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Jeanne se sintió jubilosa. Ahora era su novia y ésta era su luna de miel e hizo una pirueta en media de la sala (tal como lo había hecho el primer día) y se dejó caer en el colchón. Se abrazó a la almohada como cualquier adolescente alborotada y luego dirigió el rostro expectante hacia la puerta esperando el regreso de Paul. En ese momento su mano tocó algo húmedo bajo la almohada. Jeanne se incorporó, puso a un lado la almohada. Una rata muerta estaba sobre la sábana; tenía sangre seca alrededor del hocico y la piel estaba húmeda y manchada.

Lanzó un grito.

Paul llegó con la toalla y se la tiró sobre las rodillas.

—Una rata —dijo con naturalidad, pero ella se abrazó a él lloriqueando—. Es nada más que una rata —repitió él divertido de su miedo irracional—. En París hay más ratas que gente.

Paul se agachó y levantó la rata por la cola dejando que la cabeza se balanceara ante su rostro. Jeanne sofocó un grito y dio un paso atrás. Estaba aterrorizada y se sentía enferma ante el espectáculo y por haberla tocado y miró asqueada cuando Paul la levantó un poco más y abrió la boca.

—Yum, yum —dijo relamiéndose los labios.

—Quiero irme —dijo ella tartamudeando.

—Eh, espera. ¿No quieres probar un bocado antes? ¿No quieres comer algo?

Su crueldad era tan extenuadora como súbita.

—Esto es el fin —dijo ella.

—No, no es el fin —bromeó él señalando la cola—. Pero me gustaría empezar por la cabeza que es la mejor parte. ¿Estás segura de que no quieres? Muy bien...

Acercó la rata a un centímetro de su boca. Ella se dio media vuelta horrorizada.

—¿Qué te pasa? —preguntó él azuzándola— . ¿No te gustan las ratas?

—Quiero irme. No puedo hacer más el amor en esta cama. No puedo. Es asqueroso, nauseabundo —se le estremeció el cuerpo.

—Pues bien entonces —dijo él—, lo haremos sobre el radiador o de pie sobre el estante de la chimenea.

Se dirigió a la cocina.

—Escucha —dijo con la rata aún colgando de la mano—, tengo que buscar un poco de mayonesa para esto porque con mayonesa, es algo realmente asombroso. Dejaré el culo para ti. ¡Culo de rata con mayonesa!

—Quiero irme. Quiero salir de aquí —gritó ella sin poder ni siquiera mirar la cama. Qué rápidamente había cambiado la atmósfera: no se podía predecir lo que haría a continuación. El deseo que sentía por él y su propia pasión habían desaparecido ante el contacto de esa piel manchada y muerta. Por primera vez vio el cuarto en toda su sordidez. El olor del sexo le hizo recordar a la muerte. Su propia audacia de estar allí la asustó.

Estaba por avanzar hacia la puerta cuando Paul regresó. Había tirado la rata.

—¿Quo vadis, baby? —preguntó juguetonamente. Fue a la puerta y la cerró con llave. Jeanne lo miró con una expresión mezcla de disgusto y agradecimiento. En realidad no quería irse.

—Alguien lo hizo a propósito —dijo mirando a Paul con suspicacia—. Lo puedo sentir. Es una advertencia, es el fin.

—Estás loca.

—Te lo tendría que haber dicho de inmediato —quería desafiar esa abrumadora seguridad masculina—. Me he enamorado de una persona.

—Oh, qué maravilla —dijo Paul con gesto burlón. Se adelantó y pasó las manos por la tela suave del vestido como si fuera un aguacate maduro. Sabes, vas a tener que sacarte esta porquería mojada.

—Voy a hacer el amor con él —insistió ella.

Paul la ignoró.

—Primero, toma un baño caliente, porque si no lo haces, te vas a pescar una neumonía. ¿De acuerdo?

Con gentileza llevó a Jeanne al cuarto de baño y allí abrió los dos grifos. Luego recogió el dobladillo del vestido y lo empezó a levantar lentamente desnudándola como ella se había desnudado en el ascensor.

—Pescas una neumonía —dijo— y luego ¿sabes qué sucede? Te mueres.

Ella quedó de pie ante él, desnuda y moviendo la cabeza.

—¡Tengo que romperle el culo a esa rata muerta! —dijo él.

—Ohhh —murmuró ella y se escondió el rostro entre las manos. Sabía que él jamás le permitiría olvidarse.

Paul empezó a cantar nuevamente. Se subió las mangas, luego le dio una mano a Jeanne y la hizo pasar gentilmente dentro de la bañera. El agua estaba encantadoramente caliente. Se sentó lentamente sintiendo que el frío y la ansiedad desaparecían de su interior Paul se sentó en el borde de la bañera.

—Pásame el jabón —dijo.

Le agarró el tobillo y le levantó el pie hasta que estuvo a la altura de su cara. Lentamente comenzó a enjabonarle los dedos, la planta del pie, luego las pantorrillas. Jeanne se sorprendió de la suavidad de sus manos. Sintió que sus piernas estaban hechas de elástico mientras el vapor subía por ellas y daba a su piel un brillo caluroso.

—Estoy enamorada —repitió.

Paul no quería escuchar nada de eso. Pasó su mano llena de jabón por el costado del muslo hasta que no pudo ir más allá. Allí empezó a hacer espuma.

—Estás enamorada —dijo con un entusiasmo burlón—. ¡Qué encanto!

—Estoy enamorada —insistió ella y empezó a gemir. La mano de Paul era implacable y ella apoyó la cabeza contra el costado de la bañera y cerró los ojos.

—Estoy enamorada, ¿entiendes? susurró—. Sabes, eres un viejo y te estás poniendo gordo.

Paul le soltó la pierna que cayó al agua pesadamente.

—Gordo, ¿no? Qué cruel.

Le enjabonó los hombros y el cuello y acercó la mano a los pechos. Jeanne estaba determinada a obligarlo a que la tomase en serio. Asimismo se percató de que disponía de una ventaja, lo que era algo nuevo para ella. Lo miró con atención y comprobó que lo que estaba diciendo era verdad.

—Has perdido la mitad del pelo y la otra mitad es casi blanca dijo ella.

Paul le sonrió pese a que las palabras lo molestaron. Le enjabonó los pechos, luego tomó uno con una mano y lo observó con ojos críticos.

—Sabes —dijo—, dentro de diez años vas a estar jugando al fútbol con tus tetas. ¿Qué piensas de ello?

Jeanne sólo levantó la otra pierna y Paul se la lavó.

—¿Y sabes qué voy a estar haciendo yo? —preguntó mientras volvía a poner la mano sobre la piel suave entre los muslos.

—Estarás en una silla de ruedas —dijo Jeanne y suspiró cuando el dedo de Paul le tocó el clítoris.

—Bueno, tal vez. Pero pienso que estaré riéndome en la eternidad.

Le dejó la pierna, pero Jeanne la mantuvo en el aire.

—Qué poético. Pero por favor, antes de que te levantes, limpiame el pie.

Noblesse obliga.

Le besó el pie y luego se lo enjabonó.

—Sabes —continuó diciendo Jeanne, él y yo hacemos el amor.

—¿Realmente? —Paul se rió, divertido con la idea de que lo estaba provocando con esa revelación—. ¿Y lo hace bien?

—¡Es magnífico!

Al desafío de Jeanne le faltaba convicción. Sin embargo, Paul sintió que estaba más satisfecho. Sin duda, ella tendría otro amante, pero volvía una y otra vez a él por lo que le pareció una razón obvia.

—Sabes, eres una imbécil—dijo él—. Lo mejorcito lo vas a hacer en este mismo apartamento. Ahora, ponte de pie

Ella obedeció y dejó que él la diera vuelta. Sus manos, suaves por el jabón, le acariciaron la espalda y las nalgas. Paul parecía un padre que bañaba a su hija, los pantalones empapados de agua, concentrado y un tanto inexperto.

Jeanne dijo:

—Mi novio está lleno de misterios.

Esa idea molestó vagamente a Paul. Se preguntó hasta dónde la dejaría llegar y cómo haría para detenerla.

—Escucha, tontita —dijo—. Todos los misterios que vas a encontrar en la vida están en este mismo lugar.

—Es como todo el mundo —la voz de Jeanne tenía un tono de ensoñación—, pero al mismo tiempo, es diferente.

—Como todo el mundo, ¿pero diferente? Paul le siguió la corriente.