Выбрать главу

Capítulo 21

El posoperatorio de cirugía estaba una planta más abajo, así que Simon bajó por las escaleras en lugar de pelearse con el ascensor. De todas formas, prefería las escaleras porque de este modo podía escapar en dos direcciones, mientras que el ascensor era una pequeña caja en la que estaba atrapado y que ejecutaba los comandos electrónicos en el orden en que los recibía. Si estaba bajando y lo llamaban desde una planta inferior, no podía pulsar el botón para ir a un piso superior y hacer que el ascensor en lugar de bajar subiese.

El hospital tenía forma de T gigante, aunque estaba tumbada en lugar de erguida. Salió al final del largo pasillo y recorrió la planta metódicamente. Fuera de cada habitación había una pequeña placa con el apellido del paciente y el nombre del médico, lo cual era realmente práctico para lo que tenía que hacer.

El control de enfermeras estaba en la intersección de la T, pero las enfermeras no podían ver el pasillo a menos que saliesen de detrás del biombo. En ese momento, cuando el cambio de turno estaba a punto de terminar y se estaban sirviendo los desayunos, los pasillos eran un hervidero de actividad y se mezcló con el bullicio general. Caminaba despacio y miraba en todas las habitaciones que tenían la puerta abierta, poniendo mucho cuidado en no mover la cabeza, sólo los ojos, para que al observador casual no le pareciese que se estaba fijando en los pacientes.

Al menos la mitad de las puertas estaban cerradas, pero con una primera ronda de reconocimiento pudo descartar a todos los pacientes cuyas puertas estaban abiertas porque ninguno de ellos era Drea. Mientras caminaba se fijó en las habitaciones en las que el doctor Meecham aparecía como médico, y fue marcando su situación en el mapa tridimensional que siempre llevaba en la cabeza.

Luego vio el nombre «Jane Doe», que es como suelen llamar a las personas con identidad desconocida, y estuvo a punto de tropezar.

Habitación 614. El médico era Meecham.

Aunque la puerta estaba cerrada, supo que la había encontrado. Estaba allí, justo al otro lado de aquella puerta. Sabía que era Drea. Había gente cuyo apellido real era «Doe» pero ¿qué probabilidades había de que estuviese en esa planta, en ese momento y tuviese a Meecham como médico?

Agarró el pomo de la puerta casi antes de darse cuenta de que lo estaba haciendo.

Lentamente y con cuidado, se obligó a sí mismo a soltarlo. Si entraba, ella gritaría hasta desgañitarse, suponiendo que le reconociese. Todavía no sabía cuál era su estado mental.

El apellido «Doe» no le decía nada. Si no hubiese sufrido daños cerebrales se aprovecharía de la situación y no les diría su verdadero nombre. Si tenía el cerebro dañado, lo cual era probable, entonces podía ser que no supiera cómo se llamaba.

Después vio un cartel en la puerta: No se aceptan visitas.

El cartel tenía dos niveles de información. El primero era obvio: que no se aceptaban visitas. El segundo era: ¿Por qué no? ¿Quién lo había puesto allí? ¿El hospital, porque los curiosos y/o la prensa habían estado molestando/perturbando/ mirando como bobos a la paciente? ¿O había sido la paciente la que había pedido que pusieran ese cartel? Estaba claro que Drea no querría nada de prensa y que también querría mantener a raya a la poli hasta que hubiese maquinado una historia creíble y fuese capaz de manipularlos.

Pero ahora sabía con qué nombre estaba registrada y el número de habitación. Podría averiguar todo lo que quisiera. En realidad no tenía que verla, no tenía que hablar con ella; podía ignorar el extraño impulso que sentía de hacer exactamente eso.

Al mirar el pasillo vio que el enorme carrito cargado de bandejas con comida estaba sólo tres habitaciones más allá. La puerta de la habitación contigua a la de Drea también estaba cerrada, así que se acercó y se apoyó en la pared, justo al lado de la puerta, como si una enfermera o un técnico hubiesen entrado en la habitación para realizar alguna tarea y le hubiesen pedido que esperase fuera. Miraba fijamente el suelo.

La auxiliar encargada de la comida trabajaba rápido y llevaba las bandejas con comida a cada habitación. Empujó el carrito hacia él y lo detuvo justo después de pasar la puerta de la habitación de Drea. Él levantó la mirada, listo para soltar una sonrisa rápida y educada si lo miraba, pero ella lo ignoró como si fuese un mueble. La gente que trabajaba en los hospitales veía a mucha gente apoyada en las paredes.

Sacó una bandeja, que parecía contener sólo gelatina de naranja, zumo de frutas, café y leche, pero ninguna comida que indicara que Drea fuese capaz de alimentarse por sí misma; más bien parecía que tuviese que alimentarse por medio de un tubo.

– ¿Eso es comida de verdad? -escuchó preguntar a Drea con un tono gruñón.

La auxiliar se rió.

– Tienes que empezar por la gelatina. Si tu estómago lo acepta y no sientes molestias, quizá mañana puedas tomar puré de patatas. Sólo te traemos lo que tu médico nos dice que puedes tomar.

Después de un breve silencio Drea dijo:

– ¡Naranja! Me gusta la gelatina de naranja.

– ¿Te gustaría tomar dos?

– ¿Se puede?

– Claro. Cuando quieras más, dínoslo.

– En ese caso sí, definitivamente quiero otra gelatina. Me muero de hambre.

Mientras Drea hablaba con la auxiliar y se concentraba en su comida, Simon se separó de la pared y pasó rápidamente por delante de la puerta, sin girar la cabeza para mirarla.

Durante un momento caminó a ciegas y no vio a la joven que salía de una habitación hasta que tropezó con ella.

– Perdone -dijo de forma mecánica sin mirarla, y siguió caminando.

Cuando se dio cuenta, estaba aplastado contra la esquina posterior de un ascensor lleno de gente en el que no recordaba haberse metido. Él, que siempre sabía no sólo exactamente lo que estaba haciendo, sino lo que la gente que lo rodeaba estaba haciendo, que incluso estudiaba estratégicamente un aseo público antes de entrar en él, se había enredado tanto en sus pensamientos que no había prestado atención a lo que estaba haciendo ni adonde iba.

Salió en la planta baja, pero el ascensor que había tomado no estaba en el mismo lado por el que había subido. En lugar de salir cerca de la entrada de urgencias estaba en el vestíbulo principal, un majestuoso hall de dos plantas de altura lleno de ficus naturales.

Atontado y un poco espeso, caminó hacia la salida hasta que recordó que su coche de alquiler estaba aparcado en el exterior de la entrada de urgencias. Se detuvo, miró a su alrededor, pero no vio ningún cartel que señalase la dirección hacia urgencias.

Su sentido de la orientación, normalmente infalible, le decía que tomase el pasillo de la izquierda, así que eso hizo. Tenía ganas de reírse, y eso que él nunca se reía. La sensación de alivio se mezcló con su sangre como si fuera champán, haciéndole sentirse mareado. El corazón le martilleaba en el pecho, y el tórax se le quedaba pequeño, como si le acorralase el corazón y los pulmones, como si los limitase.

Un discreto cartel le llamó la atención y se detuvo. En un inexplicable impulso, abrió la puerta y entró.

Tan pronto como cerró la puerta tras de sí sintió el silencio, como si la habitación estuviese insonorizada. El ruido incesante y el movimiento del hospital se detuvieron en la puerta, como si hubiese entrado en otro mundo. Se quedó allí de pie durante un momento, con ganas de marcharse pero al mismo tiempo sintiéndose obligado a quedarse. No era un cobarde. Por muy desagradable que fuese la realidad, y a menudo era una mierda, siempre la había aceptado y había vivido en ella. La compasión no era una de sus cualidades, ni hacia sí mismo ni hacia los demás. Alguna gente se engañaba sobre su verdadera naturaleza, pero Simon nunca lo había hecho. Era lo que era porque ninguna vida, ni la suya ni la de nadie, había significado jamás nada especial para él.