– ¿Ha dicho quinientos millones de años?
– Exacto. En la Tierra, nuestros más próximos antepasados eran aún gusanos marinos. Y en Marte había una civilización capaz de construir torres orbitales. Este fue el descubrimiento de Markus.
El cráter de Hall tenía seis kilómetros de diámetro; y estaba situado en el polo Sur de Fobos.
Marte y el Sol empezaron a hundirse hacia el norte.
La visión de ambos era tan espectacular desde Hall como desde el ecuador de Fobos, donde se hallaba Stickney. El Sol giraba en torno al horizonte cada siete horas dieciocho minutos, sin ponerse durante casi un año terrestre, por la misma razón que en los polos terrestres el día y la noche duran seis meses. Marte permanece inmóvil en el cielo, sobresaliendo del horizonte como una gran joroba rojiza, pasando por las fases cada siete horas dieciocho minutos, con el consabido eclipse.
Sería hermoso verlo desde allí; pero Susana ya no se sentía con humor para contemplar el paisaje. Además, el campamento jesuíta ya estaba a la vista. Tenía un curioso aspecto budista. Constaba de varias cúpulas; tales cúpulas no eran hemisféricas, sino con forma de boca de trompeta o pie de copa. Parecían esos santuarios acampanados donde se guardan reliquias de Buda.
Había una buena razón de ingeniería, claro está. En la Tierra, la cúpula debe soportar su propio peso. En baja gravedad, el problema es menor; casi nulo, en el caso de Fobos. Sin embargo, los mundos de escasa gravedad son mundos de atmósfera no menos escasa. El principal esfuerzo que soporta la cúpula es la presión interior del aire, de modo que la curvatura debe ser convexa hacia el interior, a lo que se debía la forma de boca de trompeta.
Salieron de la cámara de descompresión del campamento, y de los trajes, en este orden. Suspirando con alivio, Susana se dirigió al baño para ponerse el mono de faena que le tendió un silencioso jesuíta. Les condujeron por túneles y corredores subterráneos, hasta una sala equipada con aparatos de visión y sonido. Casanova conectó uno de los monitores.
– Le mostraré una reconstrucción de la catástrofe.
La reconstrucción era una película de imágenes tipo alambre, generadas por ordenador. Marte aparecía como una esfera giratoria, formada por líneas de luz roja, siguiendo los paralelos y meridianos.
Fobos aparecía como una esferita azul que giraba en torno al planeta, a seis radios de distancia. Aquella era la situación cuando Fobos giraba en órbita geosincrónica, o aresincrónica. Una línea amarilla conectaba la pequeña luna con el planeta.
– Esto es antes de la catástrofe -anunció Casanova, sin necesidad-. Ahora…
Un indefinido objeto en forma de punto verde golpeó a Fobos. El impacto redujo su velocidad, por lo que dejó de moverse en órbita circular. Adoptó una órbita elíptica, cuyo apogeo se hallaba en su antigua órbita y su perigeo cercano a Marte. La nueva órbita apareció en azul.
Pero Fobos no llegó a recorrerla ni una sola vez.
La nueva órbita, más cercana, exigía una velocidad angular mayor. El período de Fobos sería ahora de menos de un sol. Resultado: una colosal tracción sobre el cable, que se partió. Parte de él retrocedió y golpeó a Fobos, la otra parte se curvó con lentitud y cayó sobre Marte.
La velocidad de Fobos disminuyó tras el segundo impacto, de modo que su órbita volvió a ser circular, ahora mucho más cercana al planeta.
– Suponemos que el segundo impacto con el fragmento de cable, combinado con el efecto de marea y la disipación de energía al cambiar el eje de rotación de Fobos… ejem, bueno, la cosa no está clara y no entiendo mucho de mecánica celeste… hizo que Fobos adoptase la presente órbita a 2,75 radios del planeta. Ahora viene una vista desde el satélite.
En efecto, apareció una patata formada por meridianos y paralelos elípticos de color azul. El cable, un delgado cilindro formado por docenas de líneas amarillas paralelas, sobresalía de un extremo.
De improviso, algo verde golpeó a Fobos en el ecuador, alzando un surtidor de puntitos azules.
– Eso fue Hall -dijo el hombre-. Justo bajo nuestros pies.
El cable se partió, rizándose; golpeó por segunda vez a Fobos, lanzando una nube de puntitos azules y amarillos.
– Y eso fue Stickney.
La película llegó a su fin.
Ambos guardaron un pensativo silencio, que Susana rompió para preguntar:
– ¿El Valle Marineris fue abierto por la torre al caer?
Casanova asintió.
– Y provocó un largo invierno nuclear del que Marte jamás se recuperaría.
– Jesús -musitó la mujer. Respiró hondo para tranquilizarse y preguntó:
– ¿Qué hay de las instalaciones de Fobos? ¿Queda algo?
– Ah. -Casanova se puso en pie-. No se ha encontrado gran cosa, excepto… venga.
La habitación a la que le condujo era muy peculiar. Excavada en roca, con una pesada puerta de acero, era lo más parecido a una bóveda acorazada que se hubiera podido construir en un monasterio. Casanova la abrió con una llave.
Los restos no eran muy impresionantes. Un centenar de pedazos retorcidos y medio fundidos de un metal negro, de menos de cinco centímetros de largo. Susana escuchó distraída las estimaciones sobre masa y tamaño del objeto que golpeó al pequeño mundo… o a la estación espacial.
– El objeto se vaporizó. La estación debió de ser en parte orgánica -explicó Casanova-, como la nave que la ha traído hasta aquí. Fobos se puso al rojo por el impacto y… bueno, todo en su interior se transformó en una masa casi homogénea. La composición de los restos es muy variada: paladio, titanio, osmio. Los encontramos incrustados en la roca, en dondequiera que excavemos.
– ¿Qué hay de Deimos? -preguntó Susana-. No lo he visto en la reconstrucción.
– No sabemos qué papel tenía -reconoció el hombre-. El padre Markus sostiene que era una especie de contrapeso del conjunto Fobos-cable. Su órbita es muy cercana a la aresincrónica.
Susana contempló ensimismada los restos y dijo con voz débiclass="underline"
– Y la Tierra ha sido ahora atacada por los mismos que destruyeron Marte hace quinientos millones de años.
– Eso parece.
Susana pensó en la próxima etapa: el propio Marte. ¿Qué le aguardaba allí, en la cuna de aquella civilización extraterrestre?
Esto es sólo un anticipo, dijo para sí con un escalofrío.
6
El avión marciano no tenía un aspecto demasiado patológico. Era como un lápiz, largo, estrecho y debidamente ahusado. Tenía cola bideriva, y la planta motriz constaba de dos motores cohete, situados en góndolas en la parte trasera del fuselaje; era ligero y veloz como un albatros. La diminuta cabina tenía capacidad para un piloto y un pasajero, o dos pasajeros que fuesen muy delgados.
Lo grotesco eran sus alas.
Tenía la superficie alar de un campo de fútbol, necesaria en la tenue atmósfera marciana. Susana veía, a través de la ventanilla, hectáreas (así se lo parecía) de mylar plateado, casi transparente. Tenía la sensación de cabalgar sobre una enorme mariposa.
El borde del Valle apareció en el campo de visión. El avión picó levemente… y se zambulló dentro.
El Valle Marineris es un cañón de dos kilómetros de profundidad, quinientos de ancho y tres mil de largo, siguiendo con exactitud el ecuador, a lo largo de un quinto de circunferencia del planeta.
La etóloga contempló fascinada el imponente murallón que se deslizaba a estribor.
¡El resultado de la caída de una torre orbital construida hace quinientos millones de años…! se repetía una y otra vez, luchando para que mi mente se ajustara a esta nueva realidad.
El avión se alejó de las quebradas paredes. Las perdieron de vista, mientras volaban hacia el centro del Valle. Parecían sobrevolar una llanura, entre dos remotas cordilleras.
La zona central se bifurcaba en los hundimientos de Melas Chasma y Ophir Chasma; el ciclópeo barranco alcanzaba allí su anchura máxima y una profundidad de doce mil metros.
– La base de la Torre debía encontrarse en algún lugar de la región de Lunae Planum -explicó Casanova, que pilotaba-, en el ecuador marciano; al caer golpeó Marte con la fuerza de un látigo gigantesco.
El avión se elevó, recorriendo parte de su camino a lo largo del Valle y parte a lo ancho. Casanova examinó un mapa informatizado, e introdujo algunos datos en el autopiloto. Después se volvió hacia Susana.