma, aunque la verdad es que no podría decir lo que llevaba puesto. Ropa, sí, pero los detalles eran tan vagos que sólo sabía que estaba ahí. ¿O es que él estaba viendo las capas de su vida sobre ella de la misma manera en que ella veía sus vidas? Los detalles de su vida acudieron a su mente y los vio como si una película de polvo se superpusiera sobre todo lo que ella había sido y hecho. La ira estalló dentro de ella; se las había arreglado lo mejor que había podido para sobrevivir, y si a él no le gustaba…
Tan repentinamente como había estallado, la ira se esfumó y fue reemplazada por una oleada de vergüenza. Nunca lo había hecho lo mejor que había podido. Había sido muy hábil manipulando a los hombres para conseguir lo que quería, había sido una mentirosa realmente buena, había utilizado el sexo como arma, había mentido, había robado y aunque había sido muy buena en todas esas cosas, ninguna de sus decisiones se había basado en lo mejor de nada, excepto tal vez en la mejor de dos malas elecciones. Estaba claro que nunca había buscado una buena opción.
Miró directamente al hombre, tratando de leerlo. Vio que había sido un empresario de pompas fúnebres; había construido su vida a partir de la muerte, ayudando a las familias en el penoso proceso, guiándolos a través de los pasos tradicionales. Él había visto de todo; había preparado cadáveres de todas las edades, desde bebés hasta ancianos. Se había hecho cargo de gente a la que cientos de personas habían amado y llorado, y de aquellos a los que nadie había llorado. La muerte no tenía ningún secreto para él, y no la temía. La muerte formaba parte del orden natural de las cosas.
Como había visto tantas cosas, hacía tiempo que había perdido cualquier venda que pudiera haber tenido en los ojos.
Veía a la gente tal y como era, no como ellos querían que los vieran.
Él veía lo que ella era, y sabía que no tenía ningún valor. Ningún valor. Sin valor. No tenía excusas ni defensa. Inclinó la cabeza, aceptando que no debería de estar en este lugar de paz. No se lo merecía. Todo lo que había hecho, todo lo que había tocado, estaba envenenado por su falta de consideración hacia nadie que no fuera ella misma.
– Ella está aquí por alguna razón -dijo la mujer, aunque parecía tan sorprendida como el hombre-. ¿Quién la ha traído aquí?
Todos se miraron unos a otros, buscando respuestas, pero no parecía haber ninguna. Eso era… un tribunal de clasificación, pensó Drea, aunque no uno formal. Tal vez la palabra más apropiada era «guardianes». Hoy era su turno en las puertas para guiar a la gente a sus lugares correctos.
Sólo que ése no era el lugar correcto para ella, pensó tristemente. Ella nunca había hecho nada para ganarse este lugar. La ignominia de no ser bien recibida le hizo sentir el dolor de la vergüenza. Ése era el lugar bueno, y ella no pertenecía a él porque no era buena. Aun así, ella no había ido allí a propósito. Tal vez fuera estúpida, pero no sabía cómo había llegado hasta allí y no sabía cómo marcharse.
Llegó a la conclusión de que, si ése era el lugar bueno y ella no pertenecía a él, entonces pertenecía al lugar malo. Tal vez la gran nada que ella se esperaba era el lugar malo, el verdadero fin sin manera alguna de continuar la vida, pero tal vez eso era lo que ella quería creer y había un lugar realmente malo, con fuego y azufre como los predicadores siempre decían que había. Ella no era religiosa, nunca lo había sido. Incluso cuando era niña pensaba «sí, ya», porque su propia vida era la prueba de que ningún espíritu compasivo estaba cuidando de ella.
Y tal vez eso no era el cielo tal y como tradicionalmente se imaginaba, tal vez la forma no era la misma, pero ahí había definitivamente bondad y paz, así que eso era realmente el cielo. O tal vez era la otra vida, y sólo aquellos que habían demostrado que valía la pena tenían que continuar. Para el resto, como ella, no había continuación, no había continuidad para su espíritu, su alma o su mente.
Analizó de nuevo su vida, hizo balance, y se sintió miserable.
– Si me dicen cómo salir de aquí -susurró humillada-, me iré.
– Lo haría -dijo la mujer con cierta lástima-, pero es obvio que alguien te ha traído hasta aquí y necesitamos averiguar…
– He sido yo -dijo un hombre, acercándose a grandes zancadas hasta el grupo y uniéndose al holgado círculo que rodeaba a Drea-. Siento llegar tarde. Todo ha sucedido muy rápido.
El resto se dio la vuelta para mirar hacia él.
– Alban -dijo la mujer.
– Sí, fueron ellos.
Drea se preguntó si Alban era su nombre, o un saludo.
– ¿Hay circunstancias atenuantes?
– Sí, las hay -dijo gravemente, pero le sonrió a Drea con una penetrante dulzura, y sus oscuros y serios ojos buscaron cada detalle de su rostro como asignándolos a un recuerdo, o reafirmando algún viejo recuerdo.
Ella lo miró, consciente de que nunca lo había visto antes, pero había algo tan desgarradoramente familiar en él que sentía que debería conocerlo. Como el resto de las personas que estaban allí, parecía tener unos treinta años, como si la flor de la edad adulta fuera lo más viejo que se podía hacer uno. Buscó esas capas que le contarían algo sobre él, pero al igual que la mujer, él estaba casi liberado de las borrosas capas de las vidas pasadas. De alguna manera la atraía. Quería estar cerca de él, quería tocarlo, aunque no había nada carnal en su deseo. El amor puro la invadió, conmovedor por su simplicidad, e inconscientemente ella extendió la mano hacia él.
Él sonrió y la cogió de la mano, y entonces fue cuando lo entendió. Sin lugar a dudas, sin razón alguna, simplemente lo entendió.
Las lágrimas inundaron sus ojos y rodaron por sus mejillas, pero sonrió entre ellas mientras agarraba la mano de su hijo, la llevaba hasta sus labios y rozaba sus nudillos con un suave beso. Él era su hijo, y se llamaba Alban.
– Ah -dijo la mujer suavemente-, ya lo veo.
Drea no sabía lo que veía la mujer, y en ese momento no le importaba. Después de todos estos años de dolor vacío, estaba dándole la mano a su hijo y mirándolo a los ojos y viendo el espíritu que una vez había residido, aunque brevemente, en su pequeña forma de bebé. Esa forma no era la que su bebé habría tenido, esos rasgos no eran los que él habría tenido de mayor, pero la parte esencial de la persona… sí, era su hijo, que había sobrevivido, sólo que en otra vida.