La mujer de pelo gris le dio una palmadita de consuelo en el brazo pensando, evidentemente, que estaba a punto de llorar. Aquel gesto tan simple y compasivo lo dejó perplejo. La gente no le tocaba con esa facilidad, tan despreocupadamente. Siempre había habido algo en él que hacía que la gente mantuviera las distancias, algo frío y letal que, obviamente, esa mujer no había podido sentir. Sin embargo, Drea lo había tocado. Le había puesto la mano en el pecho, se había colgado de él y lo había besado con una boca tan tierna y hambrienta, como si no pudiera resistirse al deseo. Aquel recuerdo le hizo tragar saliva convulsivamente, y eso le calmó la garganta lo suficiente para conseguir hablar.
– Creo que he leído algo sobre eso -mintió, emitiendo las palabras a trompicones.
– Los médicos dijeron que cuando llegaron estaba muerta. Estaban recogiéndolo todo cuando uno de ellos la oyó jadear. Juraron que no tenía pulso, pero de repente lo tenía. Tuvieron que cortar la rama para poder traerla al hospital, porque se imaginaron que si se la extraían le harían aún más daño. Además la rama debía de estar presionando la aorta, lo que ayudó a que no se desangrase. -El tipo corpulento cruzó los brazos sobre su enorme pecho-. Estaban seguros de que sufría muerte cerebral pero no fue así. Les llevó más de dieciocho horas de cirugía remendarla, y entonces… ¿la trasladaron hace tres días?
– Dos. Antes de ayer -dijo la mujer de pelo gris retomando la historia.
– La trasladaron a una planta. He oído que evoluciona bien, pero también que no puede hablar, así que quizá sí tenga algún daño cerebral.
– Ha empezado a hablar -dijo otra persona-. Le dijo algo a una de las enfermeras. Estaban hablando de ello.
– Es increíble -dijo Simon, con el estómago en una montaña rusa de nuevo, pero esta vez su corazón también se unió al viaje. Con un asombro distante se dio cuenta de que se iba a desmayar… o a vomitar. O ambas cosas. Evoluciona bien. Habla.
– Es un milagro, seguro -dijo el tipo corpulento-. Era una «Jane Doe». No tenía ningún tipo de identificación y parece que nadie la buscaba. No consiguieron que escribiese su nombre ni nada. Sin embargo, ahora está hablando y supongo que ya sabrán su verdadero nombre.
Seguro que no, pensó Simon. Drea era demasiado astuta como para hacer eso. Les daría un nombre falso, lo cual representaba un problema para él. ¿Cómo iba a encontrarla? Aunque pudiese acceder a un ordenador, cosa que sin duda podría conseguir, no tenía ni idea del nombre que les había dado. Abandonó esa idea rápidamente. Tendría que abordar esto desde otra dirección.
– ¿Quién era su médico? -No tenía ningún motivo para hacer una pregunta como ésa, pero en la sala de espera de un hospital la gente hablaba de cualquier tipo de temas. Hablaban para pasar el tiempo, para distraerse y formaban relaciones que podía ser que no perdurasen más allá de la estancia de sus seres queridos en la UCI; pero mientras estaban encerrados en esa celda de cristal lloraban y reían juntos, se consolaban los unos a los otros, compartían recetas familiares y cumpleaños… cualquier cosa para pasar aquello.
– Meecham -fue la rápida respuesta-. Cardiocirujano.
El cirujano haría sus rondas todos los días, visitaría a todos sus pacientes. Cuando alguien tenía un traumatismo como el de Drea, el ego del cirujano aumentaba de forma directamente proporcional a la evolución del paciente, sobre todo cuando el paciente había desafiado todas las posibilidades y había sobrevivido. No sería difícil encontrar al doctor Meecham; tampoco lo sería seguirlo.
Pensó en los hospitales, en cómo estaban organizados. A los pacientes no se les asignaba una cama cualquiera así como así. Había plantas diferentes para situaciones diferentes, que agilizaban distintos tipos de cuidados concentrándolos. Estaba la planta de maternidad, la planta de ortopedia… y la planta de posoperatorio de cirugía, que era donde probablemente estuviese Drea.
Las puertas de las habitaciones de los pacientes quedaban abiertas muy a menudo, ya fuese por descuido, por las prisas, o porque les conviniese a las enfermeras. Las probabilidades de que pudiese pasar por el vestíbulo de la planta de cirugía, mirar en todas las habitaciones que tuviesen las puertas abiertas y encontrarla a ella eran del cincuenta por ciento. Si no, entonces seguiría al doctor Meecham. Pero la encontraría, de un modo u otro. Nunca había habido nada tan importante para él como eso.
Antes nunca le había importado nada, y mucho menos tantísimo que no pudiese olvidarlo y marcharse. No le gustaba, pero aun así no podía dejarlo. Drea representaba una debilidad que podía ser utilizada en su contra, por Salinas o por cualquiera que averiguase que tenía esa fisura en su armadura.
Al otro lado del vestíbulo se abrieron las puertas dobles de la UCI y de ella salió un pequeño grupo de enfermeros, tanto hombres como mujeres. Ya no necesitaba entrar en la unidad, así que no los siguió. Si tuviese que birlar una tarjeta de identificación para poder entrar en las zonas controladas, la conseguiría, pero primero tenía que ver si podía localizar a Drea de la forma más fácil.
Estaba allí, estaba viva y hablaba.
De repente no pudo quedarse sentado ni un minuto más, ni otro segundo, no podía seguir interpretando y fingir que estaba preocupado por una madre que no existía cuando lo único que quería hacer era ir a algún sitio en el que pudiese estar solo hasta que pudiera recuperar el control sobre sí mismo.
– Lo siento -dijo interrumpiendo la conversación que fluía a su alrededor y más allá de él. Luego se puso de pie y salió de la sala de espera. Miró a su alrededor, vio un cuarto de baño y salió corriendo hacia él. Gracias a Dios había retretes individuales. Echó el cerrojo de la puerta y se quedó de pie, temblando, en medio de la pequeña habitación.
¿Qué demonios estaba ocurriendo? Llevaba toda su vida adulta, y algunos años antes, perfeccionando su autocontrol. Se había puesto a prueba, había aprendido cuáles eran sus propios límites y luego los había aumentado. No perdía el control, nunca había perdido el control. Todo lo que hacía y decía era premeditado, había sido elegido para provocar la respuesta o el resultado que él quería.
Podía manejar esto. Averiguar que estaba viva y que al menos estaba en uso de sus facultades eran buenas noticias. Seguía siendo un shock, pero nada que lo desbordara. Si pudiera encontrar una manera de hablar con ella sin matarla del susto, le diría que no tenía que tenerle miedo, que en lo referente a Salinas ella estaba muerta y que podía seguir con su vida. Pero ahora no. Aún estaría demasiado débil físicamente y no quería hacer nada que pusiese a prueba su corazón. Sólo Dios sabía qué tipo de daño había sufrido.
Además, siempre quedaba la posibilidad de que realmente no recordase quién era, y en ese caso tampoco se acordaría de él. El hecho de que hablase no implicaba que no tuviese lesiones mentales. Tenía que tranquilizarse y averiguar cómo estaba exactamente en lugar de dejar fluir su imaginación.
Mierda. Imaginación. ¿Cuándo coño había empezado a tener imaginación? Él se ceñía a los hechos, a la dura realidad, a lo que había. La realidad era sólida. Podía depender de la realidad, depender de ella que era una zorra fría y dura. Eso no le importaba porque él era un cabrón frío y duro. Hacían buena pareja.
Tomó aire varias veces y se sacudió fuese lo que fuese que lo tenía tan al límite. Lo único que tenía que hacer era encontrar a Drea y descubrir por sí mismo en qué estado estaba exactamente; después podría volver a Nueva York. Tenía cosas que hacer. Llevaba demasiado tiempo en el mismo lugar y era hora de moverse. Buscaría a Drea para ver si estaba bien y luego se marcharía para siempre.