– Entonces tal vez tengas un admirador -le dijo a Andie-. ¿Alguien ha estado ligando contigo?
– ¿Quién tiene tiempo para darse cuenta de eso? Ahí dentro andamos a la carrera. A menos que alguien me pellizque o me dé una palmadita en el culo, ni siquiera les miro a la cara.
– Sí, te he visto «mirarlos a la cara» un par de veces. Uno de esos gilipollas casi se desmaya. ¿Qué le dijiste?
Sabía exactamente a qué incidente se estaba refiriendo Cassie porque sus ojos y su voz debieron de telegrafiar su total sinceridad al camionero, y él se había puesto totalmente pálido.
– Le dije que si volvía a tocarme le clavaría un tenedor en los huevos.
La antigua Andie… Drea… Andrea… joder, ya no sabía ni quién era… habría fingido no haber notado el pellizco o la palmadita. Se habría comportado de forma dulce y ligeramente ausente, sin causar ningún problema, pero en su interior estaría enferma de ira y desdeñosa por el hecho de que nadie se hubiese dado cuenta de que lo estaba fingiendo todo. Estar muerta la había cambiado en varios aspectos porque ahora no era capaz de comportarse de forma dulce y ausente. Había enterrado su carácter hacía años, pero en los últimos meses éste había salido a la superficie y parecía decidido a quedarse allí.
Cassie inclinó hacia atrás la cabeza y se rió con satisfacción.
– Me sorprende que no se lo dijese a Glenn.
– Lo hizo. Glenn le dijo que les quitase sus putas manos de encima a las camareras si no quería que le reventase las pelotas.
Andie sonrió al recordarlo. Eso era lo que más le gustaba de Glenn. Algunos tíos se habrían comportado como gilipollas y le habrían dicho a las camareras que se aguantasen, que no querían perder clientes, pero Glenn no. Una de sus hijas había ayudado a pagarse los estudios trabajando en un restaurante, así que tenía un punto de vista diferente sobre lo que tenían que soportar las camareras.
Andie condujo con cuidado el coche entre las largas filas de ruidosos camiones hacia el tráiler de Cassie. Cassie carraspeó y luego dijo dubitativa:
– Eso que me dijiste de tomar mejores decisiones, ¿a qué te referías?
– A pequeñas cosas. Quizá, por ejemplo, en lugar de comprar una pulsera llamativa que te gusta, deberías ingresar ese dinero en una cuenta de ahorro que te dé intereses o en un depósito a largo plazo.
A Cassie le gustaban las joyas. Ninguna de las que solía comprar eran caras… probablemente lo máximo que había pagado por una serían unos doscientos dólares… pero le gustaban muchísimo las joyas.
– No gasto tanto… -empezó a decir Cassie.
Andie llegó al tráiler y aparcó el coche en el aparcamiento.
– Todo cuenta. -Analizó con mirada experta las joyas que estaban a la vista: pendientes, sortijas y cuatro o cinco pulseras-. Lo que llevas puesto cuesta aproximadamente tres mil dólares en total. Son tres mil dólares que podrías tener en un banco. Lo que deberías hacer es ahorrar para invertir en fondos comunes de inversión.
Cassie arrugó la nariz.
– Dios, eso suena tan aburrido.
– Sí, es cierto -asintió Andie-. Aburrido y difícil suelen ser indicadores de que eso es lo que deberías hacer.
– No pasa nada. Gano mucho dinero.
Cassie le estaba restando importancia a lo que le acababa de decir. En condiciones normales Andie habría hecho lo mismo que ella y lo habría dejarlo pasar, pero Cassie se había molestado en ayudarla, así que tenía que devolverle el favor.
– Un accidente va a acabar contigo -dijo con la voz distante con la que a veces hablaba-. Te harás daño y no podrás trabajar durante unos seis meses. Tienes el seguro del tráiler pero no podrás trabajar y perderás tu casa. Después de eso todo irá de mal en peor. No bromeaba con lo de la comida de gato.
Cassie se quedó inmóvil con la mano en la manilla de la puerta. Con el brillo de las luces del salpicadero su rostro de repente reveló su edad, y algo más; mostraba miedo.
– Tú ves cosas. Realmente ves cosas, ¿verdad?
A Andie no le apetecía hablar sobre si veía cosas o no, así que ignoró la pregunta con un gesto. Lo que acababa de decir eran cosas de sentido común.
– Y otra cosa: deberías empezar a respetarte más y dejar de tirarte a perdedores. Uno de ellos te va a pegar una enfermedad de transmisión sexual -dijo mirando a la mujer-. Eres inteligente y una mujer de éxito. Deberías comportarte como tal, porque haciendo estupideces conseguirás no seguir avanzando. Confía en mí, soy una experta en hacer estupideces.
– ¿Y una de ellas es ese tío del que estás huyendo?
– Es el número uno de mi lista. -Una prueba de su estupidez, pensó Andie, era que aunque era un asesino a sueldo y no cabía duda de que le habría pegado un tiro si el accidente no le hubiese ahorrado el problema, cuando se descuidaba volvía al pasado, a aquella tarde con él y el dolor le hacía caer de rodillas. Era tan estúpida que realmente se hubiese ido a cualquier parte con él, si él se lo hubiese pedido. Era tan estúpida que, incluso ahora, su terror hacia él se mezclaba con una añoranza que le partía el corazón.
Para lo que no era tan estúpida era para creer que todavía pudiera estar viva si él la hubiese encontrado. Se rió aliviada al darse cuenta de ello.
– No era él -dijo-. Él que me observaba, quiero decir.
Cassie levantó las cejas.
– ¿Ah, no? ¿Cómo lo sabes?
– Todavía sigo viva. -Sonrió con ironía ante su propio miedo. Si la hubiese encontrado no hubiese sobrevivido lo suficiente como para atravesar el aparcamiento, estuviese allí Cassie o no.
– ¡Hostias! ¿Quieres decir que intenta matarte? -preguntó Cassie con los ojos como platos y elevando la voz.
– A eso se dedica, y se le da muy bien. He cabreado a unos chicos malos -dijo a modo de explicación.
– ¡Hostias! -repitió Cassie-. ¡Supongo que es así si están intentando matarte! ¿Y tú crees que yo tomo decisiones estúpidas?
– Te dije que era toda una experta en eso.
Tamborileaba con los dedos contra el volante con una necesidad apremiante de confiarse a Cassie, a alguien. Llevaba sola desde los quince años, no sola físicamente, sino mental y emocionalmente aislada y el único que conocía su experiencia con la muerte era el doctor Meecham. Por otro lado, no podía hablar abiertamente sobre ello; eso sería como desnudarse en público y no quería que todo el mundo supiera lo que le había ocurrido. Se conformó con contárselo a medias.
– Hace poco tuve una experiencia cercana a la muerte -dijo-. Digamos que vi la luz, en todos los sentidos.
– ¿Cercana a la muerte? ¿Te refieres a todo ese rollo del túnel con tus amigos y familiares muertos saludándote? ¿Ese tipo de experiencia cercana a la muerte? -El tono de Cassie estaba lleno de entusiasmo y curiosidad, la forma en que miró a Andie, llena de esperanza.
Se dio cuenta de que la mayoría de la gente ansiaba saber o tener una prueba de que su vida no acababa al morir, de que, de algún modo, continuaba. Querían creer que sus seres queridos todavía seguían con vida, en algún lugar, sanos y felices. Podía ser que no creyesen, que rechazasen cualquier cosa que no fuesen capaces de oír, tocar y ver, pero se alegrarían de que se demostrase que estaban equivocados. Ella no podía probar nada; podía contar su experiencia, lo que había visto pero ¿probarlo? Imposible.
– No vi ningún túnel. -El rostro de Cassie se ensombreció, y Andie no pudo evitar sonreír-. Pero había luz, la luz más hermosa que te puedas imaginar. No puedo describirla. Y había… un ángel. Creo que era un ángel. Luego estuve en el lugar más hermoso que jamás he visto. La luz era clara, suave y resplandeciente, y los colores eran tan cálidos e intensos que hacían desear tumbarse en la hierba sin más y empaparte de todo. -Su voz soñadora se apagó lentamente porque por un instante se dejó llevar al recordar; luego se espabiló, tanto mental como físicamente-. Quiero volver allí -dijo con firmeza-, y me di cuenta de que si quiero tener una oportunidad de hacerlo, tengo que cambiar.