Alquiló la mitad de un dúplex en un barrio venido a menos y empezó a vivir exclusivamente de lo que ganaba en Glenn's. Después de pasarse la mayor parte de su vida intentando conseguir todos los lujos que podía, estaba extrañamente contenta con su vida, con tres habitaciones pequeñitas en una casa con un tejado medio caído. Al menos, los inquilinos de la otra mitad de la casa no se drogaban. Sólo pensar en el tiempo que había pasado con Rafael le hacía sentirse sucia.
Pero todavía tenía los dos millones en el banco, o la mayor parte de ellos. Pensó en extender un cheque por valor de una gran suma de dinero a nombre de alguna organización benéfica o algo así, sólo para deshacerse de él, pero no podía imaginarse haciéndolo. ¿Y si aquello no era lo correcto? No sabía cómo no iba a ser correcto hacer una donación a la beneficencia pero ¿y si no era lo que se suponía que tenía que hacer con el dinero? ¿Y si había alguna otra causa a la que se suponía que debía donarlo, si es que se le ocurría alguna? Quizá a la Sociedad Estadounidense del Cáncer, o el Hospital Saint Jude. Había infinidad de maravillosas organizaciones que podrían utilizar ese dinero, pero no era capaz de salir de esa extraña parálisis de toma de decisiones.
No sabía lo que le pasaba, a menos que fuese una secuela del accidente. El doctor Meecham le había dado algunos folletos que hablaban de eso y, evidentemente, la gente operada de corazón a menudo sufría una conmoción posterior. Como el suyo era un caso tan extremo, probablemente debería esperar encontrarse con alguna dificultad para hacer ciertas cosas. Podía hacer las cosas de todos los días, cumplir las exigencias físicas de su trabajo, comprar provisiones y pagarse las facturas, pero, aparte de eso, lo que quería era pasarse el rato hecha un ovillo en su sofá de segunda mano, envuelta en una manta para resguardarse del frío durante el duro invierno del Medio Oeste y leyendo un libro de la biblioteca. Decidir qué libro escoger era la decisión más difícil con la que podía encontrarse.
Quizá la primavera ya estuviese cerca, pero aún seguía nevando. El cielo nocturno era de un gris oscuro y espeso que indicaba que se avecinaba más nieve. Se tapó la cabeza con la bufanda de lana y envolvió los extremos alrededor del cuello para resguardarse del viento helado. Con la cabeza baja contra el viento, caminó dificultosamente entre la nieve hacia el Explorer rojo.
– Hola, Andie.
Giró la cabeza y reconoció a Cassie bajando de la cabina de su Peterbilt. El gran motor diesel estaba encendido porque un motor diesel era muy jodido de encender con tanto frío. Daba igual lo que costase el combustible, porque si pensaba lo que tendría que pagar para que le hiciesen un puente y a eso le añadía el tiempo perdido, lo más rentable era no apagar nunca el tráiler durante un viaje.
Andie se quejó para sus adentros. No quería enfrascarse en una conversación sobre la suerte de Cassie o la ausencia de ella, pero aparte de marcharse, no parecía tener ninguna otra opción. En realidad le caía bien Cassie, así que se detuvo y la esperó.
Cassie resbaló un poco en el hielo y luego llegó junto a Andie.
– Vamos, te acompañaré hasta tu coche -dijo-. ¿Dónde está?
– Por allí -dijo Andie señalando el solar de grava que había a un lado del restaurante, donde los vehículos de los empleados no estorbaban a los tráilers cuando entraban o salían del restaurante de carretera.
– Vi a un tío mirándote por la ventana -dijo Cassie muy bajito para que sólo Andie pudiese escucharla.
Andie resbaló y se detuvo en seco mientras su corazón se aceleraba como una locomotora.
– ¿Un tío? ¿Qué tío?
– Tú sigue caminando -le dijo Cassie con un tono tranquilo-. Ahora no lo veo, pero pensé que debía asegurarme de que llegases bien hasta tu coche.
Se quedó sin palabras porque alguien a quien apenas conocía quisiera asegurarse de que Andie estaba a salvo.
– Te llevaré en coche hasta tu camión -consiguió decir-. Así tú tampoco correrás ningún peligro.
Cassie le sonrió. Era una mujer alta, larguirucha y esbelta y, aunque había cambiado los tacones por botas, todavía seguía siendo catorce o quince centímetros más alta que Andie.
– Nosotras, las mujeres, tenemos que protegernos los culos unas a otras, tesoro, no es porque quiera tirarte los tejos.
Andie resopló. Había visto a Cassie en acción las veces suficientes como para saber que la camionera no cojeaba de ese pie. Su atención volvió de inmediato al hombre que Cassie había dicho que la había estado observando.
– ¿Qué aspecto tenía… ese tío? ¿Estás segura de que me estaba observando?
– Completamente, sin ninguna duda. Te estuvo observando durante más de cinco minutos mientras ibas de un lado a otro. En cuanto a su aspecto, mmm… -Cassie lo pensó-. Alto y en buena forma, pero llevaba un abrigo grueso con la capucha puesta, así que eso es todo lo que te puedo decir. Incluso con el abrigo encima se veía que no era un gordinflón ni nada por el estilo.
La mayoría de los camioneros no están lo que se dice «en buena forma», pero por el restaurante pasaban tantos que tampoco era tan raro ver a alguno que se cuidase. En los cuatro meses que llevaba trabajando allí, Andie había visto probablemente a un par de cientos que encajaban con esa amplia descripción. Pero ninguno de ellos estaría bajo la nieve observándola. Todos habrían entrado en el bar, habrían pedido una taza de café y habían intentado hablar con ella si estaban interesados.
Un escalofrío que no tenía nada que ver con el tiempo le recorrió la espalda. La incómoda sensación de que la hubiesen seguido desde Denver le decía que alguien andaba tras su pista. Pero ¿quién y por qué? Ella había muerto. ¿Es que el hecho de casi haber muerto de verdad y ser enterrada no era suficiente para sacárselo de encima?
Pero ¿qué pasaba si no era él? ¿Quién más podía ser?
Alguien sabía quién era y dónde estaba.
Capítulo 23
– Estás huyendo de alguien, ¿verdad? -le preguntó Cassie cuando estaban llegando al Explorer-. ¿Sabes quién es ese tío?
– Dios, espero que no -murmuró Andie, abriendo la puerta. Se encendió la luz interior y ambas comprobaron el asiento de atrás y el compartimento de las maletas. Los dos estaban vacíos-. Pensé que me había librado de él.
– Cielo, hoy en día es difícil deshacerte de alguien que esté emperrado en encontrarte. Si tiene tu número de la Seguridad Social puede encontrarte en cualquier lugar.
– No lo tiene -dijo Andie, segura de ello. Puede que tuviese su número de la Seguridad Social antiguo, pero no había forma de que pudiese tener el nuevo. Además, Glenn no declaraba lo que ella ganaba a Hacienda, así que aunque estuviese utilizando el número antiguo no podría obtener ninguna información. Empezó a caminar alrededor del Explorer buscando huellas en la nieve que le dijesen si alguien había estado alrededor o debajo de su vehículo.
– No olvides las guías telefónicas -continuó Cassie-. Cuando llamas a casa él puede acceder a los registros telefónicos de tus amigos y seguirte de esa manera.
– No tengo familia. No he llamado a ningún viejo amigo. -No es que no tuviese ninguno, a menos que hubiesen rastreado hasta secundaria. Cuando perdió el bebé, le dio la espalda a cualquier conexión emocional que hubiese tenido hasta entonces; no quería volver a sentir nada nunca más. Lo único que quería hacer era olvidar, marcharse y no volver jamás la vista atrás, porque mirar hacia atrás significaba recordar aquel dolor abrumador. No podía volver a pasar por aquello, nunca más.
Acabó de inspeccionar los alrededores del Ford. La nieve estaba intacta. En cuanto se sentó al volante, Cassie dio la vuelta para instalarse en el asiento del acompañante.